martes, 15 de octubre de 2019
Modales, revolucionarios y burgueses
Por Samuel Farber *
En su análisis sobre la cooperación en el Volumen 1 de El Capital, Marx hace la siguiente distinción analítica: “Del mismo modo que la fuerza productiva social del trabajo que se desarrolla mediante la cooperación parece ser la fuerza productiva del capital, la cooperación en sí, en contraste con el proceso de producción llevado a cabo por los trabajadores independientes aislados, o incluso los pequeños empresarios, parece ser una forma específica del proceso de producción capitalista”.
La misma distinción se aplica en el caso de los modales: los modales implican reglas de comportamiento cuyo contenido está determinado por la naturaleza de clase y la cultura de las sociedades específicas pero, al igual que la cooperación, también desempeñan una función indispensable en la sociedad contemporánea.
Esto fue claramente entendido por nadie menos que León Trotsky, quien describió acertadamente los modales como un “lubricante necesario en las relaciones diarias” en una sociedad humana y civil. Escribió largo y tendido sobre el tema en las páginas de Pravda, el principal y ampliamente leído diario del Partido Comunista. El argumento de que los modales eran una parte esencial de un proyecto ilustrado más amplio con que él, junto con dirigentes soviéticos como Vladimir Lenin, Krupskaia (la esposa de Lenin ), y Anatoly Lunacharsky (Comisario del Pueblo para la Educación), se había comprometido para transformar la cultura de la Rusia prerrevolucionaria, enraizada en la servidumbre campesina y los privilegios aristocráticos, en una dirección racional y humanista.
Para la izquierda de EE.UU. de hoy, los modales deben ser vistos como un elemento de una visión más amplia de la interacción social humana, así como una consideración inmediata en la organización política. Debido a que los modales son el aceite lubricante de las relaciones dentro de las organizaciones y que desempeñan un papel importante en el funcionamiento democrático de la izquierda, fomentan el respeto mutuo y la consideración que los miembros se deben mutuamente, y que los líderes deben a los militantes de base.
Los modales “burgueses”
Los modales “burgueses”, como se ilustra en los libros de “etiqueta” americanos, consisten en una combinación peculiar. Impregnados de un espíritu elitista y de clase, incluyen reglas carentes de contenido sustantivo que son, no obstante, importantes marcadores de distinción y reglas sociales con un contenido humanista y cuya función es lubricar la interacción social.
En su edición de 1934 Etiqueta: El Libro Azul de los usos sociales, Emily Post, la decana de la etiqueta americana, presenta sus reglas como diseñadas para la “mejor sociedad”, que según ella no se refiere a la confraternidad de los ricos, sino “a los que no son ricos, sino gentes con buenas formas en el habla, encanto, modales y consideración instintiva de los sentimiento de los demás”. Sin embargo, su manual dedica un espacio considerable a la etiqueta prescrita para las personas en posiciones sociales altas - presidentes, reyes , cardenales - y refuerza la noción de que la gente debe conocer su lugar en la jerarquía social, por ejemplo, desaconsejando la presentación de “una persona de posición [alta] a alguien que no le interesa conocer.”
El mismo énfasis impregna “La etiqueta de Emily Post”, una versión revisada de 1995 editada por Elizabeth L. Post, la nieta de Emily Post. Las personas de posición social más baja deben esperar a ser presentadas a una persona en una posición más alta y no al revés, y no pueden dirigirse a las personas de mayor rango por su nombre, al menos de que esté expresamente permitido. Del mismo modo, los buenos modales exigen que los huéspedes invitados a una cena estén sentados en función de su posición social; que los restaurantes o los clientes se dirigen a las camareras como “miss” (señora), pero no a los camareros como “sir” (señor) -al parecer, “sir” connota una posición más alta en la jerarquía social que “miss” y por lo tanto es “inapropiado” para los camareros).
Los mismos manuales establecen otras reglas que no son explícitamente jerárquicas pero que también carecen completamente de sentido, como las que orientan a los lectores a nunca dar la hora “como 'las nueve y treinta' sino como 'las nueve y media' o, mejor aún, como “la media después de las nueve”; o que los invitados en una cena formal esperen a que la anfitriona se ponga la servilleta en su regazo primero; o también responder la correspondencia a una pareja casada con diferentes nombres en la misma línea, y en líneas separadas si la pareja no está casada.
