martes, 18 de febrero de 2014
Crónica de un día casi olvidable, Asunción y Decepción
Por Rodolfo Pastor Fasquelle
Pondría como epígrafe, si los tuviera a la vista, alguno de los graffiti que Televicentro y los periódicos de la falsimedia califican de vandálicos y destructivos, porque los pintaron los muchachos en la manifestación a la que no se permitió llegar al estadio. ¡Si no serán ridículos y tanta gente anda repitiendo esa tontera! Ojalá no nos toque ver destrucción de verdad, una masa violenta y anárquica. Nada hay más sustancial que esos graffiti en este cuento.
La Asunción (como llaman ahora, con un término más bien de la teología mariana abstrusa, a la transferencia de mando presidencial) de don Juan Hernández a la Presidencia ha sido sin duda el teatro más celebrado de la semana. Un teatro por cierto cuyas graderías estaban vacías, porque ya se sabe que el pueblo es un peligro y el auditorio meta estaba embobado detrás de la cámara de la TV en directo y en cadena nacional, sin precedente ni escapatoria. (He visto suplementos de periódico impresos en que se hizo el mismo trabajo que se hacia, antes en campaña, para llenar las concentraciones vacías de Juan, se ha retocado la fotografía para llenar los estrados y se asegura que había 26 mil asistentes.) Todas las fotografías genuinas, incluso las de los ángulos descuidados de la prensa tarifada, muestran lo contrario. Un vacío. Aunque se había dado asueto a la burocracia y se había repartido a razón de 300 lempiras el boleto, para los frescos, y ¡a pesar de que solo dos meses atrás habían ganado contundentemente la capital! los cachurecos ni por la fuerza pudieron llenar ese estadio. Y las bases liberales tienen vergüenza, aunque no el liderazgo.
Asistieron a la toma de posesión de don Juan, su familia, la pareja presidencial saliente, manifiestamente disgustada y relegada en honra y por supuesto el dulce Mauricio Oliva, que felizmente no tuvo que hablar y a quien le tocó imponerle a Juan la banda bordada con el escudo, un par de predicadores de esperpéntico y agitado ademán, con voces de sonsonete, los militares, todos los oficiales militares, todos los militares de gabinete, los tigres y los de orden público, los ingenuos paracaidistas y los cínicos de galón y nuevo sueldo, pero todos llenos de lealtad, que se cuide don Juan, honor y sacrificio ¿no es cierto? El príncipe heredero español, cuyo avión se accidentó, el presidente saliente de Panamá, el de Colombia, que ofreció más ayuda para seguridad, el Secretario de Trabajo de EUA y la gobernante de Kosovo! Dios los hace y Juan los junta. La Embajadora Kubiske que también ofreció -ante el reclamo retórico- más ayuda para la militarización. Y asistieron también los empresarios y las damas de la alta burguesía, no está claro si con preferencia las mediorientales, con trajes de diseñador, ocasionalmente con el mismo, y el majo y joven Callejas con Norma Regina colgada de bolsa O. de la Renta y zapatos a juego, dice La Prensa, sin calificar una extraña gasa sobre su cabeza.
No compitió exitosamente con ese espectáculo, aunque tuviera mayor número de asistentes y fuera más divertida, la manifestación callejera que convocó mi Partido, LibRe, y a la que asistieron sin pena ni gloria sus líderes más visibles, casi todos los diputados, incluyendo a los coordinadores y los chavos bloqueros a los que les encanta andar pintarrajeando muros, que es como andarse orinando en público, aunque le hacen daño a su causa, se prestan a la más fácil manipulación, se les va a llamar destructores aunque no alcancen a ser más que Serapio y malcriados. Después de todo a la manifestación de LibRe no enviaron helicópteros aviones supersónicos, no dispararon salvas.
Mientras los diputados liberales posaban para las cámaras, los líderes resentidos de no haber conseguido parte de las migajas en el mantel de la negociación, pronosticaban que el PL se está convirtiendo en una minoría intrascendente, un pitufo, decía Raviber. Aunque para ayudarles los líderes nacionalistas repetían sin cesar la línea de que los liberales eran los defensores del pueblo. Habrase visto. Sin decir contra quien, lo defendían. Tampoco esa telenovela competía por el rating en el cartel de los Hernández.
Superando las lágrimas espontáneas que le inspiraba la “indita” de Lempira con falsos plumajes que suplicaba que radicara la delincuencia, pobre inocente, el asumido Juan se las arregló para casi declamar un discurso hermoso. Oquelí hubiera dicho que conceptualmente impecable, apelando a la unidad de la familia (ese otro cuento) y proclamando su apertura al diálogo, horas después de haber declarado que LibRe estaba vinculado al crimen organizado y advirtiendo aquí otra vez, que se les terminó la fiesta, un día antes de que le aparecieran ocho muertos con letreros y se pusiera al descubierto que el mismo ministro de antes seguirá despidiendo policías corruptos para que puedan dedicarse, a tiempo completo, a su otro oficio y aunque no quede nadie. Y ordenó (payasada) que procedieran los militares a ejecutar un operativo eso si interagencial, contra el crimen, deteniendo a muchachos en los buses y ratificó en sus cargos a media docena de ministros del gabinete económico y político… con lo cual completaba las cabañuelas de las vísperas. ¡Salve Patria!
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