sábado, 15 de febrero de 2014

Prontuario para un periodismo de combate


Rebelión

Por Enric Llopis

Puede resultar muchas veces un aburrido tópico en las reseñas. Decir que un libro es un “clásico”, que no ha perdido vigencia ni lozanía pese a los años, que devela respuestas a los enigmas del presente, o que conserva la frescura del primer día. Pero, a pesar de todo, “Periodismo y lucha de clases”, el libro de Camilo Taufic, es un “clásico”. Editado por primera vez en Chile por Quimantú, en 1973 (el mismo año que Pinochet y sus huestes bombardearon cruentamente la Moneda), el libro mantiene el pulso vivo en la actualidad. Akal decidió reeditarlo en 2012. 

Ya en el capítulo 1 (“Comunicación social y dominación”, el título es bien elocuente), Camilo Taufic da un golpe sobre el tablero mediático del orden burgués y afirma sin ambages: “No existe la información por la información; se informa para orientar en determinado sentido. Que nadie sea llamado a engaño en una materia en que tantos quieren aparecer (los comunicadores burgueses) como inocentes, apolíticos o neutrales. No hay tal inocencia, tal apoliticismo o tal neutralidad. Y es necesario recordarlo y tenerlo muy presente si se quiere utilizar los medios de masa para fines progresistas o revolucionarios”. 

En acertado prólogo a la edición de Akal, Pascual Serrano ajusta este principio general a coyunturas históricas en las que los medios han enseñado sin rebozo su verdadera cara. Ocurrió, por ejemplo, cuando los diarios ABC y La Vanguardia actuaron contra la II República española y apoyaron el levantamiento de Franco (el periódico madrileño, recuerda el periodista, recurrió a su corresponsal en Londres (Luis Antonio Bolín) para que le hiciera llegar al futuro dictador el dinero con el que arrendar el avión -el célebre “Dragon Rapide”- que le debía trasladar desde Canarias hasta Marruecos). No menos capital devino el papel de “El Mercurio” en la desestabilización de los gobiernos de la Unidad Popular y el apoyo a la asonada de Pinochet. Más recientemente, en 2002, un “cartel” de medios planificó y ejecutó un golpe de estado contra Hugo Chávez en Venezuela. 

En la época en que Camilo Taufic escribe “Periodismo y lucha de clases” la cibernética se incorporaba -en los países del Centro del sistema- al proceso productivo. Por esta razón se plantea las “dos dimensiones del progreso” posibles. Primero, en el mundo capitalista, donde los más desarrollados medios de masas “tienden cada vez más a excluir a las masas de su control, a las que se relega a un papel pasivo, ya sea como lectores o auditores, bombardeados por ideas, noticias o entretenimiento elaborados sin su más mínima participación y sin considerar sus reales intereses”. En el socialismo, por el contrario, las innovaciones tecnológicas deben contribuir al “progreso” de toda la sociedad. 

Y no se excluyen, en este caso, los medios tradicionales, usados de manera creadora y masiva por el pueblo (la alfabetización “relámpago” en Cuba; los coros, conjuntos teatrales, orquestas y ballets de la Europa Oriental o los dazibao chinos (afiches de gran tamaño redactados por ciudadanos corrientes). En esa época, por lo demás, Taufic destaca la eclosión de las computadoras que, en tiempo real, podrían reemplazar toda la comunicación escrita entonces existente en el mundo. 

Algunos comentarios del autor resultaban muy válidos para los 70 del siglo pasado, pero más aún, si cabe, para la comunicación de masas actual. Por ejemplo, cuando señala que los “manipuladores” prefieren la “cantidad” a la “calidad”, pues cuanto mayor es el público, más se extiende el poder de los emisores. Pone, citando a Th. Adorno y E. Morín, el ejemplo del semanario francés Paris-Match y su tendencia a un eclecticismo que mezcla en un mismo número espiritualidad, erotismo, religión, política, humor, deportes, juego, exploración, arte, vida privada y princesas. Así se satisfacen todos los gustos e intereses y se obtiene el consumo máximo. 

Otra muestra de clarividencia, tomada del experto británico Martin Esslin y aplicable sobre todo a la televisión: Incluso las personas que distinguen perfectamente la realidad de la ficción, acaban juzgando los programas con criterios aplicables al arte del espectáculo (una escena filmada de la guerra del Vietnam, en la que mueren soldados reales en el campo de batalla, puede preceder o seguir a una película bélica en la que se simule un combate). Otra gran debilidad de la comunicación masiva es la “transitoriedad”, apunta el escritor. (¿Cuánto dura un diario a la venta, o una emisión radial?). 

Y, frente a la comunicación oral o escrita, la inquietante profusión de la imagen a través del cine y la televisión. La imagen es más comprensible y llega con mayor fluidez que la palabra a las grandes audiencias. Mientras que la palabra es rígida y apela a la parte racional y consciente, la imagen penetra subconscientemente y sin encontrar resistencias; La imagen es captada de inmediato y sin tener que franquear la barrera previa del razonamiento. Son éstas, nociones sobre las que analistas, sociólogos y teóricos de la comunicación de masas llevan mucho tiempo insistiendo, pero que no han logrado trascender a la gente común. 

