lunes, 20 de mayo de 2013

Primer aniversario del horror en Ahuás




Hace un año doña Hilda Lezama y su esposo zarparon en su pipante desde Puerto Lempira con 16 indígenas miskitos a bordo, con destino al municipio de Ahuás.

Por la carretera natural que es el río Patuca avanzaban en la noche burlando el sol incandescente de los días térmicos de mayo, víspera del Día de la Madre.

Los tripulantes -entre quienes venían dos mujeres embarazadas y 6 niños- ignoraban que sobre Ahuás, tropas especiales de Honduras, mercenarios centroamericanos y agentes de la DEA, dirigían un operativo militar contra supuestos narcotraficantes.

En las sombras de la noche cateaban viviendas, detenían personas y disparaban contra el rústico embarcadero de la comunidad, con armas de guerra y visores nocturnos, con artillería aérea e infantería terrestre.

Cuatro helicópteros artillados sobrevolaban la zona, ubicada cerca de la base militar gringa instalada abusivamente en Caratasca.

El pipante intentaba atracar en Ahuás, mientras una embarcación abandonada era arrastrada por la corriente del río. Las ráfagas con armas de guerra iluminaban la oscura noche sobre 16 personas indefensas, desarmadas, habitantes del lugar.

Murieron cuatro seres humanos en aquél ataque: Juana Jackson y Candelaria Pratt (ambas embarazadas), el niño Hasked Brooks Wood y el joven Emerson Martínez. Y ahí venía Wilmer Lucas Walter, un niño de 14 años, quien sobrevivió hundiéndose en el río después de ser alcanzado por un disparo de grueso calibre que partió su mano izquierda. Walter también perdió sus estudios en la escuela. Convive hoy con el COFADEH en Tegucigalpa mientras realiza su terapia rehabilitadora en un hospital público.

Igual que Wilmer, un joven y una mujer quedaron lisiados para toda su vida. Y en total, nueve niños y jóvenes son huérfanos de aquella tragedia.

El COFADEH ha curado algunas heridas durante este año transcurrido, agregó denuncias al expediente del Ministerio Público en La Ceiba, viajó dos veces a la zona, documentó nuevos hechos y denunció ante el mundo lo sucedido. Pero no es suficiente.

El oráculo de los militares y policías, Arturo Corrales, y la embajadora gringa Lisa Kubiske, se vinieron encima minimizando los hechos, tergiversando la información y endilgando responsabilidad a las víctimas, e inclusive el propio Porfirio Lobo llamó narcotraficantes a los muertos y heridos por viajar de noche huyendo del calor.

En este año han sido evidentes las influencias del Departamento de Estado y la DEA tratando de ocultar con vil impunidad a los autores de esta matanza cruel y despiadada. Intentan con cinismo demostrar un ataque de los indígenas contra los helicópteros militares. E imponen silencio a sus vasallos locales.

En un reporte del fiscal Luis Alberto Rubí enviado a María Otero al Departamento de Estado aparecen los nombres de los soldados y policías hondureños que participaron en el ataque, pero fueron ocultados los agentes de la DEA y sus contratistas participantes en la matanza.

Actualmente los 4 niños y los dos hombres sobrevivientes no fueron reparados aún por los daños físicos, morales y psicológicos infringidos por los guerreros de la DEA que no combaten el narcotráfico, sino que más bien lo encubren, fomentan y exportan.

Las personas lisiadas tampoco recibieron apoyo del Estado para su recuperación.

A pesar del silencio cómplice de la Secretaría de Pueblos Indígenas y Negros, del Ministerio Público, el Ejército, la Presidencial y el poder fáctico de la embajada de Obama en Tegucigalpa, el caso sigue abierto.

La masacre de Ahuás deberá subir con mucho lobby al Congreso de Estados Unidos, con nuevas evidencias a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y con muchas comunicaciones a la Corte Penal Internacional.

Cuando vemos el brazo de Walter sanando lento aquí en Tegucigalpa vemos ahí la impunidad caminando veloz, produciendo dolor con rabia y, a veces, mucho más que eso.

Hoy enviamos desde esta trinchera editorial un abrazo solidario a las víctimas de Ahuás y una repulsa potente a los encubridores profesionales, a la embajada de Estados Unidos y a su nuevo comisionado de soldados y policías, el patético Arturo Corrales.

La verdad no puede ser ocultada ni  tergiversada todo el tiempo, será liberada un día y Ahuás estallará en el rostro de esta gente descarada que convive con cinismo entre nosotros.

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