lunes, 24 de noviembre de 2014

La Bella y el Horror



Por Melissa Cardoza *

La que nos despierta por las mañanas y nos dice que hay que ir a hacer el cafecito, prender la radio, tomar agua, estirarnos. La que nos apura para llegar a tiempo al trabajo, quienes lo tienen, a las escuelas, al bus. La que nos corretea con sus emergencias de enfermedades, fiestas, paso del tiempo, despedidas, pasiones amorosas. 

La bella es la vida. La vida de todas nosotras, en los colores de piel que nos dio la mezcla de sangres y soles, con las dimensiones distintas de cuerpos, edades, modos de hablar, creencias y conflictos. La vida bella que nos mantiene sintiendo el misterio de la ternura, del deseo, de la rabia digna. La vida viva de las mujeres, la que nadie por ninguna condición, explicación ni justificación tiene derecho a quitarnos y la que defenderemos con la vida misma. 

Del otro lado, el horror. El que mata, envilece, viola, amenaza, tortura, miente, abandona hijas, roba porque tiene permiso, impunidad para hacerlo. El horror del patriarcado, el que trata de convertir a los hombres de este país en agresores ya que muchos de ellos son los que matan a las mujeres, a otros hombres, a sí mismos, son los que persiguen, amenazan, asaltan, violan. 

Este patriarcado que trata de convertirnos a las mujeres de este país en víctimas, en arrinconadas, en las que lloran las muertes de otras, en las que piensan en huir con sus hijas.  

Y estamos las mujeres y los hombres que resistimos al patriarcado. Mujeres que con más claridad y rabia aprendemos a defendernos con uñas, ideas y dientes  ante las agresiones de ellos donde nos toque, porque aprendimos que están en todas partes.  Y los pocos hombres que no escogen el crimen como salida a una masculinidad impotente ante sus patrones poderosos, enemigos armados a quienes sí les temen,  ni se dejan convertir en siniestros ejecutores del sistema que dicen rechazar, que no se ocultan detrás de máscaras de buenos padres, compas y amigos; ni son sus silenciosos cómplices.

La bella y el horror. Mirando la cara del supuesto asesino de María José y Sofía Alvarado que tanto han conmocionado el país por su símbolo internacional de belleza,  una mira un muchacho, joven, incluso sonriente cuando le preguntan: ¿usted las mató? Un hombre en quien ellas confiaban, un novio, así como fueron otros asesinos: amantes, esposos, amigos, tíos, exparejas,  compañeros de lucha, maestros. Hombres que tuvieron la confianza de aquellas que  premeditadamente mataron o pensaron en matar,  porque cómo desconfiar de los cercanos o de todos ellos.   ¿Es lo que toca hacer?  Sí, eso es lo que toca.

Cuando cuento, ya salida de asombro y con certeza de la existencia latente de esta amenaza,  sobre la llamada de Salvador aquella noche donde me decía ahorita voy a tu casa a matarte, vieja puta, hay mujeres mayores que me dicen, no se preocupe que lo va a pagar donde más le duele; ratifico que desde siempre muchas de nosotras nunca hemos creído  en la justicia del macho, del  empresario, del patrón, del militar. La nuestra es otra.

Curiosamente, las feministas con la fama que tenemos de odiar a los hombres, que razones no nos faltarían dado el odio que ellos nos manifiestan, no hacemos uso de los viles mecanismos del poder machista para aterrorizar, desacreditar, eliminar  a otras y mentir o callar con la  habilidad de los cobardes. Con nuestros errores, aciertos, fuerzas,  repeticiones, sinsabores, conflictos  e incoherencias seguimos ensayando la justicia para nosotras aún encima de los escombros que el patriarcado nos deja del país que amamos.  

* Escritora feminista hondureña


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