martes, 23 de febrero de 2021

Pablo Hasél, Anuel, las víctimas indecentes y los kilos cruzando los mares


Rebelión

Por Jon E. Illescas *

A las 8:34 de la mañana del martes 16 de febrero de 2021, Pablo Haséel, rapero, fue detenido por los Mossos d’Esquadra en la Universidad de Lleida.

¿El motivo? 64 tuits y una canción contra el Rey. ¿La pena? 9 meses de cárcel. ¿Los argumentos de los jueces de la Audiencia Nacional que decidieron privarlo de libertad durante el período que dura un embarazo? “Enaltecimiento del terrorismo e injurias contra la Corona y las instituciones del Estado.”1 Usted, querido lector, podrá considerar en los enlaces del artículo si esos tuits son merecedores de lo que la Audiencia Nacional arguye. En mi humilde opinión, no. Sin embargo, Hasél, de nombre Pablo Rivadulla, ya tenía diversas causas contra la justicia anteriores, ajenas a los tuits, en canciones donde una y otra vez deseaba el asesinato de políticos con nombre y apellidos y defendía a organizaciones terroristas como ETA. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Hasél merece ir a la cárcel? No. ¿Merece un castigo? Sí. ¿Es un ejemplo de lucha? No. Déjenme explicarles en los siguientes párrafos…

Eso sí, un aviso estimado lector: no continúe si espera leer un artículo de buenos y malos, de un “noble” artista reprimido y un “malvado” Estado represor. Este no es un artículo de blancos y negros sino de diferenciar entre tonos de grises para, entre tanta basura de unos y otros, encontrar la luz de la razón. Aquí no habrá ni héroes ni villanos entre los personajes principales, pero sí, espero, haya de los primeros entre un público que anhele abrazar la verdad y la decisión más constructiva para el futuro de la sociedad. No de esta capitalista, que se pudre mientras intenta parir un vástago todavía peor, sino de la que nosotros debiéramos forjar si no queremos vivir en la nueva barbarie que, tras los bastidores del pensamiento mediático, nos están cocinando.

La influencia de cantantes y artistas en la conciencia popular no me es ajena. Ni como profesor ni como investigador. Tengo una tesis y varios libros analizando la gran influencia que poseen la industria musical y sus cantantes para formar los valores y la ideología de jóvenes y adolescentes. Denunciaba y sigo denunciando que, cada vez más, las estrellas de la música popular, producida y difundida por grandes conglomerados multinacionales, fomenta entre la juventud del orbe una educación tóxica muy negativa para el desarrollo individual y el futuro colectivo: fomento del consumo de drogas legales e ilegales, individualismo, sexualización infantil, narcisismo, hiperconsumismo, violencia, agresividad, clasismo, culto al dinero, etc.

Pero no se alarmen, Hasél no trabajaba para el repertorio de Universal, Sony ni Warner, las tres grandes multinacionales que controlan junto a Lyor Cohen, Jefe Musical de YouTube, la música que consumimos. ¡Dios nos libre! Para estas grandes empresas trabajan otros “artistas” con letras y videoclips peores que no tendrán que morar durante 9 meses dentro de ninguna habitación cerrada con la llave por fuera. Mientras Hasél-Rivadulla esté disfrutando los “placeres” de la cárcel, ellos, esos otros artistas que fomentan la educación tóxica de los menores del globo, auspiciados por el gran capital, y a los que nadie reclamará para que los procesen, estarán “padeciendo” la privación de libertad que supone vivir apartado de la gente normal, currante, en inmensas mansiones y jets privados.

