jueves, 30 de enero de 2020
Sobre caudillos, populismos y cultura institucional
En estos tiempos de angustias, con miles de compatriotas que pujan por cruzar fronteras desesperados por huir del país y llegar a un destino del norte incierto, queda en evidencia que la institucionalidad pública además de estar resquebrajada, está sometida a decisiones personalistas y arbitrarias.
Las instituciones no responden. No existen para las demandas ciudadanas. Responden las personas con cargos públicos que actúan como si ellas fuesen la institución. La gente está esperando, no tanto que una institución responda, sino que respondan las personas cuando se usan palancas. Y a veces ni siquiera las palancas funcionan.
En estos días, un niño hospitalizado en un centro hospitalario del Seguro Social, debió pasar días y semanas sin una sola señal, hasta que sus padres, desesperados, recurrieron a unos amigos que a su vez conocían a unos médicos amigos para que intercedieran para apurar la operación. La enfermedad no importa, no existe. Importan las influencias para que un paciente sea atendido.
Sin duda, muchísimos de los compatriotas que van en su incierto camino hacia el norte, se toparon con esta experiencia de buscar salud y no encontraron palancas que les ayudarán, o pasaron horas y horas esperando una respuesta para un trabajo. Y todo fue en vano. Cuando no funcionan las instituciones, funcionan los caudillos. Y los caudillos jamás harán un favor de gratis. Detrás de la palmadita va la advertencia, ese favor se ha de pagar sin duda con algún voto en las elecciones, o con el silencio cuando se haga público alguno de los actos de corrupción de quien hizo los favores.
La pérdida de institucionalidad pública va de la mano con el fortalecimiento de los caudillos con su práctica populista. Ellos contribuyen a crear las necesidades, y luego se presentan como salvadores de la gente pobre. Esto es en sí mismo un acto de corrupción. El gran caudillo promociona a los caudillitos de las comunidades. Las instituciones se ponen al servicio de los caudillos, y los caudillos funcionan con su lógica populista y hacen añicos las instituciones. Ellos son la institución.
El caudillo regala cosas que casi siempre son del Estado. Pero la gente necesitada no repara en eso. Para la gente, la ayuda es un regalo del caudillo. Y la manera cómo se ha de agradecer al caudillo es a través de la obediencia y el silencio. Así la gente pobre se desprende de su dignidad a cambio de las regalías del caudillo. Y cuando ni siquiera esto funciona, ocurren las caravanas o los suicidios.
Ninguna respuesta individual y arbitraria es solución real a nuestras demandas. Una cultura institucional comienza, sin duda, con una organización comunitaria que no dependa de una sola persona, sino de mucha gente de la comunidad. Una comunidad organizada descubre con alegría que, de pronto, nuestra dignidad se nutre de nuestra lucha y nunca de las regalías y promesas de los caudillos. Ellos nos hacen creer que son nuestros salvadores, mientras nos hundimos más en sus prácticas corruptas y en sus promesas adornadas de palabreríos, pero vacías de contenido. Una comunidad organizada y en lucha, es la mejor defensa frente a esa mentalidad que nos hace creer que la solución a los problemas siempre viene de la bondad de un caudillo.
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