La falta de propósito es pura apariencia, sin embargo, porque la adquisición y uso de este conocimiento arcano cumple una función jerárquica de clase: diferencia al “superior” de “la gente común”. Estas reglas son especialmente pertinentes para la búsqueda de estatus, para las personas con movilidad ascendente, sobre todo en la clase media alta, que utilizan este conocimiento como palanca para impulsar su posición social en la sociedad. También juegan un papel importante para los miembros de la clase alta, sobre todo el “viejo rico”, que puede construir un muro de comportamiento, protegiéndolos de las incursiones de los “nuevos ricos” y de clase media alta.
Curiosamente, sin embargo, estos manuales también contienen reglas “neutrales” que, aunque no particularmente igualitarias, funcionan como “lubricante necesario en las relaciones diarias”, como apunta Trotsky, entre las personas en una sociedad urbana contemporánea caracterizada por relaciones interpersonales impersonales y anómicas (en contraste con las sociedades tradicionales, donde esas relaciones son más propensas a ser familiares entre personas de rango social equivalente). La joven Post informa que es de mala educación avergonzar intencionalmente a otra persona; la maledicencia, imponerse, o hacer preguntas personales; pararse a mirar y señalar con el dedo a alguien; o hablar sólo de uno mismo, mientras se está en compañía de otros. Post cree que es de buena educación ser consciente de la seguridad de los demás y que, por lo tanto, es importante no dar información sobre otros a llamadas telefónicas de desconocidos.
Sin duda, todas estas reglas comparten un elemento de rigidez en cuanto no tienen en cuenta las diferencias circunstanciales a las que se aplican. A veces, esta rigidez es llevada al extremo: Amy Vanderbilt, otra autoridad bien conocida en la etiqueta, considera a los niños “bárbaros” cuando llaman a los padres por sus nombres en vez de llamarlos “papá” o “mamá”. El motivo por el que los niños llaman a sus padres por sus nombres puede diferir radicalmente y, por lo tanto, no puede ser condenado, como lo hace Vanderbilt, como una cuestión de principio general.
En ciertos puntos, la joven Post afirma que algunas reglas son “tan viejas como el tiempo” y que “durarán para siempre.” Pero su libro pone en evidencia un grado de flexibilidad que muestra cómo las costumbres se ven inevitablemente afectadas por la historia y el cambio social y cómo las clases altas, cuyos puntos de vista son reflejados por los autores de los manuales, han tratado de adaptarse a estos cambios, preservando la jerarquía social establecida.
Suavizando un poco el elitismo y conservadurismo social de la abuela Post, la joven Post amplía su análisis a las costumbres étnicas y las “relaciones raciales”, criticando de manera progresista conductas ofensivas cuando hay insultos étnicos o racistas, y aconseja una respuesta crítica a los insultos, incluyendo alejarse del ofensor. Aceptando la realidad de las parejas heterosexuales no casadas que viven juntas, señala que cuando uno o una presenta a su pareja, por lo general es innecesario ir más allá de mencionar su nombre, y basta acompañarlo diciendo que es con “el hombre (o la mujer) con la que vivo”. Las personas LGBT no se mencionan en el manual, una indicación de su falta de aceptación entre la ‘alta sociedad’ en ese momento. Sin embargo, posiblemente influenciado por los efectos devastadores de la epidemia del SIDA, la misma versión asiente como perfectamente formal la petición de la mujer de que su pareja masculina se ponga un condón y la iniciativa masculina de ponerse uno.
La Ilustración cultural revolucionaria de Trotsky
León Trotsky es bien conocido como el principal organizador del Ejército Rojo, teórico e historiador de la Revolución Rusa, el principal oponente al régimen totalitario de Stalin, y crítico literario brillante. Mucho menos conocido es su papel como defensor tenaz de una ilustración cultural. El objetivo de Trotsky era una sociedad soviética rusa no sólo socialista e igualitaria, pero también moderna, que para él significaba, entre otras cosas, la alfabetización, la apertura a una visión del mundo racional, científica (por ejemplo, la medicina moderna), e igualitaria entre géneros. Sus discursos y escritos de la década de 1920, reunidos en “Problemas de la vida cotidiana”, lo muestran abordando estas cuestiones con detenimiento.
