jueves, 27 de febrero de 2014
Venezuela, América Latina e Imperialismo
Rebelión
Por Javier Saldaña Martínez *
A fines del siglo XX, la victoria electoral de Hugo Chávez se inscribe en el inicio de una nueva oleada de movimientos y movilizaciones sociales en América Latina. Rebeliones populares deponen a sus presidentes (en Ecuador a Jamil Mamuad y Lucio Gutiérrez, en Argentina a Fernando de la Rúa y Duhalde, en Bolivia a Gonzalo Sánchez de Lozada y a Carlos Mesa), nunca tan alejados de su pueblo y tan cercanos a las transnacionales estadunidenses. Mientras, en Venezuela se ponen en práctica las primeras medidas políticas y sociales del nuevo régimen en construcción preparando el camino para la Asamblea Constituyente que elaborará la nueva constitución política del país. Ni más ni menos que el documento que organiza al poder, pero con innovaciones políticas y económicas que la desmarcan del tradicional modelo republicano-liberal.
Siempre al tanto, Estados Unidos -con Bush hijo en la presidencia- intensifica su política imperialista y neocolonial para el siglo XXI con los atentados del 11/S como marco de las invasiones orientales-asiáticas en ciernes y de el reforzamiento del intervencionismo militar en América Latina, para asegurarse de recursos naturales, del control del flujo de fuerza de trabajo (la inhumana migración de los países del sur al norte como reedición del comercio de esclavos) y de la transferencia de plusvalor.
Así, Estados Unidos despliega una estrategia multidimensional para contener y luego derrotar al incipiente nuevo bloque político latinoamericano que ya había comenzado a mostrar un cambio importante en la correlación de fuerzas. Dicha estrategia se caracteriza por una intensificación del intervencionismo estadounidense en América Latina que no se había visto tan claramente desde la mitad del siglo XX: golpes de estado impulsados desde las embajadas estadounidenses, invasión militar directa o encubierta, asesinatos políticos, guerra económica y financiera, guerra psicológica contra la población, guerra mediática, presiones diplomáticas, propaganda negra, generación de escasez de mercancías, desabasto y desestabilización política.
Por su parte, las reformas políticas de Chávez expresan su voluntad por eliminar los mecanismos de dominación oligárquicas. Se modifica la estructura del Estado, se fortalece e instituye la corriente de integración latinoamericana, recuperan sus recursos naturales, cambia su política económica, fiscal y financiera, se amplían y garantizan los derechos sociales y políticos. El alcance e influencia de estas medidas se torna regional y mundial.
En tanto, en otros países de América Latina los movimientos sociales materializan su potencia política en victorias electorales. Triunfan dirigentes sociales y políticos forjados por sus propios movimientos y no los políticos impuestos por el mercadeo político - mediático. En Brasil obtiene la presidencia un ex obrero metalúrgico y ex dirigente sindical, en Bolivia es un indígena cocalero (el primer presidente indígena en América desde la invasión europea), en Ecuador un académico carismático e independiente, en Argentina un experimentado político nacionalista sin compromisos con los poderes financieros mundiales.
El resultado es un bloque político informal aún, pero con la experiencia de Cuba, que enfrentará los proyectos imperialistas como el ALCA, al tiempo que sentaba las bases de su proyecto de integración regional con principios como la equidad, la ética, la protección del medio ambiente, la solidaridad, la cooperación y no la competencia, el respeto a la libre autodeteminación de los pueblosay a la soberanía. Sin embargo, estos regímenes aún centran la resolución de sus problemas económicos en el desarrollismo y el extractivismo con poca o nula industrialización, aunque con cierta autonomía en materia de medidas económicas y financieras. El aspecto político de este proceso -expresado en el fracaso del proyecto neocolonizador e imperialista conocido como ALCA- fue la consolidación de dicho bloque y de su perspectivas de transformación. Aún más, se convirtió en una muestra nítida de la lucha de clases en diferentes escalas: nacional e internacional.
Con modestia política, pero con una gran fuerza moral, el nuevo bloque sustituyó el ALCA imperialista por el ALBA integracionista sumándose a los otros proyectos de cooperación en rubros económicos, comerciales y financieros; la parte política estaba implícita. No obstante, el imperialismo europeo-estadounidense a pesar de sus derrotas y de encontrarse empantanado al final de su guerra neocolonizadora en Afganistán e Irak, nunca olvidó sus intereses en América Latina como se comprueba ahora: al interior de los países latinoamericanos la lucha de clases se agudiza con su expresión más clara en Venezuela, pero una lucha de clases con un contenido racista casi determinante.
Así el imperialismo golpea en los eslabones más débiles cuando la correlación de fuerzas le favorece (mientras en las “izquierdas” muchos desprecian este esquema de análisis, para los intelectuales del capitalismo es su manual de cabecera). Por ejemplo, en Honduras y Paraguay la burguesía nacional rompió el orden constitucional y llevó a cabo golpes de estado con el apoyo, orientación y logística de Estados Unidos, al igual que en 2002 y 2011 contra Hugo Chávez y Eduardo Correa respectivamente.
Por su parte los gobiernos colombiano y mexicano se alinearon plenamente con Estados Unidos y profundizaron sus contrarreformas sociales, políticas y económicas. México y Colombia (Perú y Chile a la zaga) se consolidan ahora como los principales enclaves neocoloniales del imperialismo europeo-estadounidense en América Latina.
Refuncionalización del territorio, dominio de los recursos naturales, energéticos y minerales, control de mercados, de rutas comerciales; transferencia de la riqueza a las naciones matrices del imperialismo y a sus burguesías, cooptación y represión de movimientos sociales y, lo más importante: el control de las mentes, son tan sólo algunos rasgos -de la estrategia totalizadora del imperialismo- que explican la actuación de los Estados Unidos en Venezuela y América Latina pero, sobre todo, son los hechos que, vueltos concepto, justifican el uso de las categorías “imperialismo”, “capitalismo”, “neocolonización”, para comprender mejor la realidad.
* Javier Saldaña Martínez. Posgrado en Derechos Humanos Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario