lunes, 13 de enero de 2020

De resistencias éticas perseverantes frente a impactos sociales irreversibles



Por Miguel Muñiz Gutiérrez

El lector o lectora de este libro se enfrenta a una aparente paradoja: su autor, Salvador López Arnal, entrevista en profundidad a José Herrera Plaza que es autor de otro libro, y sigue punto por punto el contenido de la obra que éste ha publicado. Nos hallamos pues ante un libro que explica lo ya escrito en otro libro. Y surge la pregunta: ¿No sería más sencillo limitarse a difundir la obra original? Pues resulta que no. Y refutar la aparente paradoja va más allá de constatar que el libro objeto de la entrevista, Accidente nuclear en Palomares: consecuencias (1966-2016)[1], tiene un formato de álbum grande, de 31 x 24 cms, lo que supone una cierta dificultad de manejo que el que comentamos no tiene. Pero la paradoja no se desmiente por la mayor o menor facilidad de uso, ya que el subtítulo, el contenido, y la personalidad de sus autores, son la causa de la edición de Silencios y deslealtades.

El subtítulo, El accidente de Palomares: desde la guerra fría hasta hoy, puede hacer creer que estamos ante una obra histórica sobre un acontecimiento del que pronto hará 54 años. Pero no es así, la palabra Palomares designa, más allá del suceso concreto, una amenaza; una secuela de la Guerra Fría en España bajo la forma de una zona contaminada mayormente con Plutonio, uno de los elementos más peligrosos creados por la industria militar; un Plutonio que sigue hoy, y seguirá durante los próximos 24.200 años como mínimo, dispersando su azar de enfermedades y muertes. Un macabro consuelo nos llevaría a la cifra, más exacta, de 24.164 años si contamos los casi 54 ya transcurridos, pero ¿tendría importancia? El libro, pues, remite al presente y al futuro de personas y seres vivos de esa zona, y mucho más allá de esa zona, durante un período de tiempo que no se puede determinar. Y también informa de una contaminación radiactiva sobre la que se puede y se debe intervenir.

Los 54 años transcurridos son otro desmentido a la paradoja. Porque, incluso contando con la presencia de algo tan inhumano como la radiactividad, Palomares debería ser hoy un simple recuerdo, como tantas tragedias que marcaron la vida de quienes las sufrieron y luego se hunden en el olvido. Por desgracia, la amenaza presente y futura resulta de una combinación de codicia y barbarie en varias de las personas que intervinieron tras el accidente, y de quienes han seguido, año tras año, sin corregir sus acciones. Fueron esa codicia y barbarie las que empujaron a los autores del libro, lo cual nos lleva al tercer desmentido de la paradoja.

José Herrera Plaza y Salvador López Arnal son de esas personas cuya ética les impide desviar la mirada si topan con víctimas de una injusticia. Y José Herrera Plaza topó con ella cuando su trabajo de periodista le llevó a Palomares y Villaricos, dos pequeñas pedanías (o barriadas) del municipio almeriense de Cuevas de Almanzora, el 15 de enero de 1986, a punto de cumplirse los 20 años del accidente. Llegó, documentó, y ya no pudo volver a su vida profesional como antes; dedicó mucho de su tiempo libre y recursos a Palomares, y se convirtió en un activista informado e investigador minucioso durante los siguientes 33 años; su trabajo tiene la profundidad del especialista que domina la documentación existente (incluida la desclasificada en los EE.UU. al cumplirse los 30 años preceptivos por protección de secretos), pero va más allá, porque se traduce en información para cambiar, algo mucho más valioso socialmente.

Salvador López Arnal, por su parte, tomó contacto con Palomares en 2006, a partir de la colaboración con Eduard Rodríguez Farré, el científico e investigador de referencia en España en aspectos sociales y ecológicos de la energía atómica civil y militar. Su implicación parte del imperativo ético de difundir el trabajo de José Herrera Plaza, especialmente el mencionado libro conmemorativo de los 50 años, Accidente nuclear en Palomares: consecuencias (1966-2016); porque, y aquí está la clave, las más de 450 preguntas de la entrevista en profundidad, que se alargó durante más de un año, tienen la finalidad de divulgar hechos y amenazas, silenciadas durante décadas, que José Herrera Plaza saca a la luz.

El conocimiento exhaustivo de José Herrera y la voluntad pedagógica de Salvador López Arnal intentan evitar el olvido, porque se va imponiendo de nuevo el silencio sobre Palomares, como sucedió entre 1967 y 1986. Un olvido que sería nefasto ante un futuro de urgencias.

Esas urgencias remiten a las mentiras y los silencios, recordemos lo básico: a las 10:22 de la mañana del 17 de enero de 1966, sobre la zona de Palomares y Villaricos (Almería) chocaron un avión cisterna y un bombardero B-52 cuando realizaban una maniobra para repostar combustible en el aire, los aviones quedaron destruidos, pero del B-52 se desprendieron cuatro bombas termonucleares. Una de las bombas llegó casi intacta al suelo gracias al paracaídas de seguridad, otra se hundió en el mar, siendo recuperada 80 días más tarde sin daños, pero en las dos restantes explotó la carga de detonación que debía iniciar la reacción termonuclear en cadena. Afortunadamente la reacción no se produjo, pero la explosión dispersó entre 8 y 10 kilos de materiales radiactivos del mecanismo de destrucción masiva, principalmente isótopos de Plutonio de grado militar, es decir, de máxima concentración.