Trotsky escribía en el momento de la Nueva Política Económica (NPE), que desde la primavera de 1921 había liberalizado la economía, permitiendo la inversión extranjera, el comercio privado, y la producción campesina. El apoyo de Trotsky a la NPE, que ya había anticipado con sus propuestas anteriores que el partido rechazara en 1920, representó una inversión parcial de sus anteriores políticas de la Guerra Civil, durante las cuales había sido uno de los principales defensores de la centralización, la militarización, y una dictadura industrial virtual. Fue durante la NPE que Trotsky se preocuparía por la creciente burocratización de la revolución (aunque todavía apoyaba la dictadura de un solo partido). A su juicio, no sólo era importante abordar este problema, sino también el terreno en el que se asentaban, es decir la pobreza y los males sociales del pasado zarista: el analfabetismo, el alcoholismo y el soborno sistémico. Fundamental para este proyecto era abordar las relaciones interpersonales, en particular los modales.
Lejos de defender la noción romántica de que los oprimidos, como “buenos salvajes”, no eran parte de (o podrían superar automáticamente después de la revolución) la cultura de brutalidad diaria heredada de los tiempos zaristas, Trotsky arremetió contra la grosería, la vulgaridad, y la crudeza que todavía marcaba la sociedad soviética. Para él, una revolución cultural y la autotransformación eran un requisito previo para una sociedad racional poblada por individuos civilizados. En esto se hizo eco de Karl Marx, el cual anuncio en un discurso pronunciado el 15 de septiembre de 1850: “Le decimos a los trabajadores: Tienen por delante quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles y luchas populares, no sólo para cambiar la condiciones existentes, sino para cambiarse a sí mismos y hacerse aptos para el poder político'”.
La discusión multifacética de Trotsky sobre los modales se centraba en aquellos en los que veía símbolos particularmente problemáticos de un pasado brutal. En su artículo “La cortesía y la educación como lubricante necesario para las relaciones cotidianas”, publicado en 1923 en el famoso periódico Pravda, criticó fuertemente lo que él veía como la rudeza generalizada que caracterizaba las interacciones personales y contrastó las diferentes formas que adoptó entre las diferentes clases y grupos sociales. La “simple” grosería campesina era poco atractiva, pero libre de la degradante y descorazonada formalidad con la que muchos de los burócratas aristocráticos – a quienes la revolución se vio obligada a incorporar en su primer sistema administrativo – trataban a las clases “inferiores”. Trotsky sostuvo que a pesar de que existían medidas organizativas que podrían adoptarse contra este problema - así como contra las expresiones diversas de los trámites burocráticos, en particular contra los peores funcionarios que las perpetuaban – lo que más contribuía a su persistencia eran la vieja cultura de sumisión y el analfabetismo de las zonas rurales rusas.
En su artículo “La lucha por la expresión cultivada”, también publicado en Pravda en 1923, Trotsky se centra en un fenómeno generalizado: el uso de los insultos. Entre “los bajos fondos de la sociedad rusa”, escribía, maldecir era el resultado de la desesperación, la amargura, y sobre todo, la imposibilidad de escape de la servidumbre; para las clases altas, eran la expresión de la dominación de clase, el orgullo del propietario de esclavos, y la sensación de poder inquebrantable. Exaltando la necesidad de un lenguaje digno entre compañeros, escribió favorablemente sobre los trabajadores de la fábrica de zapatos “Comuna de París”, en la que llegaron a un acuerdo en una junta general de prohibir los insultos e impusieron multas por violar la regla.
En contraste con el espíritu jerárquico de Emily Post, Trotsky pensaba que los modales podían democratizar y dignificar las relaciones interpersonales, incluso en situaciones muy estratificadas. En su artículo “ 'Tú' y 'Usted' en el Ejército Rojo”, publicado en Izvestia en 1922, criticó la costumbre de mandos y oficiales del ejército de tratar a sus subordinados con la forma familiar ( “ty”, tú) mientras que sus subordinados respondían con la forma formal y educada ( “vy”, usted). Que los subordinados en el ejército deban obedecer las órdenes, Trotsky argumentó, no significa que no puedan ser tratados personalmente como iguales. (De hecho, la práctica que Trotsky denunció ya había sido prohibido oficialmente por la nueva Duma y el Soviet de Petrogrado después de la Revolución de febrero de 1917.)