Aterricemos a lo concreto, pero con el cinturón bien puesto. Pongamos el ejemplo de uno de los cantantes más famosos del planeta, Anuel, encarcelado en 2016 durante 30 meses. ¿En prisión?, pero ¿en qué quedamos? Tranquilícese, no por las letras de sus canciones ni sus tuits contra corona alguna sino por posesión de armas: tres pistolas (un robada), 9 cargadores y 159 balas. Suponemos, claro está, que iba con sus amigos a cazar perdices al campo. En palabras del detenido: “Estoy aquí en veldá, en veldá, por creerme que me las sé to’as, por inmaduro y por empastillarme sin pensar que me iba a pasar algo malo (sic)”.2  Quien les escribe desconoce por qué alguien necesita empastillarse para cazar perdices, pero ese bien podría ser el motivo de otro artículo. Pasemos al siguiente párrafo…

El bueno de Anuel, “artista urbano” distribuido por Sony y galardonado con numerosos Grammys, graba canciones y videoclips (solo o acompañado) donde ejerce la “noble” profesión de narcotraficante. Así es, canta para millones de niños y adolescentes que le siguen (19 millones en YouTube, 24 en Instagram, 31 en Spotify) letras tan enormemente “constructivas” como esta, cuyo pegadizo estribillo afirma, impulsado por el Autotune, con exultante alegría: “Eh eh eh/Los kilos cruzando los mares (Uah)/Eh eh Cuidándome de los federales (Eh eh),/brrr”.3  Eso mientras en el videoclip sonríe pasando drogas de unas lanchas a otras en alta mar rodeado de mujeres ligeras de ropa. También tiene otras donde ennoblece todavía más la profesión de narcotraficante como sano método de ascensión social: “ Y yo vendía droga en la calle y también detrá’e lo’ barrote’ (ah, brrr)/Lo’ tron’ en el tron’ en lo’ tron/Encima del kilo hice un millón (hice un millón)” u otras donde comparte con sus fans, a menudo niños de entre 8 y 12 años, los expeditivos métodos para que su espíritu emprendedor no se vea sofocado por la dureza de la competencia, eso sí, siempre desde el estricto respeto a los derechos humanos: “El Tonka [un narcotraficante en la vida real] compró 30 rifles y vamo’ a cazar hasta que los matemos a to’s” (sic).4  En otro videoclip, llamado Por ley, canta riéndose al lado de un muerto en el depósito de cadáveres: “Tanto dinero en el banco que dicen que no y su alma la vendió/Ese cabrón me lo dijo, que iba a matarme, pero se murió (Se murió) /Y los de homicidio’ llegaron y nadie choteó (Nadie choteó)”.5 Hasta la fecha, ningún tribunal le ha reclamado por sus letras. Es más, en mi país, donde según la derecha tenemos un gobierno “social-comunista”, es frecuente que anuncien sus nuevos videoclips en la televisión pública. De este modo, con la ayuda de nuestros impuestos, Anuel ametralla las neuronas de nuestros pobres jóvenes (y no tan jóvenes).

¿Y qué tiene que ver Anuel con Pablo Hasél? Un poco de paciencia. Las respuestas: sí, es cierto que Hasél, como rapero e “intelectual” político deja muchísimo que desear. Sí, es cierto que cuando en 2014 fue condenado a 2 años de cárcel (de los que se libró) por sus letras con esos mismos cargos que ahora enarbola la Audiencia Nacional para llevarlo a prisión, eran mucho más sólidos. No en vano, entonces llamaba al asesinato en diversas formas, nombrándolo, al entonces alcalde de Lleida y ahora embajador de España en Andorra: el socialista Àngel Ros.6 Algunas tan poco disimuladas como: “Menti-ros te mereces un tiro”, “de lunes a lunes se merece un navajazo en el abdomen”, “que exploten una bomba mientras como un menú del caro”, “que rompan sus sesos de un disparo” y largo etcétera (por cierto, tema que pese a tanta condena sigue en YouTube).7 Muestras, en definitiva, de un extremismo e infantilismo político absolutamente contrarios al marxismo que, dice el rapero, profesar.

El marxismo tradicionalmente estuvo absolutamente en contra del terrorismo porque pensaba que solo servía para justificar una posterior reacción de las clases dominantes que les permitieran destruir lo construido tras décadas de paciente trabajo del movimiento obrero. Además, muchos socialistas y comunistas, marxistas o no, estamos en contra de justificar el asesinato de nadie en pro de construir una sociedad mejor. Por ende, Rivadulla-Hasél, se desmarca por completo de la tradición marxista por estrategia y por completo de la moral de muchas personas razonables abrazando así un cierto tipo de anarquismo gansteril del que en España tuvimos la desdicha de sufrir sus lamentables consecuencias.

