miércoles, 15 de enero de 2020

Capitalismo y medio ambiente


Rebelión

Por Antonio José Gil Padilla

El deterioro del medio ambiente jamás se frenará en el marco del actual sistema de explotación capitalista. Por el contrario, cada vez será mayor, en la medida en la que el crecimiento continúe. El sistema se basa en el crecimiento permanente, por lo que el deterioro seguirá aumentando en la misma medida.
El capitalismo funciona con una única premisa: el aumento de beneficio individual rápido, de manera que las inversiones, o los negocios, se irán a los lugares o áreas donde ese beneficio sea máximo. Los agentes implicados se dividen en explotadores y explotados. Los costes de producción o del servicio se expresan en términos de mercancía, incluida la mano de obra. El patrono nunca ha incorporado a los costes el uso y abuso del medio natural. Si tuviera que incorporar a los costes el deterioro medioambiental se reducirían los beneficios, lo que choca frontalmente con el objetivo básico del sistema.

Por la parte que le corresponde a la ciudadanía, hay que señalar que participa activamente en el deterioro del medio porque se le ha educado en la “cultura” del consumo, un elemento fundamental para la permanencia del actual sistema. La explotación no se limita a la obtención de plusvalía, sino también, fundamental en la actual etapa, en el consumo masivo. Las campañas publicitarias han calado en la población, de manera que se compra lo necesario y lo superfluo, se viaja por deseo de visitar nuevos lugares, pero también por la influencia de la propaganda y la presión social. Se ha anulado la voluntad propia y el disfrute de viajar por elección y decisión personal. Se ha conseguido influir en el consumo por el consumo y en el de viajar por el efecto contagio. Consumir en exceso y viajar masivamente incrementan de manera determinante el deterioro medioambiental. Vete a decir ahora que hay que frenar ese deterioro.

Los mensajes de eliminar los plásticos, por ejemplo, caen en saco roto. Para empezar son los fabricantes lo que han de retirarlos del envasado y el transporte. Permítaseme un comentario muy personal, pero extrapolable a múltiples casos semejantes. En el almacén donde yo compro, ofrecen la alternativa de usar papel para envasar la fruta. El uso del papel es minoritario, es más, durante el tiempo de permanencia en la tienda, uno que tiene un espíritu observador, comprueba que soy el único que utiliza bolsas de papel. La despreocupación, la indiferencia y la falta de conciencia se manifiestan de manera rotunda, como en tantas otras actividades.

La ausencia de alternativas y, en consecuencia, la consolidación a nivel planetario del capitalismo, pone de manifiesto el principio del materialismo histórico, según el cual, el sistema lleva en sí mismo el germen de la autodestrucción.

Cumbres y protestas

Son ya muchas las reuniones internacionales (Rio, Tokio, París, Madrid, etc.) para tratar el deterioro medioambiental o lo que se conoce como “el cambio climático”, y tomar medidas para evitar su crecimiento. Los resultados para mejorar o, al menos, frenarlo son prácticamente nulos. Para que esto fuera posibles deberían ser los políticos, con ganas de hacerlo, quienes controlaran la economía, justamente lo contrario de esa dependencia ya que son ellos los que dependen de las diferentes oligarquías o potencias financieras. Por esa razón, y dado que los costes del uso del aire, las aguas y la tierra, incrementarían los costes de producción, es, como hemos señalado, imposible que la situación mejore.

Otro soporte del sistema, además del modelo político, son los medios de comunicación y propaganda, como potente herramienta de aleccionamiento y destrucción de la conciencia y del pensamiento personal. El bombardeo permanente de noticas, ideadas para tal fin, tienen la intención de distraer a los ciudadanos de los asuntos relacionados con sus propios intereses, y de angustiar a las mayorías, con asuntos que ellos mismos, los medios, dirigidos por sus poderosos empresarios, ponen de actualidad. En los últimos tiempos, se han especializado, atemorizando a los individuos, en temas frente a las que los sufridos receptores de la noticia nada pueden hacer, salvo agobiarse. Raro es el día donde los informativos no comienzan con tres o cuatro asuntos sobre catástrofes, asesinatos o casos semejantes, en lugar de informar de todo aquello que pueda educar o ayudar a las tareas o vivencias del día a día de la mayoría, intentando hacer la vida más agradable y más crítica frente a las injusticias y la desigualdad, aunque en realidad esto correspondería a un modelo más sociable, más justo y más integrador.

En ese afán de manipular y utilizar a los ciudadanos, surgen movimientos y otras protestas populares donde todo resultado se resume en anunciar el número de manifestantes o intervinientes en la acción llevada a cabo. Para que la acción participada por grupos sociales sea eficaz y surta efecto debe “dañar” los intereses de aquellos a los que se enfrentan. Por ejemplo, si los trabajadores de una empresa reivindican una subida salarial de 300 euros mensuales mediante paros sucesivos, esos paros deben afectar a la facturación de la empresa. De esa manera se puede negociar hasta llegar a un acuerdo en los que entran en juego el importe de la subida reivindicada y las pérdidas de la empresa como consecuencia de los paros.

Las manifestaciones contra entes abstractos, sin daño de otros o dirigidas desde arriba no producen efecto alguno, lo que abunda en ese estado de incertidumbre en el que otras dimensiones vitales participan.

En el caso que nos ocupa aquí, ni cumbres, ni protestas en forma de manifestaciones y proclamas, frenarán el deterioro del medio ambiente. La reducción del consumo y la toma de conciencia podrían influir en el cambio de rumbo, pero ¿estamos preparados para ello?

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