viernes, 23 de agosto de 2019
El reinado de los mediocres
Rebelión
Por Jaime Richart *
El reinado de los mediocres y de los necios estaì llegando a su fin.
Cuando Erasmo de Rotterdam escribe su "Elogio de la locura" a finales del siglo XV, no existiìan propiamente sociedades. La sociedad no era, era poblacioìn o pueblo. Y el pueblo, un conglomerado, un amontonamiento de seres mitad humanos mitad bestias manejados como rebanÞos o manadas por unos pocos. El poder poliìtico era detentado por la fuerza bruta enmascarada en explicaciones celestiales qué sólo comprendían los predicadores. Los reyes y reinas estaban puestos por Dios y sostenidos en el trono por sus ejeìrcitos, por la nobleza y por la sugestión, vista la cosa desde la consciencia de ahora. La nobleza, en su origen, era un compendio de hombres fornidos que dominaban a los demaìs en el haìbitat al que pertenecían. Bestias depredadoras que, mas tarde, se uniìan entre si ìpara convertirse en casta capaz de las mayores atrocidades. Esta era su verdadera fuerza. La camuflaban con la nocioìn de Dios y el Deus ex machina asociado, panacea que a su vez también lo explicaba todo: lo racional, lo irracional, lo contranatural y lo absurdo. Aquí radica el origen de la propiedad tal como la entendemos hoy. Los villanos estaban sometidos, más por el reblandecimiento moral que les provocaban los chamanes religiosos aliados a los fuertes a lo largo de centurias, que por su inferioridad fiìsica. La nobleza y los reyes no se regiìan (ni se rigen) por la moral que refrena al resto. El resto era el esclavo a secas, sin connotaciones grecolatinas. El mundo, entonces, sólo “era” Europa. El espacio exterior al continente, soìlo tinieblas...
Erasmo explica la aventura humana a traveìs de esa locura, esa coìsmica estulticia, esa ceguera de la sociedad y del ser humano individual que, como los metales y metaloides inestables que precisan de aleacioìn para adquirir su solidez, son imprescindibles para ser, para existir; para hacerse la existencia miìnimamente soportable.
No ha variado gran cosa ni el significado, ni la fuerza de esa treta somnolienta senÞalada sagazmente por el humanista holandés. Y es que la vida, con la plenitud de consciencia y la lucidez maìxima del raciocinio, sigue siendo verdaderamente insoportable si no se ajusta al control personal o a una enajenación deliberada. Se entiende aquiì por lucidez, la disposición y capacidad del pensamiento para proyectar simultáneamente o en rápida sucesioìn en todas direcciones, el conocimiento; la aptitud para abarcarlo “todo”, para aprehenderlo “todo” en un solo vistazo; para examinar “todo” en sentido absolutamente intemporal, y para disponerlo todo, en fin, con un orden.
No soìlo la lucidez es penosa sin bridas. Simplemente "tener razoìn", principalmente en tiempos de injusticia, suele ser una desgracia. Sobre todo cuando, al ostentarla, al pretender “tener razón”, no se vale uno de la fuerza material. Lo saben bien los prepotentes. Guiarse hoy por los referentes basados en la moral de las religiones principales, dirigidas todas a neutralizar la naturaleza zoológica del humano empieza a ser una terrible debilidad, una actitud involuntariamente suicida. Pues de ella, de la debilidad, de la estulticia generalizada potenciada por los mecanismos conductistas y mentalistas de la inteligencia artificial de que se sirve hoy diìa la mediocridad, vuelve a prevalerse otra vez una variante de “nobleza” desalmada de los tiempos nuevos.
Nobleza ahora compuesta por individuos consorciados para practicar sin pudor alguno la abyeccioìn, para favorecer el genocidio, para diezmar por meìtodos diversos pero masivos la demografiìa galopante en el planeta, y para provocar en fin la opacidad del deìbil y del intencionadamente debilitado. Lo deìbil son los individuos y los pueblos pobres y oprimidos. Y lo debilitado, esos mismos individuos sin auxilio y esos mismos pueblos, ricos pero condenados al empobrecimiento por su expolio.