Trotsky escribió también sobre los modales no verbales. En su artículo “La atención a las minucias”, también publicado en Pravda en 1921, insistió en la importancia de prestar atención a la limpieza, así como las normas contra el escupir y tirar las colillas de cigarrillos en lugares públicos. En la misma línea, criticó a soldados del ejército soviético, incluyendo a comandantes y comisarios por su falta de atención en su apariencia y en el mantenimiento de sus botas y armas. Como respuesta a las críticas que recibió por sus “regañinas burocráticas”, Trotsky argumentó que los modales eran la expresión de una falta de respeto por los demás, y que en instituciones en las que la vida en común era la norma, era imperativo que cada miembro dedicase toda su atención al orden y la limpieza.
La transformación cultural más allá de modales
La preocupación de Trotsky por una transformación cultural revolucionaria, de amplia base, en la joven Unión Soviética le llevó a abordar también cuestiones más allá de los modales. Uno de ellas fue el correcto uso del lenguaje, que él creía indispensable para un pensamiento preciso. El teórico de la literatura era muy crítico con la tendencia general (probablemente de las escuelas) de evitar la corrección de las faltas de ortografía de la clase trabajadora y el uso erróneo o pobre del lenguaje. Argumentó que la clase obrera en Rusia necesitaba un lenguaje preciso y correcto más que las demás clases porque “por primera vez en la historia había comenzado a pensar de manera independiente sobre la naturaleza, la vida, y sus fundamentos - y para pensar necesitaba como instrumento un lenguaje claro e incisivo”.
La misma preocupación por la transformación cultural subyace también en sus reflexiones sobre el tiempo, la exactitud y la precisión en la vida cotidiana, como por ejemplo en “¡Ay!, no somos lo suficientemente precisos”, publicado en Izvestia en diciembre de 1921. Durante la guerra civil, relata Trotsky, se encontró con una actitud descuidada y peligrosa en relación con la distancia y el tiempo por parte de los campesinos locales que servían como guías, y con frecuencia por parte de los comisarios y los comandantes del propio Ejército Rojo. Aunque su análisis deja fuera algunas de las bases materiales de ello, tales como los diferentes ritmos de la vida rural y agrícola, Trotsky señala otros factores materiales importantes, como el clima tan inhóspito y el sistema salvaje de esclavitud señorial que animó la pasividad, la paciencia y la indiferencia al tiempo. (Era la costumbre de los campesinos esperar durante horas en silencio, con paciencia, y pasivamente cuando recibía a un superior, una costumbre que también expresaba el desprecio de la nobleza por el tiempo del campesino). Trotsky rechazó enérgicamente esta dilación heredado del pasado zarista, señalando que una economía moderna era impensable si no había precisión y exactitud.
Trotsky dio prioridad a la participación de las mujeres en su proyecto civilizador, en especial luchando contra el alcoholismo y la embriaguez. Pero fue mucho más allá, argumentando que, si bien había sido relativamente fácil establecer la igualdad política de las mujeres después de la revolución, era mucho más difícil establecer su igualdad económica en la producción, en los sindicatos, y más aún en la familia. La participación casi exclusiva de las mujeres en las tareas domésticas, señaló, reducía drásticamente la capacidad de las mujeres para participar en la vida social y política, y esas condiciones, insistió, tenían que cambiar radicalmente. Con el fin de lograr un cambio eficaz, argumentó que era crucial entender las condiciones de las mujeres, “a través de los ojos de las mujeres.”
Es importante tener en cuenta que Trotsky no veía su proyecto de transformación cultural como una empresa exclusiva del estado y del Partido Comunista. Dio la bienvenida y apoyo la creación de una amplia variedad de asociaciones voluntarias, como la “Sociedad de Amigos del Cine Rojo” y la organización de escritores proletarios y campesinos.
