lunes, 10 de noviembre de 2014

Testimonios de menores retratan cultura de muerte y ausencia estatal



“Conocí a un amigo que se llama Owen, él se fue de migrante para los Estados Unidos porque tuvo problemas de violencia con esos chavos (pandilleros), no había otra opción, así que tuvo que migrar con la mamá para el norte,” estas son las palabras de un menor que habita en el sector Rivera Hernández de San Pedro Sula, al norte de Honduras.
El sector Rivera Hernández, está compuesto por más de 60 colonias y es considerado uno de los lugares más peligrosos del mundo. La violencia está desplazando a la población de este sector a otras zonas dentro y fuera del país. La Policía, encargada de proteger a la gente, es denunciada de ser cómplice de esta violencia. El gobierno en sí, no goza de confianza por parte de la ciudadanía.
La Rivera Hernández está repartido en zonas controladas por diversos grupos, entre los que figuran: Mara Salvatrucha (MS), Los Ponces, El Barrio 18, Los Tercereños y Los Olanchanos.
Una niña de 13 años asegura que “da bastante miedo por la violencia que hay, por las cosas que se dan, pero ellos me conocen, nos conocen mejor dicho, pero si llega gente de otro lado puede que les pase algo, ellos (los pandilleros) tienen problemas con las personas que no son de su barrio”.
A criterio de Norma Cruz, trabajadora social del Juzgado de la Niñez en San Pedro Sula, la situación en el ámbito de la violencia es preocupante ya que los niños y niñas están permanentemente en contacto con la criminalidad, y la violencia sigue imparable, los menores son expuestos en los medios de comunicación como involucrados en organizaciones y responsabilizados, pero ellos en realidad siguen siendo las víctimas.
La migración continúa siendo la expresión máxima de la ingobernabilidad en Honduras. Un niño al que tuvimos acceso, nos contó cómo Yensen, su amigo, se tuvo que marchar por problemas con los pandilleros y por falta de dinero.
“Se fue él solo para los Estados Unidos, me dijo antes que se iba, y que lo iba a lograr, que si lo agarraban se iba a soltar, para darle una mejor vida a su familia” dijo este chico recordando con mucha tristeza a su amigo.

Las niñas ante la violencia
Paula (nombre ficticio) nos relata una experiencia: “Un muchacho de una pandilla se enamoró de una prima, lo que hizo mi tía es llevársela para otro lugar. Luego nos amenazaron, que es lo que siempre hacen, estuvimos encerrados en la casa, pero pasó el tiempo y mataron al muchacho por problemas relacionados con la pandilla, fue entonces cuando mi prima pudo regresar, pero mi mamá nunca tomó ese plan de irnos del lugar, sino estar siempre aquí”.
Paula dijo sentir temor de que los pandilleros quieran que esté con ellos a la fuerza, “porque se dan casos donde agarran a las muchachas, las violan y las matan".
Otra menor a la que tuvimos acceso asegura que su “hermana que tiene actualmente 17 años, cuando tenía 15, la amenazaron, le dijeron que si no se iba la iban a matar, entonces mi mamá tuvo que tenerla encerrada para que no le hicieran daño”.

Luz en medio de tinieblas
A pesar del ambiente violento y de la inoperatividad del Estado, hay cosas positivas para destacar en la Rivera Hernández. Una de ellas es el programa Paso a Paso, que trabaja con jóvenes en riesgo. Muchos de los niños y niñas primero van al colegio, y en la tarde ingresan al programa. Se implementa una hora de estudio, una hora de juego, merienda y manualidades.
“El programa nos ayuda a vencer ese miedo, si tenemos problemas de familia o si no podemos entrar a otro lado, es un programa que nos enseña los derechos de los niños”, expresó uno de los que asiste al programa.

Por una cultura de paz
Para Norma Cruz, trabajadora Social, para lograr una cultura de paz como política gubernamental es necesario que se resuelvan los grandes problemas sociales, porque al final son los niños quienes sufren las consecuencias.
“Si no hay solución a los problemas sociales eso complica aún más las cosas. Deberían darles nuevas oportunidades para que ellos puedan desarrollarse. Con la actual política, pareciera que en este país ser niño o ser joven es sinónimo de ser delincuente, en Honduras las cosas se hacen al revés, porque cada día el acceso a la educación se vuelve más complicado”, concluyó Cruz.

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