Rebelión
Por Eduardo Montes de Oca
Cuando parecía que, concediendo la razón a Francis Fukuyama, el capitalismo en su etapa paroxística se impondría por los siglos de los siglos en América Latina, dada la sustitución, por elecciones o golpes de Estado, de gobiernos que buscaron alternativas más o menos radicales, en naciones tales Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, la historia se permite una de sus acostumbradas “vueltas de campana”, en una espiral dialéctica –acoge el progreso admitiendo aun retrocesos– que miradas desavisadas distinguirán como pruebas de un “eterno retorno”.
A la altura de octubre, Ociel Alí López (Russia Today) reparaba en la constatación de una “sorpresiva nueva oleada progresista antes de lo esperado”, y subrayaba el cúmulo de probabilidades de una reconfiguración regional. En colorido lenguaje, apuntaba que la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) esperaba turno al bate, mientras se desarrollaban acontecimientos que podrían trocar el sentido político inherente al subcontinente durante los últimos años.
Ello, como colofón de una serie de comicios que, comenzada en Venezuela, el 6 de diciembre de 2020, continuará en Ecuador, Perú y Chile en 2021, y se extenderá a Colombia y Brasil en 2022. Para argumentar su tesis, sopesaba como variable las imprevisibles protestas ante una crisis social cuyo término no se vislumbra en un futuro inmediato, ni mediato inclusive.
Además, el reciente triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia y el “Apruebo” en el plebiscito para cambiar la Carta Magna pinochetista, junto con la presencia de Alberto Fernández en Argentina y López Obrador en México, obligan a columbrar un “equilibrio geopolítico en el que cualquier victoria de la izquierda en las presidenciales por venir consolidará la idea de la instauración de un nuevo ciclo de gobiernos progresistas”.
Evidentemente, “los de abajo” se han cansado de soportar las consecuencias de las leyes promulgadas por regímenes danzantes al son de los pífanos yanquis. Leyes que, rememora Hedelberto López Blanch en la digital Rebelión, en la segunda mitad de la vigésima centuria impusieron el aquelarre de privatizaciones de numerosas empresas y servicios, la venta de terrenos públicos, la caída del poder adquisitivo de la población, la menor participación del Estado en los servicios de salud y educación, el ensanchamiento de la desigualdad y la proliferación del hambre y la carestía.
Esa desbocada ola se desdobló en asonadas en Paraguay, contra Alejandro Lugo; Honduras, Manuel Zelaya; Brasil, Dilma Rousseff; Bolivia, Evo Morales. A lo cual se sumaron las derrotas en las urnas alentadas por el cerco económico-financiero y las ingentes campañas mediáticas difamatorias a que estuvieron expuestos “los gobiernos justicialistas de Néstor y Cristina Kischner”. En este escenario cabe aludir a “la traición de Lenín Moreno en Ecuador contra el Partido Alianza País, creado por el expresidente Rafael Correa”.
Insistamos: cuando el neoliberalismo aparentaba ser dueño una vez más del panorama, llevado de la mano por EUA y el Fondo Monetario Internacional, la insurrección hacía (hace) recobrar la esperanza de un mundo mejor, necesaria so pena del apocalipsis civilizatorio, existencial. Con el colaborador de Rebelión, remarquemos aquí que en México la figura de Andrés López Obrador franquea una puerta a las añosas reivindicaciones de su pueblo. Y “el triunfo de Alberto y Cristina Fernández en Argentina dio al traste con el desgobierno de Mauricio Macri, que endeudó al país por cien años con millonarios empréstitos del FMI y hundió a esa nación en la pobreza”. Pongamos énfasis, asimismo, en la victoria, en Bolivia, del MAS, agrupación que logró defenestrar a un régimen de facto surgido después del putsch –precisamente por incitado, orquestado en inglés apelamos al vocablo anglosajón– contra Evo Morales, quien había obtenido la reelección.
(Por cierto, la vida es mucho más rica que nuestras prefiguraciones. La almagriana artimaña de la OEA acerca del supuesto fraude del candidato y su partido recibió un contundente mentís con el sonado espaldarazo –más de 55 por ciento– a la fórmula Arce-Choquehuanca, con que las masas reconocieron implícitamente el enorme trabajo a su favor realizado durante 13 años por el líder indígena.)
Claro que las respuestas al statu quo no quedan en las expuestas. En Chile, estudiantes, jóvenes, obreros y clases medias “han realizado una de las más grandes hazañas de los últimos tiempos en el país tras volcarse […] a las calles, pese a las violentas represiones ordenadas por el régimen del multimillonario Sebastián Piñera”. Los colombianos lucen hartos de los malos tratos, la discriminación, los asesinatos de exguerrilleros y activistas sociales, la explotación de los trabajadores, el ahondamiento de la miseria, la desatención de las autoridades a los sistemas de salud y educación, la conversión del territorio en una enorme base militar gringa. De hí, las manifestaciones contra la uribista línea de Iván Duque.