La empatía del espectador con los personajes televisivos (sean estos galanes intrépidos o estrellas atractivas) le lleva a identificarse con estos y a proyectar sobre los mismos características de su propia realidad. Esta sintonía entre la audiencia y las estrellas de la televisión crea las condiciones para que, de manera más o menos sutil, puedan “colarse” mensajes racistas, anticomunistas, consumistas, etcétera. Con este ejemplo de la época lo explica Camilo Taufic: “Un insignificante mohín de desprecio de Rock Hudson ante una película mexicana en una película de cowbois puede significar más que un editorial de Wall Street Journal contra los países latinoamericanos”. 

Sobre el rol de la ideología y la función de los medios, Taufic pergeña otro razonamiento tan sencillo como imprescindible. Según Mao Tse-tung, “en la sociedad de clases cada persona existe como miembro de una determinada clase, y todas las ideas, sin excepción, llevan su sello de clase”. Pero matiza Camilo Taufic, con palabras de resonancia gramsciana: “el sello que llevan las ideas en la sociedad contemporánea no es necesariamente el de sus detentadores, sino, por lo general, el de la clase dominante, que las ha impuesto por un bombardeo sistemático sobre las mentes de las masas (...)”. ¿De qué modo? A través de la gran prensa, la televisión, el cine y las revistas ilustradas, que imponen a las masas “una realidad que no es la suya, y que ni siquiera es la “realidad”, sino la representación ideal, para los intereses de la burguesía, de las relaciones materiales que tienen lugar en la sociedad”. Reflexiones de sabor “clásico”, de esas que perduran y que el tiempo no periclita. 

Recuérdese ahora a alguno de los muchos tertulianos con argumentario del partido que pululan por los platós televisivos durante todo el día. Y aplíquensele a continuación estas palabras de Camilo Taufic: “El papel político del periodismo queda de manifiesto si recordamos que no existe la información por la información; se informa para orientar en determinado sentido a las diversas clases y capas de la sociedad, y con el propósito de que esta acción llegue a expresarse en acciones determinadas. Es decir, se informa para dirigir. En este sentido, el mimetismo de periodismo y política llega a ser total”. ¿Encaja? 

El autor dedica el capítulo 6 del libro a reflexionar sobre el periodismo en los países socialistas (no omite las críticas, por ejemplo, al consignar que “Pravda” -a finales de los 50- afirmaba que los periódicos soviéticos eran “insípidos, sin vida, mortalmente aburridos y de difícil lectura”). Pero algunos de sus rasgos podrían servir para configurar una red de medios públicos a día de hoy, un debate muy vigente. Taufic caracteriza el sistema informativo de los países socialistas como planificado (hay un medio para cada sector de la población -mujeres, campesinos, jóvenes, sindicatos- a cargo de los organismos de masas o estatales respectivos); los medios son orientados por el Partido, política e ideológicamente (en este punto, sí cabría oxigenar y abrir espacios a la participación); se le da prioridad a la interpretación antes que a la información simple; no se le “sacude” al auditorio, se le explica; se utiliza a gran escala la difusión cultural de alto nivel (música clásica, teatro, ballet, en radio y televisión; literatura en revistas), y hay poco espacio para “entretenimientos” en los diarios y otros medios, salvo que eleve el gusto popular. 

Es esto lo contrario de lo que ocurre en las empresas de comunicación capitalistas, en las que -afirma Camilo Taufic apoyándose en un texto de Jean-Maurice Hermann publicado en julio de 1966 en “El Periodista demócrata- se prioriza absolutamente la búsqueda de beneficios y, para ello, se tratan de aumentar las tiradas/audiencias de modo que el medio sea cada vez más atractivo para los anunciantes. Los medios se colocan, en consecuencia, en el nivel de la población con menor formación cultural. ¿Y los periodistas? “Son asalariados que sólo ejercen una débil influencia en las empresas de prensa, dirigidas en su mayor parte por hombres de negocios incapaces de escribir un artículo ellos mismos, que explotan el trabajo de los periodista y les toman apenas en consideración”. 

Otro apartado no menos candente es el de la concentración de medios y los oligopolios resultantes. Camilo Taufic señala las tendencias de la época, que hoy aparecen corregidas y aumentadas. Pone el ejemplo de la Radio Corporation of America (RCA) Victor, una empresa multinacional que no sólo vendía elementos técnicos de comunicaciones, sino también noticias, series de televisión y programas de radio. Las implicaciones de esta constante histórica tiene hoy en América Latina uno de sus centros, por la alianza entre grandes medios, oligarquías y partidos de derecha. Cita Taufic, como dos “representantes típicos” a la cadena venezolana Capriles y a los diarios, revistas, radios y estaciones de televisión fundados por Assis de Chateubriand en Brasil. En Chile (1969), el principal periódico burgués -”El Mercurio”- consumía el 40% del papel de diarios producido por el monopolio fabricante. 

Muchas veces, pragmatismo obliga, se trata de espigar en los medios convencionales qué articulistas pueden “salvarse”, qué informaciones son “servibles”, qué críticas apuntan (aunque éste no sea su objetivo último) en una dirección transformadora. Pero el escritor socialista Upton Sinclair advierte ante el riesgo de extravíos y confusiones “tácticas”: “Déjeseme explicar que comprendo perfectamente la diferencia entre los diarios capitalistas. Algunos son deshonestos y otros más deshonestos; algunos son capitalistas y otros más capitalistas. Pero por grandes que sean las diferencias entre ellos, y por hábilmente que se pretenda hacerlas aparecer, no hay uno solo que no sirva a intereses creados, que no tenga como objetivo final la protección de los privilegios económicos (…) Un diario capitalista podrá denunciar tal o cual cosa, podrá fingir ser esto o aquello, pero tarde o temprano se comprende que un diario capitalista vive del sistema capitalista, lucha por ese sistema y por naturaleza no puede hacer otra cosa”. 

Otra cuestión no menor en la que también penetra Taufic es la relación entre el periodismo y las emociones. Cierto que actualmente las televisiones e Internet han interiorizado hasta la víscera el ritmo trepidante y el diapasón hollywoodiense, pero ¿ha de renunciar por ello un periodismo que se pretenda “emancipador” a las descripciones vívidas, a la toma de partido apasionada, a la rabia en la denuncia y a la compasión por los explotados? El autor de “periodismo y lucha de clases” no deja resquicio alguno a la duda: “Además de propagar ideas, hechos, juicios, deducciones y teorías racionales, el periodismo revolucionario y progresista tiene el deber de ejercer una influencia multilateral y profunda en la esfera emocional, volitiva y social-psicológica en la conciencia de sus lectores”. Ya señalaba Carlos Marx que el hombre “se afirma en el mundo objetivo no sólo con el pensamiento, sino también con todos los sentimientos”. 

El libro hace también referencia a algunos de los efectos más relevantes de la comunicación de masas. Así, la “exposición selectiva” ante los medios, que echa por tierra las tentaciones deterministas de algunas explicaciones sobre el impacto de los “media”. Viene a explicar esta teoría (de la “exposición selectiva”) que el receptor busca habitualmente mensajes y discursos en los medios de comunicación que confirmen sus ideas previas. También explica el autor en varias páginas la teoría de los “líderes de opinión”: muchas veces el mensaje no llega de manera directa a las audiencias, sino que aparece “filtrada” por personas con mayor formación y acceso a la información. Son precisamente estos “líderes” los que trasladan las informaciones e influyen sobre sus círculos más cercanos. 

Pero uno de los problemas capitales de la información hoy (con una creciente tendencia a la “jibarización”, que diría Pascual Serrano) es la ausencia de contextos explicativos. Se imponen los formatos simples, fragmentados, en 140 caracteres, a la manera de “teletipo” de agencia o de urgentísimo “copia” y “pega”. O textos amplios, pero que no se sumergen en las raíces de los hechos. ¿Por qué se da este fenómeno? Según Camilo Taufic, “el concepto capitalista de objetividad en la prensa propugna la descripción de los principales hechos sociales desconectados de las relaciones sociales en que se dan (…). Una objetividad así concebida no puede ofrecer -en el mejor de los casos- sino un reflejo castrado de la realidad”. 

Más claramente, “así como el periodismo burgués fracciona la realidad, aísla los hechos de su contexto, para dar pedazos de verdad dentro de una gran mentira, muy comúnmente la prensa marxista más desarrollada trata de ofrecer al lector cuadros completos, donde se analizan hechos, fenómenos y acontecimientos en su conjunto, grandes “murales” de situaciones sociales, que permiten apreciar la actualidad a través de una visión global que señala la tendencia de los sucesos”. 

Otra gran cuestión del presente, a la que pueden buscarse respuestas (o al menos sugerencias para la reflexión) en “Periodismo y lucha de clases”: ¿Ha de ser el periodista progresista o de izquierdas un “militante”? ¿Su actividad deber formar parte de las organizaciones políticas-sociales en las que participa? Así se pronunciaba Camilo Taufic en 1973: “Los periodistas revolucionarios, en todo caso, no deben limitarse a reflejar más o menos pasivamente el mundo y sus luchas, sino deben participar en ellas sumando sus fuerzas intelectuales a la revolución, con la polémica, la sátira, la denuncia, la exaltación de los valores populares, el desenmascaramiento de los intereses reaccionarios, el hostigamiento a los enemigos (…). El periodista comprometido que no posea cualidades de espíritu revolucionario, como energía, decisión y ánimo ofensivo, no encontrará eco en las masas populares, donde los contenidos racionalmente correctos deben llegar acompañados por valores emotivos afines (…)”. 

Ahora bien, no hay que llamarse a confusiones. Una página antes advierte: “Ser Objetivo para un periodista marxista significa informar e interpretar las informaciones en base a datos, en base a hechos, y no reemplazar con adjetivos (por muy “revolucionarios” que sean), el reflejo veraz de la realidad que es su obligación hacer”. Cuestión de equilibrios.

No hay comentarios: