Por Carlos Ayala Ramírez
Siria "no es un territorio para invadir o ser puesto en libertad. No es solo un lugar, sino un hermoso mosaico. Siria es ante todo un conjunto de personas: los sirios. Siria no es un mapa en Google Earth”. Así lo ha dicho contundentemente el padre Nawras Sammour, responsable para Oriente Medio y África del Norte del Servicio Jesuita para Refugiados. Y con la misma convicción ha advertido que una intervención militar llevaría, sin duda, a un aumento de la violencia, a una escalada que se extendería a los países vecinos, contagiando a toda la región de Oriente Medio.
Este grito por la paz ha sido replicado por distintas voces, en un intento por frenar una escalada militar que podría generar más víctimas, sufrimiento y devastación en Siria. En este sentido, son emblemáticas dos cartas enviadas al Presidente de Estados Unidos.
La primera, del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, en la que plantea que la humanidad reclama la paz y el derecho a vivir en libertad. Vehemente señala que "los pueblos quieren transformar las armas en arados, y el camino para lograrlo es desarmar las conciencias armadas”. Y en ese espíritu, exhorta al presidente Obama a no olvidar que siempre recogemos los frutos de lo que sembramos. Cualquier ser humano, enfatiza
Esquivel, debería sembrar paz y humanidad, sobre todo un presidente que ostenta también un Premio Nobel de la Paz.
La segunda carta es de los obispos estadounidenses. Ellos advierten que un ataque militar sería contraproducente, pues solo agravaría una situación trágica que ya ha causado miles de víctimas. Su preocupación, indican los obispos, es compartida por la mayor parte del pueblo estadounidense, que duda de la conveniencia de la intervención, más aún en ausencia de un consenso internacional. La carta plantea, además, que lo que necesita el pueblo sirio es una solución política. Por eso su llamado es a que no se alimente la violencia y a trabajar sin descanso por un proceso de negociación, que posibilite caminos para construir una sociedad inclusiva en Siria, donde se garanticen los derechos de todos sus ciudadanos, incluidos los cristianos y otras minorías. Todo esto sin olvidar una pronta asistencia humanitaria imparcial que satisfaga las necesidades de las víctimas.
Otra de las voces que debe ser oída con mucho interés y seriedad por quienes tienen el poder para decidir entre la guerra y la paz es la del papa Francisco. Durante la vigilia de oración por la paz, dejó plasmado cuál debe ser el camino ante la crisis que se vive en Siria. Sus palabras son elocuentes: "¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro (…), vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano (…) y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad”.
Las palabras de Francisco nos han hecho recordar la Declaración sobre el Derecho de los Pueblos a la Paz, aprobada por la ONU en 1984. Entre otras consideraciones, en ese documento se expresa la voluntad y las aspiraciones de todos los pueblos de eliminar la guerra de la vida de la humanidad y, especialmente, de prevenir una catástrofe nuclear mundial. Asimismo, se proclama que los pueblos de nuestro planeta tienen el derecho sagrado de la paz, y es una obligación fundamental de todo Estado fomentar su realización.
Nos recuerda también la Carta de la Tierra (2000), fruto de un diálogo internacional muy amplio, donde se proclama el compromiso de promover una cultura de tolerancia, paz y no violencia, que aliente la solidaridad, implemente estrategias amplias para prevenir los conflictos violentos, desmilitarice los sistemas de seguridad al nivel de una postura de defensa no provocativa y emplee los recursos militares para fines pacíficos. La Carta expresa una profunda voluntad ética, que no se debe desoír, formulada en los siguientes términos: "Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz, y por la alegre celebración de la vida”.
Como vemos, estos documentos recogen aspiraciones legítimas que deben actualizarse históricamente. Pero como ocurre con casi todas las proclamaciones y declaraciones relacionadas con los derechos humanos, solo hay un reconocimiento formal que se desconoce en la práctica. En todo caso, siguen siendo referencias éticas que pueden humanizar a grupos y pueblos. Asimismo, pueden constituirse en instrumentos de lucha y en camino a seguir, para transformar esas realidades donde impera la violencia contra las personas y las colectividades, como ocurre ahora mismo en Siria.
Para superar el peligro de tener hermosos documentos sin concreción histórica, es necesario empoderar a la ciudadanía en torno a este derecho que debe ser cuidado, defendido y desarrollado. Las diferentes acciones que se han realizado recientemente en el mundo nos indican cierto empoderamiento, que ha dado los primeros frutos; se ha conocido, por ejemplo, una propuesta rusa que reconoce que el fin del conflicto civil en Siria requiere de una solución política y que establece líneas para que Damasco coopere con la comunidad internacional en el control de armas químicas y en su total destrucción, para evitar una intervención militar liderada por Estados Unidos. La posibilidad de concretar la propuesta está por verse, pero no cabe duda de que las voces de los líderes éticos y ciudadanos constructores de paz tienen autoridad; la autoridad que no viene de las potencias mundiales, sino del sufrimiento de las víctimas.
Optar por la paz, no por la guerra, es una expresión de sabiduría auténtica que desactiva las conciencias armadas. De aquella de la que nos habla la Carta Apostólica de Santiago: "Si ustedes hacen las cosas por rivalidad, no se engañen ni se burlen de la verdad. Esa no es sabiduría que baja del cielo, sino terrena, animal, demoníaca (…) La sabiduría que procede del cielo es (…) pacífica, comprensiva, dócil, llena de piedad y buenos resultados, sin discriminación ni fingimiento. Los que trabajan por la paz, siembran la paz y cosechan la justicia”. En otras palabras, es la sabiduría que, en este caso, no mira a Siria como un objetivo de estrategia política-militar, sino, ante todo, como a un pueblo que tiene el derecho a vivir en paz y en justicia.
Refundar la economía. ¡Lo exige la propia economía!
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