martes, 3 de noviembre de 2020

De la ciencia, la política y otras cosas


IECCS

Por Juan Manuel Zaragoza Bernal 

Este fin de semana ha trascendido un Decálogo para el correcto abordaje de la COVID-19 en España, firmado por 52 sociedades científicas relacionadas directamente con la salud (enfermería comunitaria, pediatría, dermatología, geriatría, etc.). Este decálogo surge del I Congreso Nacional COVID19, organizado por estas mismas asociaciones, de forma virtual, entre el 13 y el 19 de septiembre. La propuesta ha recibido una gran atención en los medios, que lo han cubierto de forma bastante extensa en sus ediciones digitales. Además, la declaración ha recibido, a día de hoy, 16000 adhesiones en Change.org. En este artículo me interesa identificar y analizar las ideas que subyacen a este Decálogo. Su ideología, podríamos decir. Para ello, en primer lugar, haré una breve exposición de los principios que componen el decálogo; a continuación, mostraré brevemente cuáles son esos principios ideológicos subyacentes; en tercer lugar, propondré una descripción más acorde, en mi opinión, a lo que realmente está ocurriendo. Más empírica, si queréis; para concluir, defenderé que sólo tomando en cuenta una gran cantidad de saberes seremos capaces de salir de esta crisis mejor de lo que entramos. Mi propuesta parte, en gran medida, del trabajo de Bruno Latour, Donna Haraway y Rosi Braidotti. 

1. Análisis del Decálogo para el correcto abordaje de la COVID-19 en España

El Decálogo se inicia avisando al presidente del Gobierno de España y a los presidentes de las 17 Comunidades Autónomas, bien grande y en negrita, de que “en la salud, ustedes mandan pero no saben”. Obviamente, los firmantes no afirman que los políticos no sepan absolutamente nada de salud. No son capaces de decir tal disparate. Lo que les están diciendo a nuestros políticos es que, lo que saben, no vale. Que su saber es inútil. Una idea que se refuerza con los tres primeros puntos del decálogo, en los que conminan a los políticos a aceptar, de una vez, que la gestión de la crisis debe responder a criterios “exclusivamente” científicos, y les ordenan frenar “ya tanta discusión” para ponerse a hacer “cosas”, que detallan en los siguientes puntos e incluirían un protocolo “nacional”, pero que respete las “actuaciones territoriales diferenciadas”, la creación de una “reserva estratégica de material” y la petición de aumentar los recursos para la investigación. Salpicadas por el texto, encontramos de forma repetida la demanda de que sean “las autoridades sanitarias, sin ninguna injerencia política […] quienes establezcan las prioridades de actuación” o la necesidad de tener un “profundo conocimiento de las ciencias de la salud” para encargarse del “manejo de los recursos sanitarios”. 

2. Análisis “ideológico” (incluso metafísico) del Decálogo.

La primera conclusión resulta evidente, tanto por el título como por la lectura que hemos hecho: el objetivo principal de este Decálogo no es ofrecer medidas novedosas para una mejor gestión de la crisis, sino eliminar los factores políticos de la misma, ya que los políticos no saben. Esto podría pasar por ser producto del hartazgo que producen las constantes disputas entre administraciones, no tanto por mejorar la situación sanitaria, sino por decidir cómo se reparten las consecuencias políticas. Sería, por tanto, uno más de los muchos textos publicados durante estos días en los que se señala a la clase política como la culpable de la crisis. 

Pero el Decálogo no señala a las disputas partidistas como principal problema, por mucho que se mencionen en el punto 1, sino a la inutilidad de aquello que los políticos saben. Por eso, insisten, debe ser el saber que ellos detentan el que se tenga en cuenta a la hora de tomar decisiones. O, dicho de otra forma, únicamente deberemos atender a las “autoridades sanitarias”, a aquellos que tengan un “profundo conocimiento de las ciencias de la salud”, y deberemos despreciar la intervención de los políticos como “injerencias”. Aquí, en cuatro breves líneas, encontramos un magnífico ejemplo de lo que sería una propuesta tecnocrática, es decir, política. Y que, además, es incompatible con la democracia. 

Imaginemos, por un momento, que esta carta estuviera firmada, en vez de por científicos, por generales de las fuerzas armadas. Y que propusiesen que los políticos democráticamente elegidos diesen un paso atrás para que fuesen ellos los que tomasen las decisiones, basándose, para ello, en su mayor organización, su capacidad para imponer el orden de forma eficaz y su experiencia lidiando con situaciones de alto riesgo. A ninguno nos parecería, creo, tan buena idea. Pues algo parecido es lo que piden estas asociaciones científicas: dejemos a un lado los procedimientos democráticos (la lentitud burocrática, la discusión) y permitamos gestionar la crisis a las “autoridades sanitarias”. Detrás de lo que parecía simple sentido común (que gestionen “los que saben de esto”), encontramos una pulsión profundamente antidemocrática.


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