miércoles, 3 de julio de 2013
Cuatro años de búsqueda de paz y democracia
Por Galel Cárdenas
¿Cómo podríamos los narradores escribir una novela de terror social si estamos hundidos en los miasmas del espanto, el pánico y la desmesura cotidiana, con el corazón convertido en un pequeñito aparato de aliento lleno de miedo y de desolación?
Cada día el sicariato parece extender sus tentáculos en todas las direcciones posibles, como si de la caja de pandora surgiese la muerte misma arrebatando vidas y honores a toda la ciudadanía nacional.
Vivimos en el infierno mismo que el Dante describiera con total descarnidad y profuso ritmo poético, pero con una imaginación que desborda toda razón y toda lógica.
Qué es esto pues que vivimos entre el horror y la desesperanza, sin que nadie del Estado pueda parar tanta ignominia, tanta ola criminal, tanta muerte violenta, mientras el cinismo gubernamental grita a los cuatro vientos que ha bajado la ola patibularia del delito que ataca las vidas de los hombres y mujeres que habitamos la dulce Hibueras que soñaran nuestros próceres independentistas y nuestros poetas primigenios en el sueño de los amaneceres.
El 28 de junio de 2009, el aquelarre político más descompuesto que la historia registra en los anales de la represión nacional, abrió sus compuertas para asestar el golpe de Estado más sangriento en la historia contemporánea, abrió sus postigos para desbocar la perversión asesina que asola calles, esquinas, lugares públicos, en fin, todo espacio de la patria anegada con sangre de inocentes que sueñan con una nueva nación refundada para la paz, la convivencia y la equidad, con justicia y democracia verdadera.
Ya no queda más tinta para explicar causas y efectos, si no solo el tornasol de la violencia a campo traviesa, como si la guadaña del asesinato fuese descabezando todas las cabezas posibles, en un trágico cuarto oscuro, hoy así convertida la patria de Francisco Morazán.
No descansan las lágrimas de ser vertidas por los familiares, amigos, o simples ciudadanos que con el horror en el rostro, todos los días ven caer sobre la tierra o el pavimento los cadáveres de las víctimas como simples animales de matadero público.
Cuatro años donde el pueblo levantado en la beligerancia y la búsqueda de la paz y la democracia, pese a cada uno de sus desmembraciones más sentidas y trémulas de dolor, sigue en cada casa o en cada colectivo de base, sosteniendo la antorcha de la reivindicación social, política y económica, como una bandera de esperanza y redención.
Cuatro años que parecen cuatro siglos de una pesadilla que no descansa, de una noche horrenda que no amanece, cuatro años sufridos, llorados, amedrentados, aterrorizados, en cada mañana, medio día, tarde o noche, en el desenfreno de la locura esquizofrénica que nos aniquila.
Pero habrá un día en que todo este descalabro y caos impuesto a sangre y persecución, habrá de parar, será el día del juicio electoral, el día de la justicia política, el día de la redención democrática, el día del voto popular, un día que ya todos recordamos de antemano en el futuro mismo del devenir que nos ofrece el 24 de noviembre del presente año, cuando la primera mujer presidenta del país tome las riendas del gobierno nacional como resultado de una victoria del pueblo insurreccionado en las urnas y volcado como un río caudaloso sobre las mesas receptoras de los votos multiplicados a la más alta potencia democrática posible.
Habrá de llegar ese día, la fecha del fin del infierno y de la condena que injustamente nos han sentenciado por el solo delito de soñar un país soberano sin cadenas que apuntala sobre el horizonte su luz de amanecer brillante y justiciero.
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