viernes, 7 de febrero de 2014

Dos testimonios y un Primero de Enero de 1959

Fidel y el Che en 1959.

Una gran orgía de los sentimientos

Por Paquita Armas Fonseca

Cincuenta y cinco años atrás (se dice fácil) monté en un caballo blanco y cremita, “un penco” al decir de mi Papá que lo atendía “a piso”, algo así como estar pendiente del animal en la finca El tanque que le cuidaba a un casi terrateniente holguinero. Allí pasé desde mis tres o cuatro años hasta los nueve. Mis padres no me dejaban ir sola al fondo, porque en el límite de lo que era el barrio La chomba había un burdel, dicho en forma fina, (bayú era como decían mis viejos y mis hermanos) al que iban guardias de Fulgencio Batista y a cada rato había una bronca, con tiros y todo.
Pero en El tanque tuve el privilegio de ver a los primeros barbudos. Eso sucedió cuando andaba por siete años y meses, recuerdo como recostaban taburetes a la pared de enfrente, y mi madre les decía que recordaran que a unos quinientos metros llegaban las patrullas batistianas. Ellos reían y le decían “Cacha, esos bichos nos tienen tanto miedo que ni aquí suben”. Era cierto a finales de diciembre de 1958 los rebeldes rodeaban casi todas las ciudades orientales, además estaba oscuro por los apagones. A mí me gustaba que ellos llegaran porque había uno que tenía la barba negra, larga y espesa, como me imaginaba a los reyes magos, y aquel hombre, Felo, dejaba que yo halara sus pelos.

Vuelvo al penco, el caballo pinto en el que mi padre me subió, para ir hasta los límites de la ciudad, el día primero de enero de 1959. Yo vencí el miedo que le tengo a esos cuadrúpedos, pero como se llevaba tan bien con Papi no lo pensé mucho, además ¿Quién tiene temor y sentido del peligro a los ocho años?

El camino estaba lleno, mucha gente iba a pie, todos se felicitaban y ahora lo recuerdo como una gran orgía de los sentimientos. Los viva a Cuba, a los rebeldes, a Fidel se mezclaban en timbres de voces distintas. Hubo también llanto de alegría y algún deseo de venganza que lo sentí en expresiones de personas que habían perdido un familiar o su casa.

La ida la puedo contar detalle a detalle: mi encuentro con muchos más rebeldes, llenos de collares de Santa Juana, de hecho me regalaron dos, uno anda por algún esquinero de la casa. Del regreso no recuerdo absolutamente nada. Supongo que dormida haría el tramo hasta El tanque.

Los días que siguieron fueron de euforia total. Mi madre con algún miedo porque aún quedaban casquitos armados. Y yo tuve un seis de enero especial. Aún creía en los reyes magos. Nunca entendí por qué si era tan buena alumna me tenía que conformar con una muñequita de plástico y plumas en la cintura, pero el primer día de reyes de la Revolución mi hermano se disfrazó –es una metáfora, claro- de Baltazar y al despertar tuve una muñeca grande, rubia, vestida de azul. El primogénito pidió dinero prestado y a cada persona de la familia dejó un regalo incluso para él compró un radio, del que disfrutábamos todos.

Hasta la finca iban amigas de mi hermana, muchachas igual que ella, que se “repartían” los novios entre los héroes rebeldes. Casi todas decían que Camilo y el Che eran los más lindos. Yo me metía y aunque me mandaran a callar decía que el más lindo era Fidel. Luego entendí por qué: tiene un perfil greco latino perfecto y el carisma ideal para la conquista del alma de las mujeres y la admiración de los hombres, incluso de algunos muy especiales como los propios Camilo y Che que lo demostraron con creces.

Estoy segura de que no escuché el discurso, pero si comentarios de mi madre o mi padre sobre lo que dijo Fidel el 8 de enero acerca del futuro. Luego lo leí: “Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.”

Muy difícil ha sido, quizás mucho más de lo que se imaginó el propio Fidel. Sin embargo, hoy, cuando amigos están en crisis en países del primer mundo, veo este planeta totalmente patas arribas, recuerdo mi primera muñeca y mi viaje en busca de los rebeldes, las risas y la felicidad de aquellos momentos y paso revista a otros instantes de estas cinco décadas y media; digo que valió la pena, por nosotros y por los que vendrán.

Fidel en la Sierra Maestra poco antes del Triunfo. Enrique Meneses quería retratarlo de espaldas, cuando este se giró. La foto se convierte en un símbolo.