Lejos de hacer un fetiche de la planificación central, argumentó que el proyecto no era:
“un a priori, que todo lo ve, un plan preconcebido en todos los detalles. . . sino un plan que. . .debe ser verificado y mejorado en su desarrollo, haciéndose más vital y concreto en la forma en que la iniciativa pública influye en su evolución y elaborando [y abriendo] un vasto campo para las actividades de las asociaciones de voluntarios y las unidades cooperativas”.
El proyecto de la Ilustración de Trotsky y el comunismo
Trotsky dejó claro que el objetivo de su proyecto era emancipar al pueblo soviético de la brutalidad cultural de la Rusia prerrevolucionaria - no crear, en un instante, la nueva sociedad comunista. Se opuso a la descripción de la lucha contra el alcoholismo, la grosería y el soborno como parte de una “ética comunista” o una “cultura comunista” en lugar de lo que en realidad era: un intento de eliminar el legado de la barbarie pre-burguesa en Rusia. Como él mismo dijo, los comunistas no necesitan engañarse a sí mismos “adornando nuestro trabajo preliminar con etiquetas falsas.”
Esto era consistente con la opinión de Trotsky de que era prematuro hablar de una literatura y de una cultura proletaria en Rusia, cuando el país seguía siendo terriblemente subdesarrollado.
Su enfoque difiere radicalmente de las corrientes de pensamiento “voluntaristas” (en contraposición a las materialistas), que pensaban que el ejercicio de la voluntad política pura era suficiente para superar las condiciones económicas adversas, sin importar su envergadura, tras la revolución. A los ojos del Che Guevara, por ejemplo, era posible construir el socialismo y el comunismo en Cuba (y en la temprana Unión Soviética). Sólo dependía de fomentar el tipo de moral y de conciencia revolucionaria que pudiera compensar las condiciones de escasez. Este argumento, articulado en El socialismo y el hombre en Cuba, la obra teórica más completa de Guevara, explica la crítica y la oposición a la NPE de Lenin que más tarde articula en sus diarios sobre la base de su argumento de que en la Unión Soviética de la década de 1920 no había límites materiales a la construcción del socialismo y el comunismo.
Para Guevara, el nuevo hombre forjado por el comunismo cubano tenía que ser ascético e idealista, impregnado de los valores y las prácticas del heroísmo, dedicado al bien de la sociedad, y contrario a la expresión o autorrealización individual. La pobreza voluntaria sería su suerte, a expensas de la libertad personal y su estrecha relación con el bien colectivo que Marx había explorado a fondo, sobre todo en sus primeros escritos. También es relevante que, aunque el folleto de Guevara era sobre El socialismo y el hombre en Cuba, era muy abstracto, con muy poca discusión y ejemplos, a diferencia de los artículos de Trotsky, de los problemas sociales y culturales concretos implicados en la transición postrevolucionaria cubana, específicamente en cómo las condiciones sociales y culturales de Cuba a principios de los años sesenta pudieron haber contribuido o dificultado el desarrollo del socialismo.
Modales y la izquierda americana de hoy
En 1965, junto con un grupo de otros estudiantes blancos radicales de la Universidad de California en Berkeley, asistí a un discurso de Fannie Lou Hamer, el destacado líder negro del Partido de la Libertad Democrática de Mississippi, en una modesta iglesia negra en el lado oeste de la ciudad. Mientras que los feligreses y activistas negros se presentaron en ropa formal, la mayoría de los estudiantes radicales blancos de Berkeley estaban vestidos con la misma ropa muy informal que normalmente habrían usado para una manifestación política al aire libre, sin tener en cuenta los usos y costumbres de sus anfitriones. Para su inmenso crédito, los feligreses negros y activistas ignoraron la desconsiderada conducta de los estudiantes radicales blancos. Pero como activistas políticos que trataban de construir puentes y expresar su solidaridad con los afroamericanos, el comportamiento de estos radicales blancos era de una gran falta de respeto.