El artista, como el fontanero, la profesora o el médico, tienen una responsabilidad social en tanto habitantes de este mundo, de esta sociedad. No pueden hacer lo que quieran en nombre de su profesión o su actividad laboral. Y el artista, en nombre de una sana y necesaria libertad de expresión no puede alentar que a nadie le quiten la vida del mismo modo que no puede ir por la calle miccionando en las cabezas de los niños que tiren envoltorios de plástico al suelo alegando que está realizando una performance para denunciar el cambio climático. Es decir, imagínese. Llega a mi casa un fontanero para arreglar las cañerías y comienza a cantar que merezco que me peguen un tiro y que espera que degüellen a mi madre, pero, me dice, que no me alarme, que lo canta porque así se desfoga y hace mejor su trabajo y que, si soy tolerante, todos ganaremos. Pues sería muy posible que el que acabara pegándole un puñetazo fuese yo. Sin embargo, parece difícil establecer quién y hasta dónde se ponen los límites de la libertad de expresión y dónde comienza la protección del resto de ciudadanos.

Creo que todos debemos tener derecho a opinar y expresar nuestras emociones o indicios respecto a algo. Es decir, puedo tener derecho a pensar y expresar que Pablo Iglesias o el Rey de España me caen realmente mal, que venderían a quien fuera por lograr sus objetivos o puedo pensar que el ex Rey Juan Carlos fue y es un sinvergüenza. Podría decir en una canción que “me parece un sinvergüenza” o “que me parece un impresentable” o que “le importa un bledo su pueblo”. Todo esto se puede defender, se puede sostener. Pero no puedo decir que “El rey viola niños en la intimidad”, “que se acuesta con el Rey de Marruecos” o que “maten al Rey” o “maten a Pablo Iglesias”. Tampoco lo pienso ni lo deseo, pero imagínense que lo pensara y deseara. ¿Y si un día otros pensaran y desearan lo mismo hacia mi persona o mis seres queridos y lo cantaran en temas escuchados por miles de personas? ¿Si dijesen que violo niños sin pruebas o que debería morir? ¿Deberían quedar esas personas protegidas por llamarme violador y pederasta y animar a matarme a mí o a mis seres queridos por la “libertad de expresión”? Mi respuesta es un rotundo NO.

Otra cuestión son las instituciones. Las instituciones no tienen derechos humanos y muchas veces es deseable que se acaben. Cualquier crítica a las instituciones, por duras que sean, deben entrar dentro de la libertad de expresión. ¡Faltaría más! ¿Qué hubiéramos dicho si metieran en la cárcel a alguien por criticar a una dictadura? ¿O por criticar a una democracia que muchos consideran dictadura? Si no se pudiera criticar las instituciones en muchos lugares del mundo no existiría repúblicas ni democracias ni siquiera las anacrónicas monarquías parlamentarias que todavía padecemos. ¿Debiera ir yo a la cárcel por adjetivar como “anacrónica” la institución monárquica que tenemos en mi país donde el hijo o hija del Rey es y será el jefe del Estado y el jefe supremo del ejército? Sin crítica tampoco habría sufragio universal, los sindicatos todavía estarían ilegalizados, seguirían trabajando los niños en las fábricas y la Inquisición ejecutando herejes. Incluso seguiríamos pensando que la tierra es plana. Las instituciones no solo deben poder criticarse, sino que es necesario que se critiquen en la medida en que estemos comprometidos con el desarrollo social.

En opinión de quien les escribe, lo justo hubiera sido que Hasél hubiera sido condenado a realizar trabajos para la comunidad, pongamos (es solo una propuesta) 8 horas al día, durante un año, cuando en 2014 fue condenado a 2 años de prisión por las letras contra Àngel Ros. Lo digo claro, sin pamplinas. Hasél debería trabajar para la comunidad por haber sido un irresponsable cenutrio en repetidas ocasiones, sin verse privado de su libertad por animar desde sus letras a que mataran a un hombre con nombre y apellidos y por defender organizaciones terroristas que justifican el asesinato en nombre de ideas políticas. Que lo hubieran condenado a un trabajo duro de utilidad social, tipo replantar pinos en bosques quemados a pleno sol o en un hospital donde viera la poca amabilidad que presenta el rostro de la muerte una vez que se acerca a los vivos. Quizás verla de cerca le enseñaría a no deseársela a esos vivos que tanto odio le producían por muy lamentables que fuesen y sean. Quizás así su ego de niño que necesita atención y no quiere crecer hubiera hallado la humildad y la razón necesarias para no desearle a nadie lo que él, seguro, no desearía para sí mismo ni para sus seres queridos. Quizás eso le hubiera hecho madurar. La cárcel, seguro, no.

Pero lo más grave es que el martes Hasél no entró en prisión ni lo condenaron a trabajos comunitarios por desearle la muerte a nadie sino por tuits tan “duros” como este: “¿Matas a un policía? Te buscan hasta debajo de las piedras. ¿Asesina la policía? Ni se investiga bien.” O “Mientras llaman terrible tiranía a Cuba donde con menos recursos no se desahucia, ocultan los negocios mafiosos del Borbón con Arabia Saudí.” O el sin duda más “salvaje”, criticando al progrerío del sistema: “En la «ciudad libre de desahucios» que dijo Carmena, la policía agrediendo y deteniendo a quien lucha contra los desahucios, ahora mismo.” Estoy seguro de que no menos de 1 de cada 3 usuarios de Twitter deberían entrar a la cárcel por tuits así, según nuestras monárquicas instituciones. Puede que yo y otros compañeros y camaradas también.

Por otra parte, respecto a la canción contra el Rey (Juan Carlos el Bobón) que es el otro motivo de su ingreso en prisión, la prensa de derechas se alarma porque la letra recuerda que el exrey Juan Carlos mató a su hermano Alfonso de 14 años cuando el futuro monarca, sucesor de Franco en la Jefatura del Estado, tenía 18, lo cual es absolutamente cierto. Hasél rapea “Apuntaba maneras cuando mató a su hermano Alfonsito/¿Quién se cree que fue un accidente?”.8 Esto puede ser de peor o mejor gusto, pero está expresando una creencia que él no postula como verdad, sino como posible verdad por la que él apostaría. La diferencia es importante. Hay un hecho: mató a su hermano, que es incuestionablemente cierto. Nada que objetar. Según las autoridades franquistas y actuales y su propia y posterior confesión a su padre por accidente (en el trágico momento en la habitación estaba solo con su hermano). Esto es algo que solo Juan Carlos sabe si sucedió por accidente o no. Hasél insinúa que no sin pruebas, pero no lo afirma. Imagínese que yo hubiera puesto por Twitter que creo que los jóvenes de la manada eran culpables, sin afirmarlo (a diferencia de lo que hicieron millones de personas antes de que se celebrara el juicio) y por eso me llevasen a la cárcel. Esto sería inadmisible porque sí entra dentro de la libertad de expresión, de poder creer algo siempre que no se haga pasar por una realidad, es decir, por un hecho probado.

Gracias a la Audiencia Nacional, Hasél seguirá en su rol de inmerecido héroe-mártir que en realidad es cabeza de turco que sirve como aviso para navegantes. Como criminalización del disenso, del cuestionamiento público del pensamiento políticamente correcto, del bautizado como verdad por las autoridades celestiales del consenso político de turno. Y todo ello en una sociedad que cada vez será más desigual y opresiva a menos que consigamos construir una alternativa política seria, marxista, abierta y humanista que desde el duro trabajo del día a día, en los centros de trabajo y con formación, construya una alternativa positiva viable para la humanidad. Y, por supuesto, no espere hacerlo alentando el asesinato individual como el rapero catalán hacía hace tan solo unos años. Quizás, en el fondo, el sistema necesite que se multipliquen los niños-extremistas Hasél para justificar toda la represión que vendrá cuando la explotación se acentúe y con ella la contestación popular. No les demos excusas. No se las demos, por favor. Hasél no merece la cárcel, pero tampoco irse de rositas.

Volviendo a nuestro querido Anuel y a sus compañeros de la industria musical dominante que nunca pisarán la prisión ni realizarán trabajos en la comunidad castigados por cantar barbaridades o escribir tuits tóxicos, parece claro que en esta sociedad no importa fomentar el “trabajo” de narcotraficante como salida laboral de los más jóvenes ni justificar el asesinato o la drogadicción de cientos de miles, pero sí es muy grave meterse con instituciones arcaicas que, de sobra es conocido por todos los que aprecian la ciencia de la Historia, no se caracterizan por la pulcritud moral de sus comportamientos públicos ni privados.

Hasél es más peligroso en la cárcel que fuera de ella, sobre todo para los comunistas y los demócratas (de verdad, no de postín). No lo queremos de héroe de nada, ni mártir. No nos representa. No se lo merece. Pero el caso de Rivadulla-Hasél nos muestra los peligros de que haya una verdad no basada en el rigor científico ni la razón sino en los consensos de lo políticamente correcto para delimitar hasta dónde puede llegar la crítica.

Siempre he mantenido mi tajante oposición a ilegalizar cualquier idea o partido político, incluso de extrema derecha mientras no aboguen por el asesinato de nadie. Porque quizás en un futuro pueda ser que ellos quieran hacer lo mismo con nosotros y estén entonces, por completo, legitimados frente a las mayorías. Hoy es Rivadulla, pasado mañana puedo ser yo y al día siguiente, usted. La dictadura de lo políticamente correcto no es la dictadura de la razón, es, precisamente, la dictadura de los consensos emocionales forjados por el capital sobre la razón. Son los monstruos que Goya nos advirtió que produciría el sueño de la razón: monstruitos pequeños como Hasél y grandes como sus monárquicos verdugos, Trump, los demócratas de Biden y todos los que seguro saltarán del mundo de las pesadillas a nuestras vidas mientras el sistema se derrumba o se transforma en uno todavía peor.

La justicia no es igual para todos. ¡Vaya novedad! Pues a ver si hacemos algo más que quejarnos y lanzar alocados tuits o componer canciones basura, que ya toca. Abracemos la razón y alumbremos el futuro. Mientras no lo hagamos, los kilos seguirán cruzando los mares y los reyes abandonando sus “amados” países en busca de un futuro mejor para sus bolsillos. Busquemos nosotros nuestro futuro mejor y paremos tanto tráfico de impostores mediáticos. Debemos aprender a separar la realidad de la ficción. Y Anuel o el ex Rey son tan falsos y tan verdaderos como el propio Pablo Hasél, la sonrisa de Obama o el progresismo de Biden.

* Jon Illescas es doctor en Sociología, licenciado en Bellas Artes y presentador del programa Tu YouTuber Marxista. Su último libro, Educación Tóxica fue editado por El Viejo Topo (2019, 2ª ed. 2020). Cuentas: YouTube, Twitter, Facebooke Instagram. Este artículo fue acabado el 18 de febrero de 2021 y tiene licencia Creative Commons 3.0.

1 https://www.elconfidencial.com/cultura/2021-02-16/pablo-hasel-prision-tuits-cancion-carcel_2952999/

2 Illescas, Jon E. (2019), Educación tóxica. El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes. Barcelona: El viejo topo, p. 107.

3 https://www.youtube.com/watch?v=C6OHcPwL9e8&pbjreload=101

4 https://www.youtube.com/watch?v=GaYswwuNX7g y https://www.youtube.com/watch?v=ZTWeZ-0EsZc

5 https://www.youtube.com/watch?v=-skTF3iHTZQ

6 http://www.exteriores.gob.es/Embajadas/Andorra/es/Embajada/Paginas/Embajador.aspx

7 https://www.youtube.com/watch?v=M7EC0JS0Qow

8 https://www.larazon.es/espana/20210215/fkflwxekoba2ldjrrtfs2takim.html


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