Luminosamente surge la mañana
Por Leonel Nodal

Cada cubano que vivió las emotivas horas que siguieron al anuncio del derrocamiento de la dictadura militar abatida por la revolución popular comandada por Fidel Castro guarda un recuerdo imborrable de ese día, pero todos conservan en la memoria aquel primer verso inolvidable de la Marcha Triunfal del Ejército Rebelde de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.

En la propia noche del 1º de Enero de 1959, cuando salió al aire en el canal 6 de la televisión su programa estelar Jueves de Partagás, el entonces famoso y muy popular actor Eduardo Egea, quien hasta entonces debió mantener en secreto su simpatía por los rebeldes de la Sierra Maestra, estremeció a la audiencia nacional con la lectura de un poema recién llegado a sus manos.

Yo había estado atento a las noticias que desde las primeras horas de ese día daban cuenta de la fuga del tirano, el retorno de la libertad, y mientras la emoción me invadía fueron saliendo los versos, nos contó el laureado poeta Indio Naborí, 45 años después de aquella jornada que cambió de manera radical la vida de la Isla.

Por la tarde me fui hasta la sede de la CMQ, donde solía participar en algunos programas y allí me encontré con Egea, un artista muy patriota, y le conté que había escrito un poema dedicado al triunfo de la Revolución. De inmediato me dijo: dámelo acá, que esta noche lo recito en mi programa.

Quizá ni el propio Naborí, ni su entusiasta intérprete, ni mucho menos los dueños de la conservadora CMQ, pudieron apreciar en ese momento la trascendencia histórica que alcanzaría con el paso del tiempo aquella Marcha Triunfal del Ejército Rebelde.

Pronto se convirtió en una especie de nuevo himno, un canto de victoria, de esperanza, que se hizo popular, y era repetido por escolares y adultos, hasta alcanzar su extensión definitiva en el acto realizado el 8 de enero, cuando por primera vez Fidel Castro se dirigía a los cubanos de la capital y de todo el país desde uno de los balcones del antiguo Palacio Presidencial.

Las calles habaneras se engalanaban con la bandera nacional, y de inmediato aparecieron los carteles en los que sobre las franjas roja y negra de la insignia del Movimiento Revolucionario 26 de julio, anónimos simpatizantes escribieron “Gracias Fidel”, una consigna que se extendió por puertas y ventanas, en señal de júbilo por el triunfo de una insurrección frente a una de las dictaduras más sanguinarias de América Latina.

Tras la entrada en La Habana de los comandantes Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, a medida que la columna del Ejército Rebelde encabezada por Fidel avanzaba por la Isla, completé el poema hasta su versión definitiva, cuenta Naborí.

Es, sin duda, el primer poema escrito recién anunciado el triunfo de la lucha liberadora encabezada por Fidel, subrayó en prólogo a una colección de poemas de Naborí la estudiosa de su obra, María Eugenia Azcuy.

Si es cierto que su ritmo dactílico amétrico de base trisílaba recuerda el ritmo de la Marcha de Rubén Darío, no es menos cierto que no pocos elementos la diferencian de ella, agrega.

Por ejemplo, explica la especialista, la carga de subjetividad, la calidez vivencial y ciertos recursos trovadorescos propios del poema y la canción de las multitudes. Los trovadores mozárabes solían marcar en sus zéjeles la frase o rima consabida que indicara el momento en que el público oyente debía sumarse, formando un gran coro, a la voz del cantor.

Fue ese recurso poético el que transformó en un gigantesco coro de un millón de voces a la masa de cubanos que aquel 8 de enero se reunió frente al Palacio Presidencial para escuchar al recién descubierto líder de una nación que comenzaba a andar con paso firme por su verdadera e irrenunciable independencia.

En los meses y años que siguieron, en cada acto patriótico o conmemoración relevante, una voz de mujer también nueva para el gran auditorio nacional, repleta de dignidad, libre de efectos grandilocuentes, serena, vibrante, la actriz y declamadora Alicia Fernán, con su gallardo porte de juvenil miliciana, formaría un dúo inseparable con el Indio Naborí.

Lo conocí en un acto realizado en el Sindicato de Torcedores (los hombres que dan forma a los famosos habanos con sus manos) y luego de escuchar mi actuación se acercó a mí y me dijo que él deseaba que yo recitara un poema suyo titulado “Carta de una madre rica”, que se estrenó en el programa televisivo Festival del Jueves, nos contó Fernán.