“Nobleza” nueva representada principalmente por el anglosajoìn con sus concepciones ultrapragmatistas y sus aparatos militares que las dinamizan.
Pero en todo caso el mundo, y especialmente España, estaì dominado por mediocres. Esos que amordazan al que sobresale. Esos que hablan poco, no por prudencia sino porque en cuanto ladran, resplandece su mediocridad insoportable. Esos que utilizan la mediocridad para atraerse a los mediocres que compactan a la inmensa mayoriìa de humanos constituidos, ahora siì, en sociedad. En eìpocas pasadas, es cierto que los maìs brutales se imponiìan. Pero se imponiìan en buena medida porque, ademaìs de ser brutales, tambieìn eran maìs “inteligentes”: Alejandro Magno, Napoleón, Gengis Khan o Atila responden a ese perfil. Pero las democracias occidentales, principalmente en el grado avanzado de su desarrollo, han traiìdo el gobierno de los mediocres y de los necios. La ineptitud, como jamás fue, es lo que concita admiradores, y “lo funesto” es lo que más celebran las mayorias.
Durante siglos y siglos el pensamiento colectivo permanecioì narcotizado, comprimido por diversas causas forzadas. Soìlo en los monasterios y en reductos muy determinados luego en los siglos posteriores, permanecía, pero larvado. Mucho de eìl hubo de expresarse en lenguaje cifrado para no perder la vida sus autores. Entre otras, la razoìn “institucional” seriìa evitar que de eìl se apoderase precisamente la razoìn, que, abandonada a su propia suerte, generariìa monstruos. A cambio se alimentaba de los monstruos que la “razoìn” de los magos, de los monjes y de los reyes que se inventaban.
Pero poco a poco, contado el poco por decenios, pasado el pensamiento por los filtros de las grandes guerras, de las vastas experiencias, de los recursos aportados por sucesivos periodos de Ilustracioìn; todo ello enalbardado por una no guerra durante maìs de sesenta años y la hipertrofia de la informacioìn aunque se propague ordinariamente falsificada, el pensamiento colectivo va alcanzando unas cotas de expansioìn sin precedentes. Y un contrapoder difuso emerge. Si bien, en esto sigue sucediendo lo de siempre: que reside en unos cuantos cerebros ajenos al poder instituiìdo y a la influencia directa y oficial de “los poderes”. Ahora no reside en los monasterios, ni en la criptografiìa, ni envuelto en el misterio de paìginas oscuras como las que escribieron brujos, magos, alquimistas y profesores de Universidad como Beccaria. El pensamiento, hoy, fluye libremente y se desarrolla vertiginosamente. Es un eìlan vital bergsoniano. Y ese eìlan vital se aloja en Internet expandieìndose a la velocidad con la que se alejan las galaxias entre siì.
Cuando el poder mundial quiera darse cuenta, no podraì ya controlarlo, y entonces el pensamiento de los inteligentes y de los luìcidos ofrecerá in crescendo tal resistencia al poder, que eìste volveraì a sentir la tentacioìn de descargar toda su potencia castrante sobre las masas de mediocres para destruir la inteligencia imbricada entre ellos. Pero las masas aquiì, en Internet, son virtuales y carecen de la corporeidad que tuvieron hasta ayer. Por eso la perplejidad paralizaraì al poder cuando se deì cuenta de que no podraì destruir a las abejas sin destruir a un tiempo el enjambre del que el poder se alimenta tambieìn. Hay algo maìs fuerte que la noche, y es... la aurora. En la Red, los luìcidos, los epiìgonos que les siguen y los que auscultan el vertiginoso devenir terminaraìn triunfando sobre los necios y poniendo en evidencia su estulticia. El reino de los mediocres habraì llegado a su fin. Una nueva inteligencia se alzaraì, y una nueva Era habraì empezado. ¿Coincidiraì el evento con la Parusía, como llaman los cristianos al regreso del Cristo?
* Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario