jueves, 29 de agosto de 2019
El desastre ambiental
El 27 de septiembre próximo el planeta Tierra seguirá girando sobre su propio eje y también alrededor del sol, como está definido en las leyes del universo.
Pero ese día la humanidad consciente, especialmente la población planetaria menor de 30 años, paralizará la máquina capitalista en las principales ciudades de los cinco continentes habitados.
A esa fecha nadie debería poner en duda que la actividad industrial, la destrucción forestal por incendio y tala, la minería a cielo abierto, la mafia automobilística y farmacéutica, han llevado al planeta a un punto de calentamiento casi irreversible.
Las nieves milenarias sobre los picos más altos del globo terrestre, los glasiares y los polos – norte y sur – están descendiendo a una velocidad cada vez más acelerada que aumenta el volúmen de los océanos.
En Honduras sólo hay que preguntar al pueblo garífuna que habita la extensa costa atlántica, cuántas comunidades han abandonado en los últimos cinco años. Contestarán que “el mar se comió” al menos cino comunidades. Y otras irán por el mismo camino.
En la región sur a causa de las altas temperaturas millares de personas emigraron al interior de Honduras, a Norteamérica y a Europa, porque sus tierras se resecaron. No hay forma de producir comida y acceder al agua segura.
La imagen apocalíptica de 2019 fue la del bravo río Choluteca convertido en un camino gigante de arena desembocando mudo y triste en el contaminado golfo de Fonseca, en el Océano Pacífico.
La Organización de las Naciones Unidas ya lo advirtió. En 30 años si la temperatura de la Tierra se eleva en 4 grados como está proyectado, entonces el 75 por ciento de la población morirá.
Muy a pesar de la humanidad, los capitalistas salvajes andan a grandes zancadas por los cinco continentes arrasando valles y montañas, envenenando los mares y ahora incendiando la Amazonía para sembrar drogas y vacunos, e imponer monocultivos para seguir su danza de millones.
En Tegucigalpa la administración municipal a cargo de la mafia del crimen organizado que controla los partidos nacional y liberal viene de entregar permisos de lotificación y construcción de viviendas en las entrañas de la única reserva de oxígeno, agua y equilibrio ecológico de la capital, La Tigra.
En la reserva biológica del Río Plátano, en Olancho y Gracias a Dios, el crimen organizado ha tomado en sus manos ese patrimonio natural de la humanidad para sembrarle palma africana, vacas y drogas, al amparo del cartel criminal que mantiene secuestrada a Honduras.
Las imágenes de camiones en filas interminables transportando madera de color en rollo, bajo el falso argumento que se trata de árboles afectados por los gorgojos, es realmente deprimente.
En los humedales y mangalres de ambos océanos, familias de ricos mafiosos construyen hoteles y campos deportivos exclusivos, en una actitud de embuste capitalista que nos pone en peligro absolutamente a todos los habitantes de esta América angostura.
En Amapala y alrededores la mafia coreana en alianza con el Cartel de Lempira ejecuta a presión un plan para instalar un paraíso fiscal que asemeje a Singapur o a otras ciudades modelo instaladas encima de las reservas de comida. Encima del mar. Y encima de la voluntad de la gente.
Tipos despreciables como Donald Trump y Bolsonaro, en América, no solamente menosprecian esta tragedia que está sufriendo el planeta, sino que se burlan de todos nosotros con sus declaraciones supremacistas contra los pueblos originarios que han tenido a su cargo la preservación ancestral de los pulmones de esta casa común.
Como ha denunciado el ex presidente Lula, son los ganaderos y los criminales que votaron a Bolsonaro los que han prendido fuego a la Amazonía para avanzar sus fronteras en busqueda de riquezas sobre los territorios indígenas. Y está claro que a Trump en su guerra comercial contra China no le importa desatar una guerra militar que agregue polución a esta casa incendiada.
Frente a esta situación la adolescencia y juventud del mundo ha convocado a una huelga general el 27 de septiembre próximo, que podría marcar un hito. Esta generación convocante sufre ya la enfermedad del estrés ecológico. Está en serio preocupada por la herencia brutal de las geneaciones precedentes. Y viene con todo.
El cambio climático no será una moda para la cooperación internacional ni un tema de cumbres chastas como la efectuada esta semana en Tegucigalpa, donde no asistió ningún presidente del mecanismo de Tuxtla. El calentamiento es un miedo del presente. Una prédica inútil de los religiosos anunciando el fin del mundo. El calentamiento es una amenaza que nos apunta por igual, aunque no seamos por igual responsables.
El impostor de Honduras tomó la palabra e invitó a burócratas de 10 cancillerías a “soñar en grande”. Y enseguida enumeró, precisamente, actividades que ayudan al desastre: interconexión eléctrica, carreteras y turismo cino estrellas.
Frente a esa arrogancia, deseamos que la huelga del planeta el 27, envíe un mensaje a estos adultos mafiosos incapaces de ver la destrucción que están empujando en nombre del Dios capital.
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