domingo, 7 de julio de 2013
Dashiel Hammett: transitando caminos inexplorados
Por Rafael Calero Palma
Poco podía imaginar Dashiel Hammett (Maryland, 27 de mayo de 1894- Nueva York, 10 de enero de 1961) cuando publicó allá por 1927 Cosecha roja, que con aquella novela estaba dando el pistoletazo de salida a todo un estilo no sólo literario sino también cinematográfico. Y es que con esta obra seminal, Hammett sentó las bases de la novela negrocriminal moderna (conocida en inglés con el nombre de Hard-boiled detective fiction).
Es de sobra conocido que hasta la publicación de Cosecha roja, las novelas de detectives, policiacas o de crímenes se miraban en el espejo de Edgar Allan Poe, de Wilkie Collins o de Sir Arthur Conan Doyle. Normalmente, en estas novelas el detective se enfrentaba a la resolución de un crimen, que había tenido lugar en un espacio limitado y para el cual había varios posibles candidatos. Al final el caso siempre se resolvía de la manera más insospechada gracias a las virtudes y a la capacidad de observación del detective. Debemos, pues, a Sir Arthur Conan Doyle, la creación de todo un paradigma de detective, encarnado en el personaje de Sherlock Holmes, un protagonista que destacaba por ser un gran observador de los detalles y de la realidad circundante y que siempre acababa resolviendo los casos usando su inteligencia y basándose en las pistas.
A partir de Cosecha roja, la novela policiaca da un giro de ciento ochenta grados. Los detectives dejan de ser personajes al estilo de Sherlcok Holmes y pasan a ser tipos de carne y hueso, con sus vicios —muchos, en realidad— y sus virtudes —muy pocas, en comparación a los vicios—, que no dudan en hacer uso de la violencia si con ella pueden resolver un caso, y que actúan en una sociedad, la norteamericana, invadida por la corrupción, el tráfico de drogas, alcohol e influencias y por la ambición de poder.
Personville, la ciudad en la que transcurre Cosecha roja, es un lugar podrido desde los mismísimos cimientos, donde la corrupción política y policial campa a sus anchas, y la violencia es algo tan cotidiano que a nadie sorprende. Pero tampoco se puede decir que el Agente de la Continental que ha decidido limpiar la ciudad sea precisamente un dechado de virtudes: Bebe como un cosaco, miente para alcanzar sus objetivos, es violento y manipulador —utiliza a la gente a su antojo— y no muestra reparos éticos ante el crimen, aunque siempre da muestras de que lo que hace, lo hace en pos de una meta loable: Regenerar la sociedad.
En cuanto al estilo literario, tampoco es descabellado afirmar que Hammett fue todo un pionero. Sus obras están escritas con un lenguaje directo, a base de frases cortas y casi sin adjetivación —un estilo al que debe mucho Hemingway, sin ir más lejos— y un vocabulario extraído de la lengua popular, e incluso de los estratos sociales más bajos. En la literatura de Hammett los diálogos soportan todo el peso de la trama y sin duda, son estos, chispeantes, ingeniosos, irónicos y no carentes de cierto sentido del humor, los que han dado grandeza a este género literario. Tal vez sea por ello que, con bastante frecuencia, las adaptaciones a la gran pantalla de estas novelas, haya dado como resultado, obras maestras del cine.
Tras Cosecha roja vinieron otras obras, algunas míticas, como El halcón maltés, llevada al cine por el gran director John Huston, e interpretada por el inolvidable Humphrey Bogart, o La llave de cristal, que para la mayoría de los aficionados es su mejor obra. Y tras la estela de Hammett llegaron otros muchos autores. En realidad, se puede afirmar con rotundidad que pocos autores han escapado al influjo del creador del personaje de Sam Spade: de Raymond Chandler, a James M. Cain, de James Ellroy a Michael Connelly, de Manolo Vázquez Montalbán a Carlos Zenón. Y así hasta el infinito y más allá. Durante mucho tiempo, tanto Cosecha roja como la mayor parte de la literatura negrocriminal, no ha sido considerada literatura de primera categoría. No me imagino esta o cualquier otra novela de Hammet, de Chandler, de Cain en el canon de Harold Bloom, pero qué cojones, ¿a quién le importa la opinión de Bloom? A mí no, al menos.
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