sábado, 24 de agosto de 2019
“La sororidad entre mujeres nos hace más fuertes”
Por Yolanda Fernández Vargas
Alicia Puleo durante la entrevista con la revista Ecologista. Foto: María José Esteso Poves.
Entrevistamos a Alicia Puleo, filósofa, profesora y escritora. Es autora de numerosos ensayos sobre ecofeminismo y acaba de publicar el libro Claves Ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales. Hemos profundizado en las ideas y reflexiones que se recogen en este nuevo trabajo de la autora en torno al ecofeminismo.
¿Cuál es el termómetro del ecofeminismo en el Estado español, más allá de este despertar de la conciencia feminista?
Investigo en ecofeminismo desde hace más de veinte años y observo un gran cambio. El termómetro podría verse en la multiplicación de menciones al ecofeminismo en las redes sociales y la prensa, en el mayor número de jornadas que se le dedican y en el creciente interés de las asociaciones feministas por el tema. Ya se venía notando en los últimos años este interés en grupos feministas que no tienen nada que ver con el ecologismo. Las asociaciones feministas quieren saber qué es el ecofeminismo, qué significa. Los informes científicos actuales, sobre el cambio climático y las alteraciones medioambientales que se perciben, favorecen el incremento de la curiosidad sobre esta temática. Es también una forma de acercarse a la juventud. Se enriquece así el feminismo con conocimientos ecológicos y preocupaciones por los demás seres vivos, algo indispensable para entender los retos de este siglo.
Por otro lado, el ecologismo también va incorporando las reivindicaciones feministas. El 8 de marzo pasado varios grupos ambientales hicieron una declaración explícita de apoyo al ecofeminismo.
Ante esta situación favorable al ecofeminismo, ¿qué tenemos que hacer?
Lo primero es tomar conciencia de los problemas. Es fácil decir que el ecologismo y el feminismo se van a enriquecer mutuamente, al igual que con el animalismo, el pacifismo y otros movimientos, pero son procesos largos que no se producen de manera inmediata. Podemos interesarnos en leer y escuchar, pero que todo ello nos cambie en nuestro actuar cotidiano y nos haga buscar otras personas para plantear propuestas comunes o medidas colectivas, requiere tiempo.
Hay dos niveles de actuación interrelacionados. Por un lado, la vida cotidiana, las tres erres que plantea el ecologismo, el evitar caer en actitudes androcéntricas o sexistas, evitar estereotipos… Todo esto lo podemos ir haciendo pero no es tan fácil, porque requiere siempre un esfuerzo y romper con rutinas y patrones anteriores. Por otro lado, es necesario actuar de una manera social, buscar activamente grupos en los que sintamos que estamos haciendo algo por esas ideas, más allá de nuestro hogar. Esto ya sería un segundo nivel que requiere una mayor implicación.
¿Cómo podemos hacer frente al patriarcado de consentimiento, en una sociedad como la nuestra donde existe una intensificación del deseo con un trasfondo mercantilista?
El concepto de deseo es como una especie de icono de nuestra sociedad. Su uso se fue intensificando a partir de los años 80 y no es casualidad que esto coincida con el auge del neoliberalismo y su modelo del consumo sin límite. El deseo y su realización como aquello que todo lo justifica es el correlato de intereses económicos, no una expresión de verdadera libertad. Frente a la tiranía del deseo, podemos intensificar la conciencia ecofeminista que integra conceptos feministas, ecologistas, animalistas y de otros nuevos movimientos sociales que nos permiten ver la realidad de una manera diferente a la hegemónica.
Tampoco es casualidad la tendencia que se puede observar en muchos gobiernos del mundo a eliminar la filosofía en el currículum educativo. La filosofía no es un saber que ayude a vender, más bien lo contrario, produce una distancia crítica frente a los mandatos de mercado. El ecofeminismo en tanto filosofía de confluencia de varios pensamientos críticos tiene una gran potencia transformadora.
Apuntas que el sexismo y el especismo presentan un “gran parecido de familia”…
El término especismo surge en los años 70. Lo forja Richard Ryder, psicólogo y pensador británico, activista por los derechos de los animales a partir del racismo y sexismo. Con él se refiere al prejuicio de la absoluta diferencia y superioridad de nuestra especie con respecto a las demás. Como en el caso de la raza o el sexo, se trata de un concepto que denuncia la legitimación de la dominación y la explotación. Las actitudes a la que aluden estos conceptos tienen un gran parecido por varias razones.
Son prejuicios, es decir, pensamientos recibidos e infundados. Hoy, con los datos proporcionados por la neurociencia y por la etología, las barreras tan profundas entre la especie humana y las demás especies ya no se sostienen racionalmente. Eso no significa que tengamos las mismas habilidades y capacidades. Frans de Waal, renombrado etólogo holandés especializado en primatología, muestra en sus obras que la conciencia y las habilidades de cognición son graduales y diversas. Cada especie tiene sus capacidades diferentes. Nosotros hemos tendido a cuantificarlo todo con nuestra vara de medir humana.
