miércoles, 30 de octubre de 2019

Hay otra forma de gobernanza


Rebelión

Por Antonio Lorca Siero

Con independencia de las formas de Estado y de gobierno, el sistema de gobernanza tradicional de las distintas sociedades ha venido siendo el elitismo, en el que una minoría se impone sobre la mayoría para dirigirla. Esa minoría rectora de la sociedad se ha definido como elite —la que está arriba—, para distinguirse del resto del conjunto social —los de abajo—, que es considerado como un agregado de individualidades entendido como masas. Como ya destacaba Pareto, la presencia de las elites en el panorama político es inevitable, porque siempre se han reservado la patente del orden. Su aparato de seducción han sido las ideologías de circunstancias que, explotando los sentimientos de las masas, permite acomodarlos a sus propios intereses. La cuestión que se plantea es si la tradición del elitismo tiene fecha de caducidad o bien ofrece visos de prolongarse, puesto que no se aprecian alternativas serias del lado de las masas.

Desde la aparición del capitalismo moderno en la escena política con la revolución burguesa, a finales del siglo XVIII, tiene lugar un cambio radical que afecta a las sociedades más adelantadas del momento, transformando el panorama del ejercicio del poder. La introducción de la democracia representativa viene a suponer un planteamiento nuevo respecto al antiguo elitismo basado en la impermeabilidad estamental, ya que las elites son elegidas por las masas adscritas al pueblo. Lo que supondría un principio de dependencia para la elite, habituada a caminar a distancia por libre. Al hilo de la nueva situación, cabe la cuestión previa de si con el sistema capitalista y su modelo de democracia representativa, como fábrica de nuevas elites, pudiera entenderse que el elitismo se encuentra en franca decadencia por perder lustre lo selecto. Evidentemente se aprecia desde la aparición en escena de la democracia representativa cierto cambio en la trayectoria del elitismo político, que pasa a dar entrada a unas elites renovables, temporales y de cualquier procedencia social. Sin embargo parece no afectar en lo sustancial al modelo, puesto que continúa en vigor la tesis central del dominio de una minoría privilegiada sobre la mayoría ciudadana, igualitaria y sin privilegios. Pero al incidir en la calidad personal de la minoría elitista, dada la posibilidad de su extracción popular, en virtud de la intervención de los partidos políticos como cauce electoral para definirla, pudiera suponer otro aviso sobre la decadencia del modelo, ya que prescinde de lo especial en favor de lo común. Aunque no hay que olvidar que lo común, cuando pasa a ser elite, deja de ser común y se comporta como elite.

Hecho significativo vino a ser, que con el comienzo de la nueva época el elitismo, afectado por el Estado de Derecho, quedaba referido al aspecto institucional, decayendo el sentido personalista. La distancia entre elites y masas se estrechaba. Ahora, con el proceso de globalización y el sistema de bloques dirigidos por un Estado-hegemónico, junto con organismos internacionales, que han debilitado al Estado-nación, se devalúa todavía más el significado de la elite política local al hacerse dependiente del que manda en su bloque. Con lo que parece que se han acortado algo más las distancias entre elites y masas.

Al problema de la temporalidad y la circulación obligada que impone la democracia representativa, si se sigue a Mills, hay que añadir otro, la nueva élite sería un mosaico de representantes de poderes, lo que la restaría cohesión al decaer la identidad grupal. Si, por otra parte, se tiene en cuenta la realidad social de ese elitismo menor que acaba siendo extrapolable a la política, basado en simples imágenes, iconos a los que al poco tiempo se les decolora la pintura, influenciadores de un día y celebridades de pega, el tema tiene poco recorrido.

Lo destacado se produce con la irrupción del sistema capitalista en el panorama existencial de forma concluyente. Del lado de las masas, desde la revisión histórica de la marcha de las sociedades occidentales, se aprecia una progresiva mejora de las condiciones de vida, tanto materiales como intelectuales, que permiten entender superado en gran medida el tópico de su incapacidad para ejercer el poder. Abierto el acceso generalizado al conocimiento —aunque con miras eminentemente mercantiles—, auspiciado por el avance de la tecnología, animado por el desarrollo de las empresas capitalistas, al objeto de atender las demandas de la sociedad de consumo, las masas se han incorporado al tren del progreso. El proceso de ilustración, entendido como despertar a la razón superando las creencias, es el resultado de tales avances y ha alcanzado en alguna medida a todos. Con lo que el nivel intelectual y el grado de civilización generalizada en la mayoría de las sociedades globales ha progresado significativamente.

De esta forma, las masas, superado el estado de ignorancia por efecto de la ilustración que impone el consumo y contando con el poder que el mercado ha dotado a los consumidores, se encuentran en disposición de ejercer su gobierno de manera directa con garantías de estabilidad y seguridad, sin necesidad de acudir al sistema de intermediación propio de la democracia representativa. El medio material a tal fin es la utilización del instrumental avanzado que aportan las nuevas tecnologías y el perfeccionamiento de la llamada democracia electrónica, que viene a ser el paso previo que conduce a la democracia directa. Parece que los nuevos tiempos juegan en contra de las elites tradicionales y las masas ya no comulgan con la diferencia. Hasta es posible que esté a punto de suceder lo impensable para el elitismo.

En definitiva, ser elite es una competencia que se ha vulgarizado en extremo y además ya no dispone de argumentos de justificación para continuar aplicándose en una sociedad avanzada. Por lo que solo queda que la función política que venía desempeñando esa minoría privilegiada la ejerzan directamente los propios miembros de la sociedad en su condición de masas, expresando la voluntad general a través de una democracia que vaya más allá del voto. El cerco al gobierno de las elites se estrecha por el empuje de las masas, y que se produzca el cambio real acabará siendo cuestión de tiempo.

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