domingo, 7 de julio de 2013
Democracia contra capitalismo
Por Víctor Manuel Ramos
Con mucha sutileza, los ideólogos del capitalismo, plantean que en el actual panorama político nacional lo que se deslinda es la alternativa entre el socialismo (al que caracterizan como izquierdismo radical, con todas las connotaciones de terrorismo y subversión) y la democracia (la falsa democracia que tiene a los hondureños en la miseria). Nada tan falto de verdad y de fundamento, sobre todo porque quienes predican estas falacias han sido, justamente, los actores de la destrucción de lo que ellos mismos consideran como la verdadera democracia, los que han sojuzgado a la mayoría de los hondureños en favor de un grupúsculo privilegiado, enriquecido fraudulentamente a costa de las arcas del Estado y, consecuentemente, de los dineros que pertenecen a todo el pueblo hondureño.
Asombra, por tanto, la frescura con que Romeo Vásquez afirma que el país y la democracia están a punto de perderse. Él no concibe que Honduras pueda ser gobernada por otras fuerzas diferentes a las que pertenece. No le cabe en su mente con anteojeras el que haya fuerzas políticas nuevas con el más amplio respaldo popular. Y digo que asombran estas declaraciones porque ha sido el general Vásquez quien no solo llegó a punto de destruir su democracia, sino que dio al traste con ella y, por su irresponsabilidad y su falta de pundonor militar, condujo al país a una tremenda crisis económica y social, al aislamiento internacional y a la represión que ha costado muchísimas vidas de ciudadanos que protestaron con justeza en contra del golpe de Estado. Esa situación la acaba de reconocer Pepe Lobo quien ha concluido que la mayor parte de las desgracias que sufre actualmente el pueblo hondureño son consecuencias del golpe de Estado. Romeo dice que él está ofreciendo un cambio, pero ese cambio ya lo ejecutó al ser el protagonista del nefasto golpe de Estado; ese cambio ya se lo recetó a los hondureños, manu militari.
Y en ese afán de mostrar las cosas distorsionadas, como si estuviéramos en Macondo, es que se atreven a afirmar que las nuevas fuerzas que pugnan por una verdadera democracia, que es sin lugar a dudas el socialismo democrático, son intolerantes y fanáticas. Yo no veo realmente tal intolerancia ni tal fanatismo, por el contrario, lo que escucho es el llamado a la discusión abierta sobre los problemas fundamentales de Honduras.
¿Quiénes son realmente los intolerantes y fanáticos?: los que perpetraron el golpe de Estado, los que no toleraron la posibilidad de que el pueblo opinara en la cuarta urna, los que persiguieron con garrote, gases tóxicos y asesinato a los hondureños que protestaban en contra de la ruptura constitucional. ¿Podrá haber mayor intolerancia que esa? ¿Querrá Romeo Vásquez ser intérprete de los deseos de los hondureños si les ha impedido expresar su opinión y ha violentado el Estado de derecho expulsando al presidente legítimo?
Esa es la razón por la que muchos quieren ver en las nuevas fuerzas lo que ellos desean en el seno de sus corazoncitos: la esencia misma de la lucha pervertida, las tesis de cambio desvirtuadas, sobre todo porque son el sustento ideológico de la principal fuerza popular política del país.
Así mismo, que decir de quienes ven posturas equivocadas en la dirigencia de las nuevas fuerzas populares a las que se les acusa de usurpar las estructuras jerárquicas a pesar de que su mandato es el resultado de los votos en las elecciones internas y de la voluntad casi unánime de los miembros del Frente Nacional de Resistencia contra el Golpe de Estado. Esta dirigencia legitima hasta el tuétano y estas nuevas fuerzas están pugnando por un nuevo Estado en el que quepamos todos, con verdadera hermandad de hondureños, pero fundamentalmente con plena justicia para todos. Por eso, esos temores de que sean las organizaciones populares las que se apoderen, vía sufragio electoral limpio, de las instituciones de la sociedad tiene sin cuidado a la mayoría de los hondureños. Ellos saben que con el mandato del pueblo habrá una nueva etapa que remediará las grietas que han profundizado, precisamente quienes nos han desgobernado desde la independencia, dividiendo la sociedad entre miserables y potentados encaramados en las espaldas del pueblo.
Pensar en el cambio no nos convierte en forajidos porque no predicamos el odio; además los errores al gobernar no pueden ser de las nuevas fuerzas que nunca han tenido la oportunidad de conducir el Estado hondureño; esos graves errores, que han llevado casi a la destrucción del Estado, se deben a quienes propugnan por una democracia de metirijillas. Luego, ¿por qué tanto pánico frente a la posibilidad de que los hondureños, por fin, se conviertan en dueños de su propio destino?
No se trata de que de un lado estén los científicos sociales y políticos y del otro el populacho ignorante que necesita de los sabios para que le gobiernen. No se trata de los doctores de un lado y de los lectores de pasquines, del otro lado. No se trata de sabios poseedores de las fórmulas para domeñar al pueblo de un lado y del otro de los admiradores del Che –figura inmortal, sin lugar a dudas- lectores de los “paquines” de Rius quien puso en manos del populacho la teoría revolucionaria. No se trata de tratadistas y legos en política, expertos en “elecciones estilo Honduras”, en demagogos que han ofrecido el cielo y la tierra a cambio del voto y de advenedizos izquierdistas – ¿es que la política es exclusividad de las oligarquía, acaso?-. No se trata de santulones por un lado y gentes que religan el odio y las frustraciones de la infancia con las teoría política, que las frustraciones se dan en todas las capas sociales. De lo que se trata es de la lucha entre la tradición que nos ha sojuzgado y el cambio para liberar de la miseria al pueblo de Honduras.
La verdad, sentencia la filosofía de todos los tiempos es absoluta: solo existe una. Pero el hombre es tal, justamente por su capacidad de pensar. Por eso asombra que se atribuyan la posesión de la verdad y consideren a todo mortal que les haga oposición verdaderos ignorantes, incapaces de pensar, no importa si son ideólogos, estrategas, columnistas, sacerdotes, teólogos o académicos, siempre que se identifiquen con las nuevas fuerzas políticas que pugnan por una auténtica democracia en Honduras. El odio no solo lo profesan quienes tienen la sartén por el mango en el gobierno de Honduras, sino que también lo llevan a la práctica. Ese odio se ha traducido en el golpe de Estado, en la represión en contra del pueblo, en el asesinato de muchos hondureños que repudiaron el golpe de Estado, en la criminalidad que abruma al país, en la miseria que no abandona las covachas, en la falta de empleo, en la tergiversación mediática de la verdad. Hay tanto odio hacia la chusma en las oligarquías gobernantes que ni siquiera la toleran, por eso les es duro "convivir y tener que soportar” nos. Vaya declaración de amor a los hondureños. La verdad sea dicha: la lucha es entre el capitalismo salvaje y su par el neoliberalismo y una auténtica democracia. Nada más.
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