viernes, 5 de julio de 2013

LibRe y la violencia



Por Rodolfo Pastor Fasquelle

Este otro –compulsivo- “volver a Honduras”. Regreso a Honduras en unos días, después de otro periplo en la academia. Vago dirá alguno y con razón. (En Honduras, me reclaman que salga, en el extranjero me reclaman que vuelva. “¿Por qué regresas?” Como si la vida no fuera un retorno inevitable, como si pudiera tranquilamente quedarse uno lejos de lo que más ama). Y sin embargo desde la distancia vale la pena compartir con quienes veré pronto allá, la distinta perspectiva que uno tiene cuando está aquí, afuera.

No es que cuando estoy en Honduras se me escape el problema de la violencia. Uno camina por mi pueblo y huele la sangre. (Dos cartas públicas hemos dirigido con mis amigos intelectuales y artistas a los personeros del poder extranjero, pidiendo que suspendan la ayuda a las fuerzas del terror público, con algún resultado por cierto.) Pero cuando estoy allá tengo otras distracciones. Hay trabajos. Tengo que ocuparme de mis seres queridos, visitar a la anciana, abrazar a las hermanas. Tengo amigos y amigas con quienes comparto, de repente, con un vino y un trozo de carne. Tengo que preocuparme al menos de un mañana inmediato, la vaca enferma, los arbolitos recién sembrados. Y olvido. Estando lejos, solo veo unas pocas noticias y recibo correos de amigos y algunos de presuntos y gratuitos enemigos porque a nadie he dañado deliberadamente. Mensajes que extrañamente siempre parecen suplica.

Cartas de desesperados porque no tienen con qué pagar sus cuentas. Me mandan el discurso de Xiomara aquí o allá. Fotos de la Asamblea. La reunión tal. La declaración del Coordinador. Los ataques que parecen generarse también gratuitamente desde mentes enfermas, almas dañadas. Anuncios comerciales. Las recetas de J. J. Rendón. Que si Juan Orlando dijo que somos “radicales”, “extremistas” “violentos” y se queja de que lo asustó el narco, camino del foro y del General también, declaraciones, que “él va a preservar la democracia”, ¿el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? Claro. ¿Lo van a defender? ¡¿Los que ordenaron dispararle al pueblo desarmado?! ¿Cómo se justificará esa gente, cuando nos acusa, si nosotros hemos puesto todos los muertos? La violencia tiene un origen y aquí se origina en el estado, en el poder.

Pero esos retazos todos de realidad fragmentaria palidecen y se esfuman frente a la crónica de la violencia, frente a los diez asesinatos de cada día, la nota roja que, en Honduras (no porque quiera el periodista, si no porque así está el país) es la noticia de la primera plana. A diario. Asesinatos de campesinos, maestros, periodistas, esposas de  amigos y conocidos, hombres y mujeres públicas, crímenes que son mensajes, nada subliminales diría yo, para cada uno de quienes los conocimos, no digamos los apreciamos. Y -entre rezos- el gobernante se ufana de y proclama que ya no estamos este año entre los sesenta más violentos del planeta. Hay otros peores. Porque el infierno es grande. Y el mundo chiquito. Da risa pensar en el pobre de Lobo, con su puño de acero. Y fastidia la violencia. Es un asunto en que hay coincidencia casi total. No importa el signo ideológico. Casi todo el mundo entiende que la violencia incontinente amenaza las estructuras mismas del Estado y no solo la inversión y las vidas de las personas. Hay quien no entiende nada.

La violencia ancestral agravada. Recuerdo una pintura de Pablo Zelaya, “hermano contra hermano” y dos pinturas que alguna vez le compré a Ezequiel Padilla, un hermano pintor. “La violencia I” y II. Pinturas que comparten machetes ensangrentados (¿Por qué quieres regresar?) La violencia de los escuadrones de la muerte, tan antigua. La violencia que nos trae la injusticia, la violencia estructural recuerda la amiga Pine. La que ejerce el sistema contra todos pero en particular con el descamisado o la obrera de camiseta, obligada a un régimen alienado, o con el campesino sin tierra. La que inspira el llanto del hijo hambriento, la indignidad de quien se tiene que prostituir. La violencia que está ahí, que emana de las ranuras en el suelo yermo de la miseria como un gas toxico y nos envuelve y vuelve violentos a todos. La violencia del narco y de la mafia y la del barrio y del borracho macaneador de mujeres. La violencia que nos trae la política del gringo de militarizar y criminalizar todo. Otros anteponen otras ilusiones. A mí la mayor ilusión que me hace LIBRE, es la de transitar hacia un país menos violento. Mel fue el que nos exigió renunciar a la violencia en 2009 y le puso de regreso a Romeo la oreja, que ya le había yo cortado.

No sé si va a poder cumplir. Soy de la fraternidad de los escépticos, de “los tomases”. No sé si va a poder cumplir nuestra candidata, la promesa de reducir la violencia drásticamente y en cortísimo tiempo. Pero un par de cosas si sé, más de lo mismo no va a servir de nada, desmilitarizar a la sociedad como propone es el camino y Xiomara es nuestra única esperanza. La única candidata que ofrece hacer algo distinto, hacer justicia, poner la responsabilidad de vigilar y prevenir en manos de la comunidad empoderada, una nueva policía al servicio de la comunidad y terminar con la impunidad que reproduce la violencia, la impunidad del violento, la libertad que le da la corrupción, al violento. Eso sé. Nadie más puede, nadie más tiene con quien, ni con qué cauterizar la herida. Urge Xiomara.

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