lunes, 9 de septiembre de 2013
Victoria electoral, ofensiva terrorista y el papel de la Casa Blanca: Lecciones para el presente
Rebelión
Por Atilio A. Boron
El 4 de Septiembre de 1970 Salvador Allende, el candidato de la Unidad Popular -coalición formada por los partidos Comunista, Socialista y Radical y otras tres pequeñas agrupaciones políticas-obtenía la primera minoría en las elecciones presidenciales chilenas. Allende representaba la línea más radical del socialismo chileno y durante la década de los sesentas había demostrado en los hechos su profunda solidaridad y amistad con el pueblo y el gobierno cubanos, al punto tal que cuando se crea la OLAS, la Organización Latinoamericana de Solidaridad, para defender a la cada vez más acosada Revolución Cubana la presidencia de esta institución recayó en las manos del por entonces senador chileno. Tres candidatos se presentaron a las elecciones del 4 de Septiembre: aparte de Allende concurría el candidato de la derecha tradicional, y ex presidente, Jorge Alessandri; y el de la desfalleciente y fracasada democracia cristiana, Radomiro Tomic, mal posicionado debido al fiasco que había sido la tan mentada “Revolución en Libertad” con que Washington había querido sofocar la rebeldía popular incesantemente impulsada a nivel continental por el ejemplo luminoso de Cuba. Al final de la jornada el recuento arrojó estos guarismos: Allende (UP), 1,076,616 votos; Alessandri (Partido Nacional), 1,036,278; y Tomic (DC), 824,849. Pero la legislación electoral de Chile establecía que si el candidato triunfador no obtenía la mayoría absoluta del voto popular el Congreso Pleno debía elegir al nuevo presidente entre los dos más votados. A nadie se le escapaba la enorme significación histórica que asumiría la consolidación de la victoria de Allende: sería el primer presidente marxista de la historia, que llegaba al poder en un país de Occidente, ¡y nada menos que en América Latina!, en el marco de las instituciones de la democracia burguesa y en representación de una coalición de izquierda radical. El impacto en la derecha latinoamericana y mundial de la victoria de Allende fue enorme, y tremendas presiones desestabilizadoras se desataron desde la misma noche de su victoria.
A los efectos de que el Congreso ratificara su victoria (ue era lo único que podía legítimamente hacer) hubo que vencer enormes obstáculos. El PN se negaba a ello y la DC estaba dividida. Para salir del atolladero la DC exigió, para emitir su voto favorable, que Allende firmara un “Estatuto de Garantías Constitucionales”. En realidad, era una mafiosa extorsión encaminada a frustrar la viabilidad del programa de transición al socialismo. A través de ese instrumentó Allende tuvo que comprometerse formal y explícitamente a conservar libertades como las de enseñanza, prensa, asociación y reunión -¡ninguna de las cuales estaban amenazadas por el candidato vencedor o su programa de gobierno!- y a indemnizar las expropiaciones previstas en el programa de la Unidad Popular. Esto último revela claramente el servilismo de la DC y la derecha tradicional en relación a los intereses de las oligarquías locales y del imperialismo, que exigieron de sus compinches locales, sedicentes defensores de la “democracia” y la “libertad,” preservar la absoluta intangibilidad de sus intereses. Posteriormente, este estatuto fue introducido como reforma a la Constitución en el año 1971. El Congreso fijó para el día 24 de Octubre de 1970 la fecha de la sesión que confirmaría el triunfo de Allende. Pero un día antes un comando de la derecha hiere mortalmente, en un atentado terrorista, al General constitucionalista René Schneider, quien habría de morir pocos días después. Schneider había manifestado que las fuerzas armadas chilenas debían respetar el veredicto de las urnas, y lo pagó con su vida. La CIA, que venía siguiendo los sucesos de Chile muy de cerca desde comienzos de los sesenta, se supone que fue quien, en colaboración con un grupo de la extrema derecha chilena, planeó y ejecutó ese luctuoso operativo. Pese a la conmoción del momento, o tal vez a causa de las graves consecuencias que se veían aparecer en el horizonte político, el Congreso procedió a ratificar el triunfo de Allende por 153 votos contra 35 que optaron por Alessandri.
Vale la pena recordar estos antecedentes ahora que se acaban de cumplir 43 años de la magnífica gesta del pueblo chileno y de Salvador Allende. Y recordar también que, según documentación desclasificada de la CIA 1, el 15 de Septiembre de 1970, pocos días después de las elecciones, el Presidente Richard Nixon -quien más tarde sería destituido como un bandido a causa del escándalo de Watergate- convocó a su despacho a Henry Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional; a Richard Helms, Director de la CIA y a William Colby, su Director Adjunto, y al Fiscal General John Mitchell a una reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca para elaborar la política a seguir en relación a las malas nuevas procedentes desde Chile. En sus notas Colby escribió que “Nixon estaba furioso” porque estaba convencido que una presidencia de Allende potenciaría la diseminación de la revolución comunista pregonada por Fidel Castro no sólo a Chile sino al resto de América Latina. En esa reunión propuso impedir que Allende fuese ratificado por el Congreso y que inaugurara su presidencia. El mensaje tomado por Helms expresaba con claridad la visceral mezcla de odio y rabia que el triunfo de Allende provocaba en un personaje de la calaña de Nixon. Según Helms, sus instrucciones fueron las siguientes:
“Una chance en 10, tal vez, pero salven a Chile.
Vale la pena el gasto.
No preocuparse por los riesgos implicados en la operación.
No involucrar a la embajada.
Destinar 10 millones de dólares para comenzar, y más si es necesario hacer un trabajo de tiempo completo.
Mandemos los mejores hombres que tengamos.
De inmediato: hagan que la economía grite. Ni una tuerca ni un tornillo para Chile.
En 48 horas quiero un plan de acción.” 2
El encargado de monitorear todo el proyecto fue el célebre criminal de guerra Henry Kissinger. El nombre de esta iniciativa de terrorismo desestabilizador fue “Vía II”, para diferenciarlo de la “Vía I”, nombre utilizado para designar los intensos esfuerzos diplomáticos y “legales” que desde hacía tiempo venía haciendo la Casa Blanca para contrarrestar la influencia comunista en Chile sobre todo a través de la democracia cristiana yotras organizaciones de la derecha de ese país.
Si miramos el panorama actual de América Latina y el Caribe veremos que poco o nada ha cambiado. Que como decía la poesía de Violeta Parra, “el león es sanguinario en toda generación”. La actuación del imperialismo en los países de Nuestra América, y especialmente en la vanguardia formada por Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador no difiero hoy de los mismos lineamientos que la CIA y las otras agencias del gobierno estadounidenses aplicaron con brutal salvajismo en el Chile de Allende. Schneider asesinado, Carlos Pratts asesinado en Buenos Aires, Orlando Letelier (ex canciller de Allende) asesinado en Dupont Circle, a cientos de metros de la Casa Blanca amén de los miles de detenidos, torturados y desaparecidos después del golpe militar de 1973. Sería ingenuo pensar que hoy, en la Oficina Oval de la Casa Blanca, el inverosímil Premio Nobel de la Paz convoque a sus asesores para elaborar estrategias políticas distintas -humanitarias, solidarias, democráticas- para hacer frente a las resistencias que se alzan en contra del imperialismo en las más diversas latitudes, sea esto en Siria como en el Líbano, en Cuba como en Venezuela, en Bolivia como en Ecuador y, por añadidura, en toda América Latina y el Caribe, países estos absolutamente prioritarios para preservar la integridad de la retaguardia imperial. En contra de los discursos colonizadores, racistas y hasta autodescalificadores que pregonan la irrelevancia de esta parte del mundo, los trágicos sucesos de Chile ya demostraban hace más de cuarenta años lo crucial que era el proceso político de ese país para la estabilización de la dominación global de Estados Unidos. Hoy podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que por comparación a lo ocurrido en aquellas aciagas jornadas de 1970, la importancia de Nuestra América es muchísimo mayor, como lo es la virulencia terrorista del imperio en su empeño por retrotraer la situación de nuestros países a la existente antes del triunfo de la Revolución Cubana. De ahí la necesidad de tomar nota de las lecciones que nos deja el caso chileno y no bajar la guardia ni por un segundo ante tan perverso e incorregible enemigo, cualesquiera sean sus gestos, retóricas o personajes que lo representen. Nixon, Reagan, Bush (padre e hijo), Clinton y Obama son, en el fondo, lo mismo: marionetas que administran un imperio que vive del saqueo y el pillaje, amparado por un formidable aparato ideológico y comunicacional y un aún más tremendo poder de fuego capaz de eliminar toda forma de vida en el planeta Tierra. Sería imperdonable que nos equivocáramos en la caracterización de su naturaleza y sus verdaderas intenciones.
Notas:
2 Una información muy detallada sobre estos proyectos del gobierno norteamericano para desestabilizar y tumbar gobiernos adversarios, no sólo el caso de Chile, se encuentra en US Congress, Senate, Alleged Assassination Plots Involving Foreign Leaders, Interim Report of the Select Committee to Study Government Operations with Respect to Intelligence Activities, 94th Congress, 2nd Session, (Washington, DC: US Government Printing Office, 20 November 1975). Las referencias al dictado de Nixon se encuentran en la página 227 de este volumen. Un racconto más detallado del caso chileno puede verse en Kristian C. Gustavson, sobre la base del documento de la CIA indicado más arriba.
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