jueves, 1 de octubre de 2015
Sobre odios e indignaciones
Existen sectores que con mucha fuerza se atreven asegurar que la sociedad hondureña carga un odio que es necesario arrancar para poder enrumbar el país. Muchos otros tienen la claridad de afirmar que el sentimiento es de indignación. Hablemos de esas cosas que se están diciendo estos días.
Las cosas como las vemos: mucha gente carga con una indignación acumulada por décadas. Hace muchos años hubo familias que vieron desaparecer a sus familiares como parte de una política de Estado. Siguen esperando justicia, y nadie les ha dado respuesta. Esas mismas familias, y muchísimas más, han visto y vivido muchas otras violaciones y arbitrariedades, y nada parece indicar que haya cambio en quienes toman las decisiones desde las instituciones del Estado. ¿Es odio reclamar justicia en un país donde los mismos de siempre deciden para beneficio de ellos mismos, a espaldas y en contra de muchísima gente a la que le dicen que todos somos iguales ante la ley?
Muchísima gente se hartó de ver a políticos abusando del poder, y prometiendo las mismas cosas, mientras la riqueza se va concentrando en menos personas, se privatizan los servicios públicos, incluyendo los bienes naturales comunes como el agua, los bosques y las playas. La gente se ha cansado de que nadie la defienda, o de que las voces que debían defenderlas, bendicen a los grandes ricos, bendicen a los gobernantes al tiempo que califican de odio los reclamos que se expresan en las calles. ¿Quiénes son los que verdaderamente odian? ¿Los que reclaman justicia y exigen castigo a quienes saquean las instituciones del Estado o privatizan los servicios públicos o dejan en harapos y desabastecidos los hospitales? ¿O los que se toman el Estado en nombre de la democracia para hacer negocios, se roban los bienes que son de todos y al mismo tiempo dan limosnas y realizan actos filantrópicos para parecer que son bienhechores?
Si hay odio en la sociedad hondureña, ¿quiénes son los verdaderos promotores? ¿Los que salen indignados a las calles ante la cínica acción de una mafia que mientras roba y protege corruptos hace publicidad que estamos en una vida mejor? ¿O los que son indiferentes ante lo que ocurre, o que sabiendo que hay corrupción prefieren mantener la amistad con los ricos, bendiciendo sus fechorías o se callan por prudencia?
Mucha gente se hartó de la práctica corrupta y cínica de los políticos y de quienes los protegen. Hay un nudo de indignación en la garganta y en el corazón de mucha gente sencilla y honrada de diversos sectores de la sociedad. Es una indignación con propuesta, no es solo resentimiento. Pide justicia, que venga la CICI-H, que se vayan los fiscales, que vayan a la cárcel todos los que robaron el Seguro Social. Esa indignación es sana. Lo que no es sano es el silencio oficial y la indiferencia de quienes protegen la oficialidad. Ese es un odio silencioso, hipócrita. Es un odio que se vende como honorabilidad, como moralidad e incluso como piedad. Cuanto más odio se tiene, más se disimula con frases y expresiones que hasta parecen celestiales.
La indignación es un derecho que tiene la gente, no solo de sentir, sino de expresar y canalizar en las calles.
La mayor arma de la protesta indignada siempre será la lucha pacífica, y no se debe caer nunca en la tentación de la violencia, ni de justificar actos violentos. Esa lucha pacífica desarma a la mente y las acciones de los violentos. Y tiene la hermosa capacidad de contrarrestar, tanto el odio de los pudientes y corruptos como el odio fariseo de quienes los protegen, porque la indignación que nace de la injusticia y de la solidaridad con las víctimas, siempre llevará una fuerte carga de amor, porque es una indignación esperanzada.
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