martes, 9 de septiembre de 2014
Realidades que desbaratan mentiras
El establecimiento de un verdadero proyecto de desarrollo para el país ha constituido un desafío asfixiante para el actual gobierno hondureño. Y lo que es peor; ante su evidente incapacidad ha optado por alabarse en voz alta, acción que, sin embargo, no ha resultado nada agradable en el oído del pueblo.
Probablemente el talento más admirable de la tiranía azul está en su capacidad para sistematizar la mentira. Gracias a ministros y asesores rescatados del basurero político, la bandera de la falsedad flamea orgullosamente. Desde llanas afirmaciones hasta informes estadísticos la ficción parece superar la realidad. En Casa Presidencial el estribillo de que “vamos por el camino de los buenos porque el presidente está haciendo lo que tiene que hacer”, se repite hasta la saciedad.
Como un cáncer que prolifera de manera anormal e incontrolada la falsedad se adhiere al aparato estatal. Uno de los trasnochados funcionarios asegura que desde la secretaría que preside ha logrado reducir los índices de violencia; el otro que la crisis alimenticia se tiene bajo control y que el frijol “utopía” (de Etiopía, perdón) pronto llegará; y una asimétrica doctora afirma que el recorte presupuestario, para el próximo año, al sector salud no significará pérdida de vidas humanas.
No obstante, sin necesitar una tonelada de neuronas cualquier hondureño puede darse cuenta de que la realidad cotidiana es capaz de demoler toda esta estafa publicitaria. La convivencia con tantos problemas como la corrupción, el desempleo, la violencia, la impunidad, el analfabetismo, la narcoactividad, entre otros, retratan a Honduras como un mosaico social, desordenado e indefinido, donde el lema de la supervivencia es sálvese quien pueda. Así, la afirmación de que se ha obtenido “grandes logros” en los últimos meses además de ser una célebre mentira, manifiesta claramente el cinismo de quienes gobiernan. No existe un solo informe, con datos creíbles, avalado por la sociedad civil y algunas instituciones despegadas de la cera del oficialismo que apoye tal versión.
Aseverar que la administración actual se ha quedado de brazos cruzados tampoco es cierto. De hecho, se han formulado numerosos proyectos en determinadas áreas pero su respetabilidad ha residido en los propósitos y no en la realidad. Es decir, han existido buenas intenciones pero con catastróficas ejecuciones. ¿Cómo es posible, por ejemplo, pacificar una sociedad a través del uso indiscriminado de las armas? ¿De qué manera puede estimularse la producción agrícola si el pequeño productor no tiene acceso a préstamos con bajos -ni altos- intereses? ¿Con qué ejemplo se busca lograr la eficacia en las políticas fiscales cuando éstas se encuentran a merced del comportamiento económico irresponsable del Estado? ¿De qué manera puede ser estimulada la inversión nacional y extranjera -obviamente descartando el afecto hacia la idea de exoneración- si no se le brinda seguridad jurídica y si la corrupción endémica del gobierno no transmite confianza?
Hay mucho trabajo por comenzar puesto que lo realizado hasta el momento equivale a fracaso. Es importante, sin embargo, no aplaudir el discurso alarmista de aquellos que comercian con la fatalidad y que subrayan la inestabilidad institucional, pues ello puede significar la coyuntura para justificar una desmesurada intervención del sector privado en detrimento de la ya desmejorada situación socioeconómica nacional.
Lograr un grado razonable de cohesión del Estado y la sociedad mediante la canalización de demandas, la regulación de conflictos y la implementación de políticas públicas claramente orientadas al mejoramiento del ciudadano, es la tarea prioritaria. En caso contrario, el colapso es un hecho inevitable.
J Donadin Álvarez
Estudioso de las Ciencias Sociales de la UPNFM
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