domingo, 8 de septiembre de 2013

La ocupación trajo una guerra que persiste tras su anunciado final



Por Txente Rekondo

Los intentos por mostrar «la libertad, la democracia» como ejes de la ocupación chocan irremediablemente con la cruda realidad del país. En las últimas décadas, Estados Unidos ha dejado claro que cuando sus dirigentes hablan de libertad, esta suele ir acompañada del cañón de un fusil norteamericano, cuyo gobierno en estos últimos cincuenta años siempre ha hecho todo lo posible para asegurar sus intereses en Oriente Medio, y ello a expensas de la dignidad y los derechos de los pueblos árabes.

El pueblo de Irak no ha recuperado la libertad, al contrario, como señala un periodista local, «ahora somos libres, pero solo para obedecer órdenes».

La fotografía del país es escalofriante. Decenas de miles de muertos, la mayor parte civiles, millones de personas viviendo en tugurios, hacinadas, y sin ningún acceso a los servicios que el Gobierno debería proporcionar. Además, cientos de miles de refugiados sobreviven en los países vecinos, y otros tantos han abandonado el país sin intención de regresar.

A ello hay que sumar la aparición de milicias y grupos armados, muchos de ellos de marcado carácter sectario, el rearme del Gobierno central, la regresión de los derechos de las mujeres, las tensiones políticas, la corrupción, la violencia y el sectarismo, sin olvidar los intereses de otros estados, como Arabia Saudí, Qatar o Irán.

La instrumentalización de los sentimientos sectarios es relativamente reciente. La concatenación de acontecimientos va a ir sembrando el campo para los enfrentamientos actuales. La revolución islámica de 1979 en Irán y la posterior guerra de este país con Irak (1980-89) cambió algunos parámetros.

Por un lado, desde Occidente se apuesta por el régimen de Saddam Hussein, y otro tanto hacen las monarquías del Golfo, antiguos adversarios que se conviertes en aliados. Al mismo tiempo se incrementan los ataques contra los chiíes en Irak (no presentados como tales, sino como aliados de Irán, y por tanto enemigos internos).

Tras la llamada primera Guerra del Golfo, Hussein buscó reforzar su control social a través de la religión y las tribus. La re-islamización del país contó además con la entrada de importantes sumas de dinero de Arabia Saudí, a través de las diferentes redes salafistas, imprimiendo un claro carácter sectario a la religión.

La posterior invasión y ocupación de EEUU supuso la guinda a ese proceso de sectarización. El cambio de régimen provocado y perseguido por Washington provocó un cambio en la ecuación del poder, y la minoría suní se vio desplazada para dar paso a un Gobierno chií.

A partir de ahí, ante la falta de un Estado eficiente, la población buscó su supervivencia a través del fortalecimiento de los lazos familiares, tribales, religiosos o clientelares. La población chií intentó hacer frente a los ataques jihadistas y salafistas a través de esos lazos, y otro tanto hicieron los suníes ante lo que consideran el ataque de un «gobierno sectario».

El avispero armado que azota el país nos muestra también un abanico de organizaciones. El Ejército de la Orden al-Naqshbandi (JRTN) está compuesto por antiguos miembros del Baath, así como por militantes islamistas, suníes y sufíes. Desde su formación a comienzos de esta década, han luchado para expulsar a las tropas extranjeras y ahora lo hacen contra las fuerzas gubernamentales al considerarlas una marioneta de la ocupación.

También han surgido otras formaciones con claro sello sectario. La franquicia local de Al Qaeda, el Estado Islámico de Iraq (ISI), está mostrándose muy activa y ha reivindicado la mayor parte de los ataques más cruentos de los últimos tiempos, así como el ataque a dos cárceles del país, logrando la liberación de centenares de militantes, que enseguida se han incorporado al grupo o se han desplazado hasta la vecina Siria para luchar con otros grupos jihadistas.

Este grupo ha formado recientemente una alianza con el grupo sirio Jabhat al-Nosra, el Estado Islámico de Iraq y Al Sham (ISIS), (es decir, Irak y la Gran Siria, todo el Levante), reforzando la interrelación que existe entre los acontecimientos entre ambos países vecinos.

También la comunidad chií ha visto surgir diferentes grupos en estos años, el más reciente el Ejército Mukhtar, formado este mismo año, para «defender las mezquitas chiíes», pero que al mismo tiempo ha enviado a algunos de sus miembros a hacer lo propio en Siria.

Al hilo de la llamada primavera árabe, algunos de los defensores de aquella invasión han señalado cínicamente que comenzó hace diez años en Irak. Hoy en día, con una región convertida en un tablero donde se disputa una compleja partida de ajedrez, la centralidad mediática no pasa por Irak; son Siria y algunos flecos de la citada «primavera» los que la ocupan.

Los atentados en Bengasi, la violencia que devasta Siria y amenaza con extenderse a Líbano, el sectarismo, el pulso entre Irán y Arabia Saudí, la delicada situación de Egipto y Túnez, por no hablar de los olvidados Yemen, Bahrein, Jordania y Kurdistán, o la siempre relegada lucha del pueblo palestino, no auguran nada bueno para la estabilidad de la región.

Y en el caso de Irak, los impulsores más recientes del sectarismo están viendo sus sueños cumplirse. Al Qaeda ve la oportunidad de reforzarse y canalizar nuevas fuerzas, mientras que Arabia Saudí muestra el caos de Irak y defiende su peculiar sistema dictatorial para «garantizar la estabilidad», al tiempo que junto a sus aliados, busca la instauración de un Gobierno suní y salafista en el país.

Desgraciadamente, nos estamos acostumbrando a ver relegadas las noticias sobre Irak a breves líneas en los medios de comunicación escritos (en los audiovisuales apenas tienen cabida, y la mayor parte de las grandes cadenas occidentales ya han abandonado el país), a pesar de que hablamos de miles de víctimas mortales, la mayor parte de ellas civiles. Según datos de la ONU, en abril fallecieron 712 personas, en mayo 1.045, en junio 761, y en julio 989, siendo estos meses los más mortíferos desde 2008.

Ayer, una nueva ola de atentados con coche bomba y ataques kamikazes en Bagdad dejaron al menos 71 muertos y 201 heridos.

Como señaló John Pilger desde las páginas de "The Guardian'', «dejamos atrás la guerra de Irak, pero los iraquíes no tienen esa opción».

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