El contexto histórico del accidente nos remite al secretismo y la irracionalidad de la Guerra Fría (1945-1989), cuyas implicaciones el libro rescata del olvido; pero lo que importa es que éste es el punto de partida de una situación que va empeorando con el paso del tiempo y llega hasta el presente. Mientras la mentira de que en la zona no pasa nada se impone como verdad oficial, se agrava la amenaza radiactiva, porque no se procedió al limpiado de la zona en las semanas posteriores al accidente. Las 41 hectáreas que totalizan las cuatro zonas de Palomares clasificadas de radiactivas no tienen comparación con, por poner sólo un ejemplo, las 1.800.000 hectáreas radiactivas del polígono de pruebas nucleares de Semipalatinsk, en Rusia; y precisamente por eso no deberían existir. Conocer los motivos por los que aún existen es necesario para que se aborde el trabajo necesario para que dejen de existir algún día. Lo que, si se produce, será gracias a libros como éste.

Itinerarios de lectura

La combinación del conocimiento exhaustivo de José Herrera Plaza y el afán de Salvador López Arnal de transmitirlo puede hacer que la lectura de la obra, profunda y rica en detalles hasta casi ser un libro de consulta, distraiga del objetivo de promover respuestas. Algo que preocupa a la condición de activista del autor de esta reseña. Por ello cree necesario proponer posibles itinerarios temáticos de lectura. Itinerarios facilitados por el rigor de Salvador López Arnal en el tratamiento de la información, que se muestra en excelentes índices, temático y onomástico.

- El punto de partida siempre será el detallado cuadro cronológico inicial y las consideraciones generales del capítulo 1 (páginas 15 a 36); a partir de aquí se abren diversas posibilidades de lectura que no implican limitaciones, porque las preguntas correspondientes incluyen referencias que permiten situar las respuestas de José sin recurrir a buscar otras páginas.

- Para conocer las opciones y dificultades de la futura y urgente descontaminación se puede ir directamente a los capítulos finales, 25 y 26.

- Para las implicaciones del llamado Proyecto Indalo, con su carga de manipulación, intereses egoístas, avances y retrocesos, están los capítulos 10, 11, 12 y 13.

- Las consecuencias nacionales e internacionales, las necesarias reparaciones no llevadas a término, los intereses en juego y sus implicaciones, se desarrollan en los capítulos 14, 15, 16, 17, 18 y 19; en muchos casos con preguntas que incluyen citas extensas para ayudar a entender y contextualizar las respuestas.

- Las características de los diversos isótopos del Plutonio y otros elementos radiactivos presentes en la zona, su peligrosidad e implicaciones para la salud, se desarrollan, al margen de algunas referencias ilustrativas en otras partes, en los capítulos 5, 6 y 7.

- Las personas. El accidente —como todo suceso extraordinario que irrumpe en una comunidad ordinaria, ajena a todo lo que supone, con una vida cotidiana regulada, y que inicialmente reacciona por instinto, prestando la máxima ayuda posible— sacó progresivamente a relucir lo mejor y lo peor de las personas que se vieron envueltas en él. Algunos comportamientos han mostrado a sus protagonistas como verdaderos héroes anónimos, y otros las peores facetas de personas que, en muchos casos, estaban revestidas de reconocimiento institucional; muestras de generosidad y egoísmo, y una persona que destaca por su valentía y solidaridad, Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura (duquesa de Medina Sidonia conocida como la Duquesa Roja), que pagó su compromiso con las personas afectadas por el accidente con una condena de un año y un día de cárcel, condena que cumplió íntegramente resistiendo las presiones para que se retractase de sus acciones y recuperase la libertad. Junto a ella Bartolomé Roldán, Alfonso y Francisco Simó Ors, Ginés Asensio Melero, María Sánchez Sánchez, Antonia Flores, o Andrés del Amo..., y otras muchas, cuyos nombres arranca del olvido la investigación de José Herrera Plaza. Aparecen en los capítulos 2, 20, 21 y 22, o en los de los proyectos en que participaron.

- Y los colectivos, instituciones, gobiernos, y personas que intentaron romper el muro de silencio desde su profesión o actividad; están en los capítulos 3, 4, 8, 9, 23 y 24.

Una recomendación final. Una vez familiarizados con los planos y mapas que incluye la obra se puede realizar un ejercicio interesante: conectarse por internet a cualquier programa que permita representar territorios en fotografía aérea, centrarse en el área de Palomares y Villaricos, observar el crecimiento urbanístico y contrastarlo con la información del libro, y sacar conclusiones.

Nota:

[1] Accidente nuclear en Palomares: consecuencias (1966-2016) José Herrera Plaza. 336 páginas. Arráez editores S.L., 2016. 

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