Actriz graduada en 1952 y locutora exclusiva de una firma jabonera a partir de 1956, Alicia Fernán alcanzó la mayor notoriedad con su personalísima interpretación de la Marcha triunfal del Ejército Rebelde, grabada por primera vez en un disco de la entonces recién creada Imprenta Nacional que dirigía el escritor Alejo Carpentier, con el acompañamiento del Grupo de guitarras y laúdes de Eduardo Saborit.

Un cronista de la época sintetizó su imagen en una corta oración: su voz es una bandera sonora de la Revolución, abierta a los cuatro vientos de la Isla.

Desde entonces los nombres de Alicia y Naborí, amigos entrañables, quedaron unidos a la famosa marcha. Quienes los descubrieron en sus primeras apariciones públicas de aquellos tiempos fundacionales y admiraron su entrega, disfrutan todavía la dichosa reunión de ambos artistas en torno a aquel poema, como en aquellos días de júbilo que se renuevan con cada 1º de enero.

Marcha Triunfal del Ejército Rebelde

¡Primero de Enero!
Luminosamente surge la mañana.
¡Las sombras se han ido! Fulgura el lucero
de la redimida bandera cubana.
El aire se llena de alegres clamores.
Se cruzan las almas saludos y besos,
y en todas las tumbas de nobles caídos
revientan las flores y cantan los huesos.
Pasa un jubiloso ciclón de banderas
y de brazaletes de azabache y grana.
Mueve el entusiasmo balcones y aceras,
grita desde el marco de cada ventana.
A la luz del día se abren las prisiones
y se abren los brazos: se abre la alegría
como rosa roja en los corazones
de madres enfermas de melancolía:
Jóvenes barbudos, rebeldes diamantes
con trajes olivo bajan de las lomas,
y por su dulzura los héroes triunfantes
parecen armadas y bravas palomas.
Vienen vencedores del hambre, la bala y el frío
por el ojo alerta del campesinado
y el amparo abierto de cada bohío.
Vienen con un triunfo de fusil y arado.
Vienen con sonrisa de hermano y amigo.
Vienen con fragancia de vida rural.
Vienen con las armas que al ciego enemigo
quitó el ideal.
Vienen con el ansia del pueblo encendido.
Vienen con el aire y el amanecer
y, sencillamente, como el que ha cumplido
un simple deber.
No importa el insecto, no importa la espina,
la sed consolada con parra del monte,
el viento, la lluvia, la mano asesina
siempre amenazando en el horizonte.
¡Sólo importa Cuba! Sólo importa el sueño
de cambiar la suerte.
¡Oh, nuevo soldado que no arruga el ceño
ni viene asombrado de tutear la muerte!
Los niños lo miran pasar aguerrido
y piensan, crecidos por la admiración,
que ven a un rey mago, rejuvenecido,
y con cinco días de anticipación.
Pasa fulgurante Camilo Cienfuegos.
Alumbran su rostro cien fuegos de gloria.
Pasan capitanes, curtidos labriegos
que vienen de arar en la Historia.
Pasan las marianas sin otras coronas
que sus sacrificios: cubanas marciales,
gardenias que un día se hicieron leonas
al beso de doña Mariana Grajales.
Con los invasores, pasa el Che Guevara,
Alma de los Andes que trepó el Turquino,
San Martín quemante sobre Santa Clara,
Maceo del Plata, Gómez argentino.
Ya entre los mambises del bravío Oriente,
Sobre un mar de pueblo, resplandece un astro:
ya vemos… ya vemos la cálida frente,
el brazo pujante, la dulce sonrisa de Castro.
Lo siguen radiantes Almeida y Raúl,
Y aplauden el paso del Héroe ciudades quemadas,
Ciudades heridas, que serán curadas,
y tendrán un cielo sereno y azul.
¡Fidel, fidelísimo retoño martiano,
asombro de América, titán de la hazaña,
que desde las cumbres quemó las espinas del llano,
y ahora riega orquídeas, flores de montaña.
Y esto que las hieles se volvieran miel,
se llama…
¡Fidel!
Y esto que la ortiga se hiciera clavel,
se llama…
¡Fidel!
Y esto que mi Patria no sea un sombrío cuartel,
se llama…
¡Fidel!
y esto que la bestia fuera derrotada por el bien del hombre,
y esto, esto que la sombra se volviera luz,
esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre…
¡Fidel Castro Ruz!

(Reportaje Publicado originalmente en la Revista Cuba Internacional, enero de 2004)

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