viernes, 24 de enero de 2020

Mercantilizando la esperanza


Rebelión

Por Susana Merino

Fue a partir del cisma provocado en la iglesia católica por Lutero, Calvino, Swinglio, en el siglo XV que surgieron y se propagaron en Europa, pese a su origen común, diferentes formas del protestantismo vinculadas a las características locales de los países en que fueron arraigando: la luterana (Alemania) la anglicana (Inglaterra) la presbiteriana (Escocia), la valdense (Francia e Italia), la reformista y la menonita (Países Bajos y Suiza) la bautista (Gales),la presbiteriana (Escocia) de donde se trasladaron luego a los EEUU enancadas en las oleadas migratorias que se fueron sucediendo.

En los primeros tiempos de aquella colonia el origen común y el fuerte nexo que en esos tiempos generaba la religión contribuyeron a suavizar los dolorosos sentimientos que seguramente provocaban en los nuevos colonos el desarraigo, la inseguridad y el temor a un todavía incierto futuro. De modo que a medida que las sucesivas generaciones fueron arraigando en el nuevo país e instalándose en él las nuevas corrientes del neoliberalismo económico, fueron otras las expectativas que generaron en los creyentes y otras las manifestaciones religiosas que las fueron complementando.

Surgió entonces, en los EEUU y a principios del siglo pasado, el pentecostalismo o Iglesia Pentecostal de Dios basado en los principios cristianos tradicionales, pero fuertemente influenciado por el pragmatismo contemporáneo y las políticas expansionistas estadounidenses cuya influencia tendía y logró expandirse al resto del continente americano, desde Centroamérica hasta el sur de Chile. El ejemplo más evidente lo constituye Brasil en el que la corriente neoliberal ha enraizado de tal manera que ha logrado la suma del poder público e instalado, sin el menor disimulo su propia mayoría política.

Resulta interesante analizar de qué manera y por qué se ha producido esta penetración en un subcontinente predominantemente católico en el que durante el siglo pasado surgió una corriente de pensamiento bautizada como Teología de la Liberación por su autor el dominico peruano Gustavo Gutiérrez que intentaba analizar a fondo el hecho de que la pobreza no es casual sino la consecuencia de las estructuras económicas, sociales y políticas y que la injusticia generalizada es su base. Sin embargo, más allá de este reconocimiento de la situación existente en la sociedad latinoamericana el pentecostalismo lo ha usado para acentuar un concepto que por lo general el cristianismo cuestiona y que según asegura el pentecostalismo en su doctrina la prosperidad económica y el éxito en los negocios son una evidencia del “favor de Dios”

Es decir que penetrando en las capas más carenciadas de la sociedad estimula en primer término la búsqueda del bienestar económico sin ocultar el ejemplo que dan sus propios pastores algunos de ellos reconocidos como entre los más ricos de los países en que desarrollan sus actividades. Dicha riqueza procede de los diezmos y donaciones de muchos fieles que, aunque en menor medida, pertenecen también a las clases más adineradas de las megalópolis contemporáneas una prosperidad que estimula la adopción de modernos modelos de gestión que acentúan y desarrollan el clientelismo y la propaganda. Tal es la razón por la que sus dirigentes invierten preferentemente en los medios de comunicación, radios, prensa, televisión, aunque también en colegios, librerías y grandes templos capaces de albergar multitudinarias masas de fieles.

No es menos cierto que la actual inestabilidad socioeconómica, la falta de valores que compensen en parte las carencias espirituales que la acompañan y la inseguridad física de muchos sectores de la población busca refugio no solo en las promesas religiosas de prosperidad sino en el estímulo que necesitan para seguir despertando cada día a la incertidumbre, al dolor y a la propia impotencia ante circunstancias que les exceden y que buscan y necesitan superar.

Tal vez este haya sido también uno de los hallazgos más fructíferos del pentecostalismo, comprender que el sufrimiento va mucho más allá de lo físico que el dolor es mucho más hondo y mucho más difícil de superar en lo espiritual y que la pérdida de los viejos vínculos comunitarios y familiares que genera el desarraigo son una de las mayores carencias contemporáneas. Resulta bastante evidente en consecuencia que ante la imposibilidad de recuperar ese arraigo primigenio se hayan buscado y encontrado sucedáneos como los encuentros periódicos, las manifestaciones espirituales en común, la música, los cánticos y los himnos, con un énfasis en la oralidad que ha ido incorporando expresiones y ritmos locales y que sin duda generan ese sentimiento de pertenencia a una comunidad que sus fieles añoran y que sienten que vuelven a experimentar allí.

Al margen de la valoración ética que merezca el sistema no caben dudas de que esta teología de la prosperidad que está difundiendo cada vez más aceleradamente el pentecostalismo es una consecuencia demasiado evidente del grado de desamparo que vulnera a grandes sectores de la sociedad y que no solo afecta a sus miembros en los aspectos materiales sino y tal vez más profundamente aún en todo lo relacionado con la subjetividad, la irracionalidad y la sentimentalidad del ser humano, tan sistemáticamente ignoradas por la mayoría de los movimientos sociales que aspiran a interpretar, a realizar diagnósticos y/o a proponer soluciones para el presente y el futuro de dichas comunidades.

No es posible omitir la mención de la cristiana frase que nos recuerda que “no solo de pan vive el hombre” y que ciertamente el pentecostalismo ha rescatado y transformado en una iniciativa empresarial, instrumentada a través de modernos métodos de difusión y de comunicación, basados en contenidos simbólicos, sicológicos y espirituales orientados hacia la mercantilización de expectativas religiosas que le están produciendo abundantes frutos, no solo económicos sino también políticos lo que no deja lamentablemente de ser, en nuestras sociedades, otro preciado instrumento de enriquecimiento patrimonial. 


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