Las mujeres, los esclavos y los animales han sido definidos como seres para otros, como instrumentos para el hombre. Aristóteles, en La Política, afirma que “son para el hombre libre”, para satisfacer sus necesidades. Mujeres, pueblos no hegemónicos y animales han sido sometidos a otros reduciéndolos a meros cuerpos. Las mujeres dan placer, cuidados e hijos; los animales, alimento y vestido. Son la base material. Sexismo y especismo muestran grandes semejanzas en la historia de la dominación y la cosificación, que es la antesala de la violencia.
Las sufragistas del siglo XIX ya vieron la relación entre la dominación sufrida por las mujeres y por los animales. Denunciaron que la violencia contra las mujeres y los animales domésticos quedaba impune, tenía lugar en el hogar y la ley no intervenía en ese ámbito. Hoy hemos superado parte de esa reducción a cuerpos para otros. Al menos, ya no justificamos la esclavitud y las mujeres hemos conseguido muchos derechos. Pero se advierte el peso de la historia en numerosas formas de subordinación de las mujeres. Y con respecto a los animales no humanos, estamos todavía en la reducción a la utilidad para el ser humano.
“Somos más fuertes cuando somos conscientes de que hemos llegado a obtener derechos y libertades gracias a la lucha de las que nos precedieron”
Racismo, sexismo y especismo son conceptos que sirven para denunciar situaciones de opresión. Son nociones que podemos considerar hijas de las ideas de igualdad y crítica al prejuicio enarboladas por la Ilustración para luchar contra el poder de los nobles y del clero. Las ideas de igualdad y de crítica al prejuicio son básicas para todos los movimientos emancipatorios, aunque a veces éstos no reconozcan su origen ilustrado.
Frente al ideario de la ultraderecha, ¿cómo podemos organizarnos mejor las mujeres?
Nuevamente, las principales armas son el pensamiento crítico y la razón frente a la intolerancia; también la unión, en la medida de lo posible, de diversas sensibilidades y tendencias feministas. Hay un concepto feminista que me parece importante en este sentido. Es el de sororidad, la hermandad de las mujeres se hace más fuerte cuando somos conscientes de que hemos llegado a obtener derechos y libertades gracias a la lucha de las que nos precedieron. Hoy debemos apoyarnos mutuamente para seguir adelante.
En tu último libro, Claves Ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, hablas de la metáfora del jardín-huerto, de los pactos de ayuda contra el cambio climático. ¿Qué desconfianzas y recelos debemos superar ?
Estos pactos son de una importancia fundamental y aún estamos lejos de lograrlos. Todavía nos encontramos en un paso previo. Insisto en que no hablo de fusión, sino de pactos de no agresión y, de forma eventual, de apoyo.
Los movimientos sociales emancipatorios son una respuesta a diversas formas de injusticia en el mundo. Muchas veces es difícil que las personas seamos conscientes de las distintas formas del mal de la misma manera e intensidad. Dependiendo de nuestra propia historia vital, familiar y también de la situación personal en la que nos encontremos, podemos percibir y sentir unas injusticias más que otras. Nuestro compromiso, si existe, estará determinado por esa capacidad.
Así, no podemos exigir a otros movimientos que se asimilen punto por punto al nuestro. Cada movimiento tiene su perfil. Por ejemplo, hace poco se ha afirmado que el feminismo ha de ser animalista, o no es feminista. Creo que es un error. Cuanta mayor conciencia mejor, pero no se puede exigir, sobre todo a las mujeres, que siempre hemos soportado todo tipo de exigencias. Lo que debemos tener es una actitud abierta de escucha e invitar a ensanchar horizontes emancipatorios.
¿Qué bases requieren esos pactos y a qué movimientos englobaría?
La no agresión y la no instrumentalización serían la base común. Mantener un lenguaje de diálogo y conservar la autonomía de los movimientos, no fusionarse. El feminismo es ahora muy potente y recibe muchas llamadas de otras causas. A lo largo de la experiencia histórica del feminismo —con una trayectoria de más de dos siglos— las mujeres hemos sido generosas con el tiempo y el esfuerzo que hemos dedicado a otras causas. Pero, por lo general, se ha tendido a instrumentalizarnos y a aparcar y minimizar las reivindicaciones de las mujeres. Por ese motivo, hay recelos en el movimiento feminista.
Los movimientos sociales que podrían abarcar esos pactos de ayuda mutua, serían los de ya larga trayectoria, ecologismo, antirracismo, animalismo, pacifismo, LGTBI, el movimiento sindical, el municipalismo… y otros más recientes, como el decrecimiento, Extinction Rebellion, Fridays for Future… movimientos que objetan el crecimiento sin límites que nos está llevando al colapso.
¿Qué puntos debe recoger esa agenda común para que esté alineada con el ecofeminismo?
La ecojusticia, entendida en un sentido amplio, es decir, la justicia con el sur global, con las poblaciones afectadas por el desarrollo destructivo y víctimas de los conflictos ecológicos distributivos, con las mujeres más pobres de ese sur global, que está siendo devastado por el extractivismo; y también con los animales silvestres, a los que se les están quitando sus territorios, envenenando su hábitat, privándolos de alimento y llevándolos a la extinción.
Una cultura de paz implica, por un lado, la prevención de las guerras y por otro, una educación desde la infancia que enseñe a resolver conflictos de manera pacífica y a respetar a los más vulnerables. Debe ser una educación para la empatía que incluya también el trato a los animales no humanos.
¿Hasta qué punto una ciencia empática y una educación ambiental pueden contribuir a un cambio ante la emergencia ambiental que vivimos?
Estamos ante un futuro incierto, con grandes probabilidades de sufrir un colapso civilizatorio. Mucha gente pone grandes expectativas en la ciencia y la tecnología, creyendo que serán capaces de solucionar todo. Esta esperanza es excesiva dada la crisis energética que se avecina. Sin embargo, aun después de esta crisis, seguirá haciéndose ciencia en la medida que se pueda y será necesario que sea ética y democrática, abierta a los intereses sociales y no a los de las grandes corporaciones. Una ciencia y una tecnología que busquen solucionar problemas y no el mero beneficio de unos pocos; una ciencia empática y ética es fundamental. Mi planteamiento ecofeminista no es tecnofóbico, ni místico, ni anticientífico, sino materialista y racional. Pero hoy sabemos que la razón y los afectos no son antitéticos y que la empatía es uno de los motores de la acción solidaria y justa.
Propones en tu último libro la metáfora del jardín-huerto ¿Cómo podemos superar la división sexual del trabajo en este jardín común?
Empezaré hablando de la cuestión de la división sexual del trabajo. El ecofeminismo, en tanto unión y diálogo de diferentes pensamientos críticos, corre el peligro, a veces, de olvidarse del feminismo. No podemos obviar sus reivindicaciones de igualdad. ¿Cómo la obtendremos? Una respuesta está en la educación, pero no es la única porque tiene que estar acompañada de medidas concretas que faciliten la igualdad en el presente cotidiano. Mujeres y hombres han de tener la posibilidad de desarrollar las diferentes potencialidades humanas. Las mujeres hemos probado que éramos capaces de adquirir las habilidades históricamente masculinas, formándonos y saliendo al espacio público. Ahora falta que los hombres se incorporen al ámbito doméstico, que adquieran las habilidades para las labores del cuidado en igualdad.
Esto último es más difícil de conseguir porque los cuidados no están tan valorizados como las tareas del ámbito de lo público, pero habrá que conseguirlo a través de la práctica cotidiana, la educación y las leyes. Sin igualdad podemos ir a una situación muy problemática cuando haya que recortar recursos en una sociedad del futuro, no muy lejana, que ya no pueda consumir de manera despreocupada los recursos naturales.
“El ecofeminismo en confluencia con varios pensamientos críticos tiene una gran potencia transformadora”
Sin productos de usar y tirar, la vida va a ser más complicada. Si no hemos conseguido la igualdad, mal lo veo para las mujeres. Ya algunos ecologistas han aconsejado que las mujeres vuelvan al hogar como una forma de vida sostenible. Hay que tener muy clara la cuestión de la igualdad porque, de otra manera, vamos a volver a una situación de subordinación que habíamos superado.
En cuanto a la metáfora del jardín huerto que utilizo en mi último libro, he querido evocar la escuela de filosofía fundada por Epicuro que se llamaba El Jardín. Era una escuela que admitía también a las mujeres y a los esclavos, algo muy raro en su época. Consistía en un jardín muy modesto, que no era meramente decorativo, sino un huerto en donde se filosofaba y se cultivaban hortalizas para las comidas comunitarias. Su filosofar inclusivo y enamorado de la naturaleza me ha parecido bastante inspirador. Además, contiene un principio muy necesario para nuestra época: los epicúreos insistían en la moderación, lo cual no quiere decir negarse a los placeres, sino saber discernir entre los placeres que son buenos, satisfactorios, y los que nos van a dejar una sensación de vacío o nos van a hacer sufrir después.
Observaron que los mayores placeres provenían de la amistad y de la belleza de la naturaleza, placeres que estaban al alcance de cualquiera sin necesidad de ser rico. Con perspicacia, observaron que para obtener riqueza y poder hay que estar pendiente del juicio de los poderosos, someterse a ellos. Ser independiente implica restringir nuestros deseos, saber elegirlos sabiamente, pues de otro modo nos atan a infinitas servidumbres. Es más libre y feliz quien está bien con poco. Libres e iguales en el jardín-huerto ecofeminista es mi propuesta para un futuro digno de ser vivido.
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