viernes, 1 de marzo de 2019
El reposo en las sombras de la ideología
Rebelión
Por Emilio Cafassi
La asunción y primeras medidas del gobierno de Bolsonaro en Brasil, invitan a una reflexión que excede la concepción teórica y política de la ideología para acercarnos -no sin alarma- a cambios importantes en los énfasis de la subjetividad de los dominadores. Es mucho más sencillo desmentir la retahíla de boutades y disparates conceptuales de su discurso de asunción que comenzar a alumbrar la silueta deforme del engendro humano deshumanizado que representa. Pero fundamentalmente, el ejercicio -imposible de acometer aquí en profundidad- supera al propio monstruo o a la dramática coyuntura brasileña que no es sino el extremo caricaturesco de una profusión capilar de neofascismos en el mundo con un común denominador y particularismos localistas. Ya sea en el primer, tercer o enésimo mundo.
Cuando Bolsonaro arenga a combatir la “ideología de género”, o anuncia la expulsión del “perfil ideológico” de la diplomacia, está sobrexponiendo los rasgos umbríos aunque cardinales de su configuración ideológica que consiste en su renegación. Quién, como en su caso, combate las ideologías, carecería de ellas. A lo sumo portaría “valores”. Las ideologías serían para él siempre aquellas concepciones de la humanidad, el mundo, la naturaleza, el saber, etc., necesariamente falsarias y pervertidas. El principal atributo de una concepción ideológica es el abandono de autoconsciencia de tal (lo que es válido también para las ideologías subalternas). Obviamente expresa una de las formas de alienación humana que concibió Marx cuando precisamente formuló la categoría sociológica de ideología, aunque la capacidad de lo que llamó control y producción de los bienes espirituales, de la cultura en general ha cambiado sustancialmente de entonces a hoy por los mecanismos y dispositivos que la manipulan. En el siglo XIX no se había desarrollado la industria cultural capitalista. No es un cambio menor aunque no desmienta que se trata de descripciones deformadas y hasta invertidas, sino de la capacidad de que las ideas triunfantes sean aquellas que las clases dominantes desean para sus intereses con creciente exclusividad. Uno de los modos, es atribuir las sustantividades propias a terceros, o en otros términos, nominar lo propio como ajeno.
El ejemplo de la alusión a la ideología de género para referirse supuestamente y de modo genérico al feminismo (prescindiendo de las múltiples variantes y ramas que lo nutren como si fuera unívoco) nos ahorra abstracciones. Si hay una ideología de género es precisamente la patriarcal que se sustenta en la dominación de un género sobre el resto y de prácticas sociales normativamente precisas que excluyen cualquier alternativa a ellas. El hilarante video de la ministra Damares Alves, a cargo del recientemente creado Ministerio de la Mujer inaugurando una “nueva era” brasileña en la que “el niño viste de azul y la niña de rosa” conmueve hasta a la prensa de derecha (generalmente mis fuentes cuando de apreciar los énfasis ideológicos se trata). No sería nada diferente a esta maniobra comunicacional llamar al comunismo o al socialismo “ideología de clase”. Quizás por esa razón, en una increíble ironía histórica que ni siquiera llega a los talones de un Fukuyama, proclamó Bolsonaro el “fin del socialismo” mucho antes de que se hubiera desarrollado en Brasil, ni siquiera soñado aún, como en todo el resto de la América Latina progresista. Sólo regulaciones neokeinesianas del capitalismo y expansión de derechos sociales y civiles. Es justamente el énfasis en la negación lo que lo caracteriza. De este modo, reafirma que su país volverá a “estar libre de amarras ideológicas” para lo cual se propone “valorar la familia, respetar las religiones y nuestras tradiciones judeo-cristianas (…) conservar nuestros valores, liberarnos de la criminalidad y el yugo de la corrupción y la sumisión ideológica”. ¿Será novedosa esta ideología?
Si tuviéramos que etiquetar groseramente las transformaciones subjetivas a las que aludí al comienzo, reconocibles en el progresivo avance de una ideología neofascista con matices localistas en el mundo lo titularía como odio a la otredad. Se viene incubando un rencor que no excluye los rasgos fóbicos hacia segmentos humanos cada vez más amplios aunque con epicentro en mayorías y minorías históricamente oprimidas y abandonadas. Con todos sus matices la tirria se expresará en medidas contra el trabajo, las jubilaciones y pensiones, los pueblos originarios, las minorías sexuales, las mujeres, la intelectualidad crítica, la producción científica y la masa marginal directamente excluida de toda pertenencia social. Paradójicamente, luego de la glorificar la globalización y el debilitamiento del peso de los estados nacionales, se asistirá a un retorno de su énfasis y un ataque -o al menos estricto control- de las migraciones. La exaltación de la “inseguridad” viene siendo la cáscara del huevo que incuba la serpiente de la tirria. De este modo, pobres, inmigrantes, indigentes, y eventuales minorías a elección según circunstancias, serán las excusas, aquellos chivos expiatorios que pasarán a aborrecer otros estratos de aborrecidos.
Habrá tonalidades y gradaciones en otras experiencias de restauración del poder por parte de las antiguas élites conservadoras aggiornadas ahora en el neofascismo. Como cierto espectro cromático particular se encontrará en las campañas electorales que se avecinan. En ellas, habrá manipulaciones grotescas como las crecientes fake news.
Pero en todas ellas el abono que nutrirá sus raíces no será la técnica sino la distinción: el odio creciente hacia lo diferente, hacia -el y lo- otro.
Rencor, aborrecimiento, tirria, rabia, inquina, odio, fobia.
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