Los malos modales de comportamiento se superponen con la discriminación racial y de género que son más sistémicas (y mucho más dañinas), en el sentido de que refuerzan, tal vez sin quererlo, un patrón existente de exclusión. La falta de reconocimiento y de agradecimiento del trabajo de los militantes de base, la falta de voluntad para escuchar y hacer frente a lo que otros miembros del grupo tienen que decir, el control de la discusión por personalidades extrovertidas y fuertes, la intimidación de los compañeros que pueden tener una opinión diferente respecto a la materia en discusión, la insensibilidad y la falta de respeto a las preguntas y dudas expresadas por los participantes menos experimentados y con menos conocimiento, la sistémica falta de puntualidad en llevar acabo las tareas prometidas que afectan al trabajo de otros camaradas y que expresan una consciente o inconsciente falta de respeto hacia los demás – todos estos son problemas que han afectado a muchos movimientos progresistas y de izquierdas.
Algunos de estos problemas son especialmente pronunciados en los grupos que evitan debates estructurados y organizados en nombre de la informalidad y la espontaneidad. Como Jo Freeman ilustra en su clásico ensayo “La tiranía de la falta de estructura,” el rechazo de plazos formales para los ponentes conduce inevitablemente a la monopolización del debate por las figuras dominantes, mientras que la informalidad y la falta de estructura fomentan la manipulación de las bases y producen una dirección que no responde y no rinde cuentas a sus miembros.
El proyecto ilustrado de Trotsky ofrece una visión alternativa de los modales y su papel central en la interacción humana, civilizada. Su enfoque, al igual que de otros revolucionarios “ilustrados”, era extender al ámbito de la conducta personal una visión racionalista de la cultura. Los “ilustrados” creían que era parte de su deber seleccionar e incorporar al crisol cultural de la revolución los anteriores logros culturales de la humanidad. “El estado revolucionario”, Trotsky escribió, “que representa a una nueva clase, es una especie de heredero del legado (a partir del principio jurídico romano que prevé que los herederos tengan el derecho de elegir lo que quieren del legado del fallecido) en relación con la cultura acumulada”.
Y al contrario de los que asocian el enfoque ilustrado de los revolucionarios rusos con el conservadurismo cultural, estaban guiados por las ultimas ideas y conceptos de la cultura occidental más progresista, así como de las tradiciones socialistas y marxistas. De este modo, las ideas marxistas clásicas sobre la educación politécnica, destinadas a reducir la brecha entre el trabajo intelectual y manual, se combinaron con los conceptos clave del pedagogo norteamericano John Dewey, como la noción de que la educación debía estar sobre todo destinada a fomentar la creatividad individual del niño. Visualizar a los niños y jóvenes como sujetos, en lugar de objetos, de la educación, hacía que esta visión “ilustrada” y cultural autotransformadora difiriese radicalmente de la condescendencia, y el esfuerzo filantrópico y paternalista alentado por las clases “altas” para mejorar la educación y la moralidad de los pobres.
El enfoque de los ilustrados de la libre transformación cultural también contrasta con las opiniones de algunos intelectuales y académicos de la izquierda contemporánea, que rechazan como elitista los esfuerzos para fomentar la educación de las clases trabajadoras en todos los aspectos de la cultura humana, modales incluidos. Estos puntos de vista implican que el nivel actual de conocimiento y la cultura popular existente es suficiente para las necesidades de los sin-poder, e ignoran o descartan las formas en las que la división jerárquica del trabajo en las sociedades de clase priva sistemáticamente a la mayoría de la gente de bienes culturales vitales.
De hecho, son estos argumentos los profundamente elitistas. Perpetúan la fisura existente entre los educados y los menos educados, entre los que participan en el trabajo de gestión y los que participan en el trabajo manual, todo lo contrario de lo que se requiere para abolir la distinción entre la gente y la élite, por no decir nada de las herramientas intelectuales que los trabajadores necesitan para adquirir y mantener el poder.
* Samuel Farber, nació y creció en Cuba, país al que ha dedicado gran parte de su trabajo de investigación en EEUU. Fue uno de los activistas del movimiento por la libertad de expresión en la Universidad de Berkeley, California, en los años 60 y un reconocido activista de la izquierda socialista de EEUU. Su libro más reciente es 'The Politics of Che Guevara: Theory and Practice' (Haymarket Books, Estados Unidos, 2016), en francés: Che Guevara. Ombres et Luminières D´ Un Révolutionnaire, Editions Syllepse (Francia), M Editeur (Québec, 2017).
Traducción de Alonso Ribera – Permiso
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