sábado, 15 de febrero de 2014

O todos o ninguno



Por Pascual Serrano

En su mítico libro sobre el colonialismo, Los condenados de la tierra (Txalaparta), Frantz Fanon señala la estructura mental impuesta en los países colonizados por las metrópolis del primer mundo. Según señala, la idea es que el individuo debe afirmarse frente a la colectividad. Lograban inculcar en el espíritu del colonizado “la idea de una sociedad de individuos donde cada cual encierra su subjetividad, donde la riqueza es la del pensamiento individual”. 

En un reciente congreso internacional de juristas, el representante de Sudáfrica excusó la ausencia del habitual portavoz de su país, aclarando que en lugar de su hermano había venido él. Los europeos necesitaron llegar al último día del congreso para darse cuenta de que los dos sudafricanos no eran hermanos de sangre, el término “hermano” era el utilizado por denominarse entre sí los militantes negros. El cantautor valenciano Paco Muñoz, en la década de los ochenta, se refería con estas palabras al término “camarada” en la canción del mismo nombre: “Qué bonita palabra, camarada. / Qué bonita palabra que tú conoces. / Antes éramos sombra y ahora somos mazorca y granada”.

Y es que, como dice Fanon, “el hermano, la hermana, el camarada son palabras proscritas por la burguesía colonialista porque, para ella, mi hermana es mi cartera, mi camarada mi compinche en la maniobra turbia”. Frente a todo ello Fanon reivindica las asambleas de las aldeas, la densidad de las comisiones del pueblo, la extraordinaria fecundidad de las reuniones de barrio y de célula. Es necesario comprender que los asuntos de cada uno son asuntos de todos porque, en última instancia, todos tenemos las mismas necesidades y queremos las mismas cosas. Dice Fanon que “la indiferencia hacia los demás, esa forma atea de la salvación, está prohibida” en el contexto de la lucha de los pueblos contra la colonización. Es por ello que los indígenas mexicanos de Chiapas se rebelaron contra el artículo del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que permitía que una familia pudiese vender de forma individual sus tierras ancestrales, porque rompían el modelo comunitario de propiedad de la tierra. Del mismo modo, el palestino habitante de Jerusalén que vende su vivienda a un israelí no está haciendo una mera transacción económica, está minando la lucha del pueblo palestino por continuar viviendo en su ciudad santa.

En el trabajo, los jóvenes de hoy afrontan su conflicto con el contratador desde una óptica personal: piden una reunión para solicitar que le suban el sueldo, inician un procedimiento legal si consideran que se han violado sus derechos, buscan un empleo mejor, negocian de forma individual su salida. Todo ello al margen del colectivo de trabajadores. Recuerdo que cuando trabajaba en el diario ABC, hace ya veinte años, los redactores actuaban de esa forma. Es verdad que algunos cobraban mucho, pero la mayoría estaba explotada con jornadas laborales extenuantes, sin cobrar horas extras ni pluses de ningún tipo, pero convencidos de que alguna vez ellos serían los que cobrarían jugosos sueldos. En cambio, en los talleres, los operarios -con menos títulos académicos pero con más conciencia de clase- estaban sindicados, negociaban de forma colectiva, tenían sueldos dignos, se respetaba sus horarios y sus pluses de festividad y hora extras.

El nuevo pensamiento dominante, fundado en su idealización de la libertad individual frente a las luchas colectivas, se obsesiona en recordar, ante cada huelga general, el respeto al trabajador que quiere “ejercer su derecho al trabajo”. Un derecho que viene a ser el mismo que el del indígena para vender su terreno y dinamitar el cultivo colectivo de su tribu o el del palestino para embolsarse la venta de su casa de Jerusalén y permitir así la expulsión de su pueblo. Esos defensores del derecho al trabajo el día de huelga son los mismos que apoyan la facilidad del despido el resto de los días del año. Frente a este individualismo debemos apostar por la lucha colectiva. Como afirmó el pedagogo brasileño Paolo Freire: “Nadie se salva solo, nadie salva a nadie, todos nos salvamos en comunidad”. Por eso mi amiga Lolo Rico, directora del programa infantil La bola de cristal, me dijo hace muchos años que “un comunista nunca está solo”. Porque no entiende ninguna lucha como individual. Y por ello en su programa se decía a los niños: “Solo no puedes, con amigos sí”.

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