miércoles, 18 de septiembre de 2013

Reforma y Revolución: Uniendo gobierno y poder políticos



Por Irma Becerra 

En el programa “Resistencias” de Félix Molina del miércoles 4 de septiembre del año en curso, se realizó una entrevista a Víctor Meza, en la cual éste adujo y afirmó que la lucha electoral, si nos da el triunfo, nos asegurará sólo el gobierno pero no el poder político, porque esto último sólo puede lograrse y dárnoslo la revolución incluso por otros medios como es la insurrección urbana y popular. Ya Rosa Luxemburgo se preguntaba: “¿Es posible que la socialdemocracia se oponga a las reformas? ¿Podemos contraponer la revolución social, la transformación del orden imperante, nuestro objetivo final, a la reforma social? De ninguna manera. La lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de la clase obrera y de empeñarse en el sentido de su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. 

Entre la reforma social y la revolución existe, para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble. La lucha por reformas es el medio; la revolución social, el fin”. En este sentido, ambas, reformas sociales y revolución son componentes de un mismo esfuerzo social, económico y político.

Víctor Meza no aclara cómo se llevará a cabo la revolución y, por tanto, la toma del poder político por lo que creemos que su consideración es sólo parcialmente cierta porque implica una confusión entre la reforma o la revolución como antiguo debate de la izquierda. Aunque sí es verdad que el parlamentarismo del Estado capitalista y la democracia son formas esenciales de la estructura política y jurídica que ejercen las clases capitalistas para mantenerse en el poder y no sólo en el gobierno, no es verdad que el movimiento popular no pueda abrirse espacio en dicha estructura para ir creando las condiciones políticas y jurídicas de la revolución como fin último al cual el movimiento popular no debe renunciar. El mismo Víctor Meza participa actualmente del Estado capitalista en funciones de seguridad por lo que no comprendemos la escisión que hace entre gobierno y poder político. Como señala Rosa Luxemburgo: “El fundamento científico del socialismo (y por tanto de la revolución social) reside, como se sabe, en los tres resultados principales del desarrollo capitalista. Primero, la anarquía creciente de la economía capitalista, que conduce inevitablemente a su ruina. Segundo, la socialización progresiva del proceso de producción, que crea los gérmenes del futuro orden social. Y, tercero, la creciente organización y conciencia de la clase proletaria, que constituye el factor activo en la revolución que se avecina”. La lucha por la revolución social y, por lo tanto, por el poder político, se dirige contra el modo de producción capitalista, su Estado de clases y con ello, la instauración de la explotación capitalista, por lo que el mero parlamentarismo y la democracia sólo son medios pero no fines en sí  mismos. Lo que precipitará la crisis final del capitalismo y su Estado de clases son las barreras aduaneras y el militarismo: “El Estado existente es, ante todo, una organización de la clase dominante. Asume funciones que favorecen específicamente el desarrollo de la sociedad porque dichos intereses y el desarrollo de la sociedad coinciden, de manera general, con los intereses de la clase dominante y en la medida en que esto es así, la legislación laboral se promulga tanto para servir a los intereses inmediatos de la clase capitalista como para servir a los intereses de la sociedad en general. Pero esta armonía impera sólo hasta cierto momento del desarrollo capitalista. Cuando éste ha llegado a cierto nivel, los intereses de clase de la burguesía y las necesidades del avance económico empiezan a chocar, inclusive en el sentido capitalista. Creemos que esta fase ya ha comenzado. Se revela en dos fenómenos sumamente importantes de la vida social contemporánea: la política de las barreras aduaneras y el militarismo. Ambos fenómenos han jugado un rol indispensable y, en ese sentido, revolucionario y progresivo en la historia del capitalismo. Sin protección aduanera ciertos países no hubieran podido desarrollar su industria. Pero ahora la situación es distinta”. La revolución puede darse si la vemos desde el punto de vista de la clase capitalista: “Para ésta, el militarismo se ha vuelto indispensable. Primero, como medio para la defensa de los intereses “nacionales” en competencia con otros grupos “nacionales”. Segundo, como método para la radicación del capital financiero e industrial. Tercero, como instrumento para la dominación de clase de la población trabajadora del país”. Lo que deberemos desmantelar es, entonces, el modo de producción capitalista con su estado de clases. Reorganizar el Estado para ponerlo al servicio de las clases desposeídas: “En el choque entre el desarrollo capitalista y los intereses de la clase dominante, el Estado se alinea junto a ésta. Su política, como la de la burguesía, entra en conflicto con el proceso social. Así va perdiendo su carácter de representante del conjunto de la sociedad y se transforma, al mismo ritmo, en un Estado puramente clasista. O, hablando con mayor precisión, ambas cualidades se distancian más y más y se encuentran en contradicción en la naturaleza misma del Estado. Esta contradicción se vuelve progresivamente más aguda. Porque, por un lado, tenemos el incremento de las funciones de interés general del Estado, su intervención en la vida social, su “control” de la sociedad. Pero, por otra parte, su carácter de clase lo obliga a trasladar el eje de su actividad y sus medios de coerción cada vez más hacia terrenos que son útiles únicamente para el carácter de clase de la burguesía, pero ejercen sobre la sociedad en su conjunto un efecto negativo, como en el caso del militarismo y de las políticas aduanera y colonial. Además, el control social que ejerce el Estado se ve a la vez imbuido y dominado por su carácter de clase”.

Desde esta perspectiva es necesario decir que se pueden realizar no únicamente cambios reformistas desde el gobierno sino también cambios histórico-políticos que lleven a una transformación estructural revolucionaria si se cuenta con el suficiente poder popular y de las clases más desposeídas, es decir, si se entiende la lucha como un proceso histórico de sometimiento de aquellas clases sociales capitalistas que explotan la riqueza humana de las demás. La revolución desde abajo debe controlar los barrios y colonias; aldeas y municipios para que sea el pueblo organizado el que exija pasar de meras reformas hacia los cambios revolucionarios, y esto se logrará con la participación directa de los ciudadanos conscientes en un únificado proceso de sugerencias libertarias. Para ello se necesita de la teoría y la praxis revolucionarias que orienten la acción de las masas en la actividad organizada de presionar por la obtención de oportunidades que les hayan sido denegadas desde siempre. En este sentido, se debe estar preparado para un estallido revolucionario y para no perder el control si éste llegara a ocurrir. Los pueblos son impredecibles y si no se ofrecen las oportunidades que merecen, ellos mismos se encargan de tomárselas. Se precisan líderes que esten formados política y filosóficamente para llevar el socialismo hasta su meta final; líderes que no sean oportunistas sino honestos y que reconozcan que la anarquía del capitalismo sólo se puede ordenar con un nuevo sistema socioeconómico. Los supuestos líderes que sólo llevan la intención de seguir sus propios intereses serán borrados por la historia del movimiento obrero y popular que avanza hacia el proceso revolucionario en todo su contenido de totalidad histórica.

Las reformas pueden ir acercándonos a la revolución como toma del poder político, pero debemos pensar también que la revolución no es únicamente una cuestión de poder sino además una cuestión de desarrollo de la conciencia de todo el pueblo para detener a tiempo toda la barbarie, el salvajismo, el militarismo y la ausencia de civilización en un país. Por lo tanto, también es un problema social y de cultura y sobre todo de cultura política.

Los sucesos que han acompañado al golpe de Estado, en los años de posgolpe se han ensañado con el pueblo hondureño, masacrando jóvenes, indígenas, campesinos, mujeres, niños, etc. en la más completa impunidad y esto ha creado una crisis política y económica terrible en el país que ha hecho que muchas personas emigren o vivan intimidadas por el militarismo vigente. Por eso debemos enseñar al pueblo a exigir transformaciones en la medida en que todos nos mantengamos unidos, las resistencias unidas para su defensa legítima, porque por ese disgregamiento actual que ha existido es que se ha podido golpear al movimiento obrero y popular. No renunciaremos a la revolución pero no apresuraremos su camino con hechos violentos o que inciten a la violencia sino con tareas organizativas que denuncien la impunidad y puedan neutralizarla. No debemos separar el gobierno del poder político porque el primero es parte del segundo, de hecho uno de sus medios para lograr que el movimiento social no sea disgregado. En este sentido, confiamos que las reformas sociales, económicas y políticas que realizará el partido LibRe en caso de resultar vencedor de las elecciones de noviembre de 2013, nos impulsarán hacia la victoria final del socialismo democrático que incorpora la revolución pacífica como transformación estructural plena e integral de las relaciones sociales de producción. En esto estaba muy clara Rosa Luxemburgo: “...La socialdemocracia, empero, no espera alcanzar sus objetivos como resultado de la violencia victoriosa de una minoría ni a través de la superioridad numérica de una mayoría. Ve el socialismo como resultado de la necesidad económica ―y de la comprensión de esa necesidad― que lleva a las masas trabajadoras a destruir el capitalismo”. Esperamos propiciar el debate.

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