lunes, 17 de febrero de 2014

La ética y la moral en tiempos del nuevo estratega



Por Gustavo Zelaya

Estos días han estado llenos de situaciones importantes como ser la instalación del nuevo Congreso Nacional, los reclamos de los diputados de Libertad y Refundación contra las medidas dictatoriales de la derecha que niega elementales derechos, la simulación liberal como oposición política pidiendo revisar algunas medidas económicas en vez de exigir la derogación total de las mismas, la superficial molestia moralista contra las malas costumbres de los miembros de Libre, lo bien pintadas que lucieron las gradas del Estadio Nacional al asumir el nuevo gobernante, cuestión que pudo notarse en todo su esplendor debido al vacío popular y la masiva protesta del 27 de enero contra Juan Orlando Hernández. Hay otras cuestiones fundamentales que tienen que ser enfrentadas por la dirigencia de LibRe y del FNRP, que a ellos corresponde discutir y que no voy a tocar en este escrito. Sólo voy a tratar eso que ha escandalizado a los hipócritas moralistas y que utilizan para afirmar que la oposición al actual gobierno utiliza medios inmorales y poco éticos para rechazar las buenas intenciones del oficialismo. Se les eriza la piel tanto a políticos, a periodistas, a religiosos como a los usuarios de los medios de comunicación y han calificado de chusma a la bulliciosa oposición.

Hay unos cuantos ejemplos sobre el asunto. El diputado nacionalista durante el gobierno de Lobo Sosa, Francisco Rivera, respecto a lo ocurrido en el Congreso dijo que  “sabíamos que iba a pasar, debemos acostumbrarnos a esto…esa conducta es una norma de este partido político, lo lamentable es que hayan destruido los equipos de comunicación, es algo reprochable y no es un buen ejemplo para Honduras…estamos preparados como hondureños para sostener un amplio debate con ellos, aunque hay que señalar que no tienen ética y están acostumbrados a manifestarse de esta forma”. En una sesión anterior un funcionario importante de Coalianza, sin ser diputado fue sorprendido votando en vez de tres congresistas y no se efectuó ninguna condena de parte de los demás diputados nacionalistas ni liberales, valga la redundancia;  tampoco fue investigado por el Ministerio Público. Lo mismo pudo verse con el fraude electoral. Mientras que los micrófonos quebrados en el Congreso y los grafiti dejados durante la marcha contra el nuevo gobernante han sido señalados como vandálicos e inmorales; como propios de personas mal educadas y de malas costumbres que no cuidan los bienes del Estado. En esa línea inquisidora están sujetos de conducta sospechosa como el diputado Antonio Rivera, el fanático religioso Mauricio Villeda, el escribidor Juan Ramón Martínez y el periodista Renato Álvarez. Por respeto a la afición de corazón dejo para otro momento sus nombres verdaderos, perdón, sus merecidos alias.

Pero ese rechazo a la dignísima chusma también se observó entre profundos analistas de “izquierda”. Un sociólogo sampedrano sostuvo que el triunfo de los nacionalistas se debió a que el partido Libertad y Refundación careció de ética. Y otro, liberal, ex funcionario del gobierno de Manuel Zelaya, sostiene que todas las novedades y el éxito político del momento se deben a que ha surgido un gran estratega que sobrepasa toda la capacidad de los políticos de su generación y que tiene en sí mismo la “virtu” suprema. Para Edmundo Orellana ese superstar del cálculo se llama Juan Orlando Hernández. Todos esos sesudos pensadores de derecha y de “izquierda” coinciden en evitar cualquier referencia al fraude electoral y a la existencia de la gran maquinaria económica y represiva de la oligarquía que impone al peón de turno contra viento y marea.

Por otro lado, no hay nada nuevo en decir que todos los grupos sociales poseen nociones de cómo actuar en sociedad. Aunque tales ideas morales pueden estar expuestas en códigos, reglamentos o aparecer implícitas en los hábitos, las costumbres y en los modos de actuar que son aceptados o rechazados. A todo ello se le puede llamar moralidad y es objeto de investigación de la ética.

Desde la ética se indaga también sobre la realización moral como empresa individual y colectiva y lo concerniente a  los juicios morales que se utilizan para justificar, aprobar o desaprobar los actos. Hay otras cuestiones centrales en la ética como ser: cuando la ética muestra la existencia de una relación entre el comportamiento moral y las necesidades e intereses sociales, nos puede ayudar a poner en su lugar y a pedirle cuentas a la moral efectiva de un grupo social que pretenda que sus normas y principios tengan validez universal, al margen de sus intereses concretos. Tal cosa puede ocurrir cuando los grupos dominantes dividen a la sociedad entre buenos y malos, siendo los primeros todos aquellos que actúan conforme al mandato de la autoridad no importa si eso es o no justo, y los demás son todos aquellos que luchan por edificar relaciones sociales solidarias, equitativas, imposibles de lograr en las sociedades neoliberales.