Adicionemos a la lista las marchas de representantes de disímiles sectores ecuatorianos en rechazo a la actuación de Lenín Moreno, que, con la anuencia de apenas el 11 por ciento de sus compatriotas, se halla bajo el fuego graneado de “un pueblo que añora los años de gobierno de Rafael Correa, quien sacó al país del enorme atraso económico-social de anteriores administraciones de derecha”.
Como puntillazos para el convencimiento –si restara duda– de que América Latina se encrespa ante la injusticia, citemos el ejemplo de la ridículamente llamada Suiza centroamericana –gajes de la mentalidad colonial–, Costa Rica, abismada en un pandemonio de paros provocados por la propuesta de acuerdo que el presidente Carlos Alvarado intentó llevar a cabo con el FMI para paliar los estragos del Coronavirus.
“Casos similares ocurren en Haití, República Dominicana, El Salvador, Perú, Paraguay. La pandemia de COVID-19 ha sacado a relucir la indigencia social y económica que han dejado a los pueblos latinoamericanos las políticas neoliberales impuestas desde Washington, otras potencias occidentales y los organismos financieros internacionales”.
Cristaliza una previsión
Meditadores como Emir Sader previeron acertadamente en los instantes más lúgubres un segundo ciclo progresista. Sucede que, al retornar al mando, la derecha confirmó que no dispone de una alternativa a su modelo original, preñado de ajustes fiscales, privatizaciones, recortes de recursos públicos y de políticas sociales, alienación de la soberanía nacional y endeudamiento extremo.
“No aprendieron de su fracaso anterior, ni del éxito de los gobiernos antineoliberales”. Algunos de los cuales se esfumaron a causa de la componenda del imperio y sus secuaces, así como de que no se entregaron siempre a una cabal brega por la conciencia ideológica de las multitudes, quizás sobrevalorando el peso de una redistribución que medró en condiciones de elevados precios de las materias primas para menguar en tiempos de “vacas flacas”, con el consiguiente malestar de muchedumbres que no justipreciaron el peligro de un retroceso.
En su “descargo”, acotemos que cumplieron lo prometido: la lucha contra el principal problema, la inequidad, con la proverbial arma de la prioridad de normativas multiplicadoras de ingresos y puestos de labor, promotoras de la extensión de la educación y la salud públicas, fortalecedoras de las funciones colectivistas del Estado.
“Es así como los gobiernos que asumieron programas antiliberales han reducido la desigualdad, la exclusión social, el hambre y la miseria en nuestros países como nunca antes, frente a lo que sigue sucediendo en el resto del continente y en el mundo. Fue así como estos países lograron retomar el desarrollo económico, desarrollar procesos de integración regional e intercambio Sur-Sur, especialmente con China. Así fue como han logrado aislar, más que nunca, la influencia norteamericana en el continente. Fue un momento muy especial para América Latina, que proyectó a los principales líderes de izquierda en el mundo: Lula, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, Hugo Chávez, Nestor y Cristina Kirchner”. Lo cierto es que con el regreso de las votaciones democráticas, como en Argentina y Bolivia, la gente se definió por el progresismo redivivo –en sí nunca murió.
El pensador se pregunta en qué medida pueden seguir este trayecto Ecuador, Brasil, Uruguay. Y se contesta que deberán optar por formas de liza adaptadas a la dinámica del capitalismo internacional, en que se encuentran insertos. Con el vórtice de la batalla en la reanudación de la centralidad de las políticas sociales, “como vía para combatir las desigualdades en el continente más desigual del mundo [lo cual] significa la reanudación del papel activo del Estado, de la soberanía nacional, de los procesos de integración regional”.
Eso sí: “los nuevos gobiernos tendrán que afrontar problemas que no se pudieron afrontar en el primer ciclo, como encontrar la vía de la democratización de los medios, la democratización del Poder Judicial, una reforma fiscal socialmente justa, la prioridad de la lucha de ideas, de elaboración de una política económica de integración regional, la búsqueda de nuevas alianzas a nivel internacional. Es una agenda densa y difícil, pero sin la cual el segundo ciclo enfrentará los mismos obstáculos que el primero”.
Sobre todo, porque atravesamos la peor crisis en 100 años. Estamos ante una década perdida, que va a representar una caída de 9,1 por ciento del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), tal explicaba recientemente Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal. A guisa de elementos que confirman la aseveración, precisaba que en 2020 se registraba el cierre de 2,7 millones de empresas formales y se desconocía cuánto tardarán en recuperar su capacidad productiva, por lo que el desempleo alcanzará a 44 millones de personas.
Desgranando medidas para la recuperación, el organismo estipula impulsar la inversión pública en sectores que reporten mayor empleo, apoyar a las familias, así como calzar las pequeñas y medianas empresas, las que más fuerza de trabajo ocupan en el área. Igualmente, ejecutar políticas macroeconómicas activas, para retomar el despegue y promover una transformación estructural, robustecer los ingresos públicos y mantener estrategias monetarias expansivas convencionales y no tales.
¿Fundamental? La cooperación que amplíe precisamente el espacio de las políticas macroeconómicas, y el alivio, mediante la postergación, del pago de las deudas nacionales, lo cual permitiría redireccionar importantes recursos en función del desarrollo. En líneas abarcadoras, cinco postulados con que sobrepasar las tres crisis estructurales actuantes en Latinoamérica –económica, social y de la biota–: a mediano y largo plazos, fiscalidad progresiva, nuevo régimen de bienestar y protección social, internalización de externalidades ambientales, desarrollo industrial y tecnológico, integración regional y multilateralismo renovado. Tácita negación del neoliberalismo.
Herido, amenaza con mantenerse
Sumido en un evidente default en América Latina, como señalaba Alfredo Serrano Mancilla en RT, el régimen guerrea a brazo partido para no desaparecer. A pesar de que, luego de medio siglo, navega por un gran aprieto conceptual. “Su manual quedó corto”. Con el observador, pongamos énfasis en que el SARS-CoV-2 ha puesto al descubierto muchas debilidades, solapadas con mayúsculas campañas de comunicación portadoras de mentiras.
“Véase, por ejemplo, lo que pasó en el año 2008: la última gran crisis neoliberal en lo económico fue reescrita como un problema de burbuja inmobiliaria, y responsabilizaron de todos los males a los ciudadanos, por un exceso de endeudamiento. Sin embargo, esta vez, ante la actual Gran Recesión que vivimos en el mundo, es prácticamente imposible que puedan nuevamente echarnos la culpa de todo, a pesar de que lo intenten. En este momento hay un gran consenso de que la culpa no reside en la gente, sino que el problema real está en un modelo económico y social muy poco preparado para afrontar adversidades”. Un modelo que, olvidado de la economía real en pos de la financiarización y defendiendo a capa y espada el “libre albedrío individual”, no ha atinado con ninguna de sus “soluciones” habituales. Han saltado por los aires todos sus mitos en medio de una situación dramática: la enfermedad desalada.
Pertechado de encuestas de la Celag, el articulista nos ilustra acerca de que en el trimestre de abril-mayo-julio “en Argentina el 90% está a favor de un Estado mucho más presente y activo; este valor es del 70% en Chile, 60% en México y 75% en Bolivia”.
Así que el sentido común discurre por una dirección completamente opuesta al libreto apologista del capitalismo ferozmente desregulado. “El impuesto a las grandes fortunas cuenta con gran apoyo en muchos países de América Latina (76% en Argentina, 73% en Chile, 67% en México, 64% en Bolivia y 75% en Ecuador); y lo mismo ocurre con una renta mínima, garantizar públicamente la salud y la educación como derechos, frenar las privatizaciones, suspender y renegociar el pago de deuda, etc. Además, en la mayoría de los países en la región, la banca, los grandes medios y el Poder Judicial cuentan con una imagen muy negativa”.
Sin embargo, pecaríamos de ingenuos si consideráramos que el sistema está pronto a difuminarse o que no posee mil y una tretas para proseguir en el empeño de hipnotizar a las víctimas, con el arma de la hegemonía cultural, ideológica. Nuestro autor rememora que la formación de marras, en su etapa de exaltación máxima, dispone de un “gran poder estructural” que, seguramente, estará dispuesto a camuflarse con discursos adelantados. ¿Acaso el FMI no ensaya hoy un tono más conciliador en materia de deuda externa? ¿Acaso no asistimos al espectáculo de un Banco Mundial que defiende los programas de rentas mínimas, a la escena de multimillonarios que abogan por más impuestos a su costa?
Sí, convengamos en que, si bien anda enmarañado, el neoliberalismo se niega a desvanecerse. Procura oxigenarse y reciclarse. Anda renegociando su futuro. Y aunque padece una gran dificultad para generar horizontes que convenzan y entusiasmen, representaría un craso error subestimarlo o darlo por difunto, por agonizante inclusive. Una astucia consustancial lo impele a apropiarse de ideas revolucionarias, “descafeinadas”, desustanciadas, para granjearse la sobrevida. Ha sucedido en innúmeras ocasiones en la historia: “Cuando el capitalismo estuvo [está] en problemas, cedió [cede] lo suficiente para no perder su dominio”.
Por eso el resultado del dilema no dependerá tanto de la capacidad del endriago de reinventarse, como de que el progresismo avance, ofreciendo soluciones certeras y cotidianas a la ciudadanía. Tal vez lo principal sea la certeza de que de nosotros depende que el capitalismo, en su etapa paroxística, anda lejos de imponerse por sus fueros, y de que la lidia contra el “eterno retorno” está respaldada por la dialéctica de la historia.
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