lunes, 20 de mayo de 2013

El imperio no pudo impedir la Unasur *




Por Atilio A. Boron

A pesar de la virulencia de la contraofensiva norteamericana, la fortaleza de las resistencias sociales frustran sus designios, ya que EE.UU. no es más una potencia invencible

El golpe en esa nación centroamericana (Honduras) puso fin a las ilusiones, acunadas por muchos, que sostenían que el imperialismo había cambiado y que la rapiña desenfrenada de los recursos naturales y los métodos brutales de dominación eran cosa del pasado. Quienes así piensan se olvidan del activo papel que Washington jugó en el golpe militar venezolano de abril de 2002, y del no menos protagónico papel desempeñado en el lockout petrolero de finales de ese mismo año; o subestiman (o ignoran) lo que hicieron –¡y siguen haciendo!– diversas agencias del gobierno norteamericano cono la Usaid y la NED, junto con ONG de ese país, supuestamente independientes, para desestabilizar la Revolución Bolivariana, o el gobierno de Evo Morales y provocar la secesión de la Media Luna Oriental; o desconocen el modo en que se está fomentando el renacimiento del separatismo del Guayas, en Ecuador, y el apoyo a la intentona golpista del 2010, para ni hablar de la incesante campaña mundial de mentiras y calumnias lanzada en contra de los líderes populares de la región. Se olvidan también de la desorbitada expansión de las bases militares que rodean con un cinturón de hierro toda la región; de la imposición –ante gobiernos que resignan soberanía– de una legislación “antiterrorista” diseñada para reprimir y desactivar la protesta social; de la tremenda ofensiva mediática internacional, concertada hasta en sus mínimos detalles y que convirtió a los grandes medios de la región en los “estados mayores” de una derecha política cada vez menos gravitante sin la ayuda de aquéllos.
Los señalamientos precedentes hablan con elocuencia de la virulencia de la contraofensiva norteamericana pero, al mismo tiempo y dialécticamente, de la fortaleza de las resistencias sociales que se oponen a sus designios. Nada sería más pernicioso en la coyuntura actual que la aceptación de una cierta opinión que concibe a los Estados Unidos como una potencia inexpugnable e invencible. Si bien su poderío sigue siendo formidable no es menos cierto que, como se señalara más arriba, varias de sus iniciativas fueron frustradas por la tenaz resistencia que opusieron los pueblos de la región. Sus aventuras golpistas en Venezuela fueron desbaratadas, al igual que sus planes sediciosos en Bolivia y Ecuador. Tampoco pudo impedir la realización de ejercicios navales conjuntos entre las armadas de Rusia y Venezuela en el Mar Caribe, que muchos estrategas de Estados Unidos conciben como un lago o un mar “interior”. Esto era impensable hace apenas diez años, pero hoy es una realidad. El rechazo al ALCA, impulsado por una multitudinaria movilización continental, se inscribe en esta misma línea, así como la creciente inoperancia de las “cumbres” de las Américas lanzadas en 1994 cuando otro era el clima que imperaba y Bill Clinton ponía en marcha el dispositivo que supuestamente culminaría con la aprobación del ALCA, culminando así el proceso de anexión económica y política de América latina y el Caribe al imperio. Una tras otra las cumbres terminaron en un revés para Washington: la de Trinidad-Tobago, en 2009, reincorporando a Cuba al sistema interamericano pese al veto estadounidense. Y la más reciente, en Cartagena, con 32 jefes de Estado declarando que era la última reunión que se haría sin Cuba y exigiendo el fin del criminal bloqueo que el imperio impuso a la isla rebelde. Adicionalmente habría que agregar otra derrota, que no por haberse producido en el seno de una institución moribunda como la OEA deja de tener importancia. En el 2005 y en contra de la militante preferencia de Estados Unidos los países de la región eligieron como nuevo secretario general a José Miguel Insulza, quien había sido prominente funcionario del gobierno de Salvador Allende, y que se convirtió en el primero en ser elegido contrariando la voluntad de Washington. En otro orden de cosas, Estados Unidos no pudo impedir el cierre de la Base de Manta, en Ecuador; frustrar la política de liberación de rehenes de las FARC en Colombia y escarmentar a Evo Morales por haber expulsado de Bolivia al embajador norteamericano (y consuetudinario golpista y secesionista, “inventor” de Kosovo en los Balcanes) Philip Goldberg. Tampoco pudo impedir la creación de la Unasur y su Consejo Sudamericano de Defensa y la formación, en febrero del 2010 de la Celac, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, cuya primera cumbre se celebraría en Caracas en diciembre del 2011. En suma: la resistencia de los pueblos ha sido formidable, y cosechado no pocos éxitos. Algunos logros, ya referidos en este libro, se dieron en la esfera económica frustrando la aplicación de políticas neoliberales como las privatizaciones. Otros, como los que acabamos de mencionar, erigiendo obstáculos insalvables a la política de dominación del imperio.
Palabras finales
Llegó la hora de poner punto final a este escrito. De su lectura se infiere que la época por la que atravesamos hará que la lucha de nuestros pueblos por la autodeterminación nacional y la construcción de una genuina democracia sea ardua y prolongada. Pero, tal como lo recordara el comandante Fidel Castro en su reunión con los intelectuales el 10 de febrero del 2012, “aunque nos dijeran que al mundo le quedan pocas semanas de vida nuestro deber sería luchar, seguir luchando hasta el fin”. Sabemos que los imperialistas no se darán por vencidos muy fácilmente pues su derrota no sólo será política sino que afectará decisivamente un modo de vida basado en el derroche y el despilfarro, y en la agresión a la naturaleza, que es insostenible en el mediano plazo. Se defenderán con uñas y dientes, y nada los detendrá; cualquier crimen, atrocidad o acto de barbarie será justificado apelando a los pretextos y racionalizaciones tradicionales: la defensa de la libertad, la democracia, la justicia. Y América latina, región absolutamente prioritaria, será el área donde librarán sus primeros combates y también el último, final y decisivo. Los primeros, porque los imperialistas pueden resignarse a perder Africa, Asia, inclusive a Europa, pero jamás América latina, y en estas tierras descargarán todo su infernal aparato militar sobre quienes sean percibidos como planteando los más elementales cuestionamientos a su opresión. El último combate porque, destruidas sus bases de sustentación en otras regiones del mundo, buscarán refugio en nuestros países, haciéndose fuertes en la insularidad americana que, supuestamente, pondría al imperio a salvo de cualquier incursión terrestre de fuerzas enemigas extracontinentales. Por eso, la lucha debe continuar sin pausa alguna. La “batalla de ideas” es uno de los escenarios de esa lucha. No es el único, pero es terriblemente importante. Este libro pretendió ser una modesta contribución a esta empresa.
* Extracto del libro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo.

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