A diferencia de la moral, la actividad central de la ética gravita en aclarar qué es lo moral, cómo encontrar fundamentos racionales en los sistemas y códigos morales y  cómo aplicarla a las diferentes esferas de la vida social;  indaga acerca de las motivaciones que nos hace inclinarnos por uno u otro sistema, o por su rechazo. Significa, igualmente, que de haber algún núcleo originario en esta teoría no puede ser más que el hombre mismo. Este sujeto moral es el único ser temporal dotado de creatividad y su continua búsqueda, su insatisfacción, su indagación, su lucha por realizarse, su preocupación e inquietud, son la expresión más nítida del carácter imperfecto del hombre y esto es lo que lo convierte en un proyecto histórico inacabado. Se intenta problematizar lo que el sentido común considera evidente. Por ejemplo, la vida y la tradición religiosa nos dicen que matar a otra persona es condenable y que el derecho fundamental es el respeto a la vida. Esto nos ayuda a comprender por qué muchos no asesinan a otros y porqué se condena a los que lo hacen. Esto es muy valioso pero no es suficiente; hay que preguntarse el “por qué” de esa prohibición ¿por qué es malo matar? ¿por qué lo prohíbe la religión o porque desde antes ya era malo matar? ¿por qué es malo en sí? ¿Es siempre malo o depende de circunstancias? ¿Por qué debo respetar la ley? etc. Se trata de ir más allá del sentido común, de las tradiciones, de los prejuicios y profundizar, llegar a la raíz última de las afirmaciones.

Como los individuos actúan urgidos por deseos y necesidades, la ética indaga acerca del mejor modo de hacer compatibles los intereses individuales con los generales y aquí tiene que considerar las diferencias. En esa integración es donde se edifica realmente lo humano de nuestra existencia. Pero los modos personales de ser no tienen nada que ver con la solución de fórmulas teóricas o con la geometría. Los dilemas morales aparecen a raíz de los conflictos efectivamente existentes. Por lo que la conciencia moral no es un formulario que hay que completar y presentar por duplicado, sino que es la vida misma de la que somos actores. En este ámbito es donde se suscitan reflexiones sobre valores en conflicto y,  en oposición a las creencias de los moralistas, los puritanos y seres similares, esos valores siempre están en  crisis, en evolución,  sea por los cambios sociales o porque se enriquecen las aspiraciones individuales, y aquí tiene un lugar importante la educación para promover conocimientos en este campo, por demás, demasiado expuesto a la superficialidad, al maniqueísmo ético y al dogmatismo clerical.

Reflexionar con seriedad desde la ética no consiste, entonces, en ponerse solemne, serio, edificante y en repartir buenos sentimientos y condenas a lo censurable. O suponer que todos nos regimos por las mismas normas y que la moral es un absoluto, eterno, invariable. La moralina de los políticos nacionalistas y de los fanáticos religiosos, pues, es la contradicción por definición de la reflexión moral. A partir de la ética se averigua qué es la conducta moral, cómo se valora y se generan discusiones sobre cómo debe ser la realidad. En fin, se aclaran los conceptos del lenguaje moral, se indagan los vínculos de la moral con otras formas de la vida social; se inquiere acerca de los contenidos filosóficos y las condiciones de aplicación de los diversos sistemas morales. Pero también tiene una función práctica que no es más que concurrir en la edificación del progreso moral con la crítica a las normas existentes y formulando aspiraciones morales propias de una vida realmente humana. En tal sentido, toda afirmación de los políticos de la oligarquía debe ser rechazada porque sólo es una forma de defender un sistema particular de ideas que no está vinculado con las necesidades y los intereses de la mayoría de la población.

Además de dudar de lo aparentemente claro y evidente, la ética o  filosofía moral sospecha del sentido común y de las ideologías. Y se va preguntar para qué sirve esa idea, para qué esa creencia o pensamiento, ya que pueden ocultar verdades o contribuir a mantener los intereses de algún grupo. Así, puede descubrir al servicio de quién están tales ideas desenmascarando ideologías que parecen ser neutras, puras y verdaderas. Ese afán indagador no es por simple curiosidad o por deporte, va más allá del interés científico. Lo hace por un espíritu liberador y para poner sus conocimientos al servicio de la humanidad. Este es uno de los elementos filosóficos más potentes y que se encuentra incorporado en la ética. Y que, necesariamente, debe estar presente en la actividad de los políticos, en especial, de los que se crean progresistas, democráticos, transformadores, justos, solidarios. Tales calificativos difícilmente podrán encontrarse en los que forman filas en la tradición política, vale decir, en los nacionalistas y liberales del patio. Y si acaso pueden ser parte de los que reivindican el real humanismo socialista, democrático, revolucionario, tendrá que ser construido a partir de la organización y movilización popular; a partir de las luchas de pueblo y no desde las ocurrencias de los expertos. Es posible que una de las enseñanzas morales y políticas más fuertes de este 27 de enero sea el espectáculo de las bien pintadas gradas del Estadio Nacional, el vacío del cemento, las lágrimas de Juan Orlando Hernández, los gritos de  los participantes en la masiva protesta popular exigiendo más presencia de sus líderes y la diferencia que el pueblo por sí sólo está haciendo entre quebrar micrófonos y quebrar empresas públicas, entre la moral de sus opresores y la que ha estado formándose desde la lucha contra la centenaria opresión.

27 de enero de 2014

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