martes, 22 de mayo de 2012

La resignación y el pánico se apoderan de lo que queda del país



Rebelión

Por Ollantay Itzamná

Varios periodistas, vigilados por el cadáver de su colega que aún huele a sangre caliente, arrojado al borde del camino, intercambian miradas temblorosas y se preguntan entre sí: ¿quién de nosotros será el siguiente? Uno de los directores de radio, desde los micrófonos confiesa: “yo tengo miedo de no volver con vida a casa”. 

El Presidente de la República, en cadena nacional, con una presencia derrotada y rostro compungido, intenta animar al país desde la TV: “El crimen y los criminales no nos van a derrotar”. Una madre, detrás de su puerta, llora desesperada porque teme lo peor: su hija ya se demoró un par de minutos en su habitual hora de llegada. Uno de los diputados confiesa la verdad: “No sabemos quién mata, y qué mensajes nos envían con los cadáveres vestidos de cobra…”

Estas letras no corresponden a los pasajes de miedo y suspenso que Dan Brown describe en su novela “Ángeles y demonios”. Es un pequeño destello de la dolorosa realidad actual de Honduras. Cuyo nombre hace honor a un pueblo que se quedó sin Estado, sin instituciones, sin proyectos, ni esperanzas, ni sentido. Es verdad que para las grandes mayorías nunca hubo todo esto, pero lo cierto es que los pocos que vivían ilusionados con el Estado aparente que jamás comprendieron, también ahora se encuentran desamparados, asustados y a la espera de lo peor.

Esta situación de miedo y de suspenso ante la omnipotente presencia de la muerte es producto de las decisiones, acciones u omisiones de la élite del país y de la sociedad en su conjunto. La situación de pánico y muerte no es más que una evidencia de la derrota intelectual y moral de las rústicas élites que por más de 190 años vinieron regentando el Estado aparente, ahora fallido. 

La sociedad hondureña, ahora en acelerado proceso de desintegración, creyó, asumió y defendió las mentiras de las élites como verdades. Y, ahora, sufre las consecuencias de su fe no razonada. Todavía hace tan sólo unos meses atrás, los procesos de Bolivia, Ecuador, Venezuela, Cuba, eran asumidos por amplios sectores de la sociedad hondureña como diabólicos, porque así lo decían sus patrones desde las pantallas de televisión. Y ahora, ¿dónde sembró su carpa el demonio?

Recuerdo que hace más de dos años atrás, a la señora que me hospedaba en su casa, en Tegucigalpa, le pregunté ¿por qué rechazaba tanto a Venezuela, si acaso ella conocía aquel país. Ella me respondió. No, pero preferimos a los EEUU porque es grande y más desarrollado. Hace unos meses atrás, otra señora me dijo, mientras le pagaba por el café, “Nosotros solos ya no podemos más con la violencia. Nuestros gobernantes tienen que ser más humildes y aceptar que los EEUU nos intervenga”. 

La salvación no vino, ni vendrá de los EEUU, ni de Colombia
Lo cierto es que los gobiernos de los EEUU no han dejado de intervenir en Honduras, después de los ingleses. Desde finales del siglo XIX, las bananeras yanquis gobernaron (esquilmaron) el país en nombre del desarrollo que jamás llegó. Luego, bajo la mentira de la lucha anticomunista, y ahora antidrogas, se establecieron bases y escuelas militares norteamericanas en el diminuto territorio hondureño. Actualmente existen 3 bases militares, bajo la vigilancia de la IV Flota de la armada yanqui, en Honduras. La presencia militar y política norteamericana está para garantizar el flujo de la cocaína hacia el Norte, asegurar el caos y el pánico en la población y desarticular a la sociedad organizada.

Ante estas evidencias, y con disgusto disimulado, la élite empresarial y política, carente de la capacidad de compresión de la realidad del país, intentó afianzarse en el asesoramiento del vilipendiado ex Presidente de Colombia, Álvaro Uribe. Hasta no hace mucho, Uribe dictaba cátedra a los empresarios, académicos y funcionarios del gobierno actual, sobre “cómo promover inversión privada para el desarrollo con paz social”. Y la audiencia hondureña, como niños estupefactos con el juguete nuevo, se deleitaban de las “impresionantes” enseñanzas del Plan Colombia para sacar finalmente a Honduras de su hundimiento. La élite política y empresarial incluso importó desde Colombia escuadrones de élite, especialista en la lucha contra el crimen. ¿Dónde están estos escuadrones, y a quiénes entrenaron?

La impunidad como premio al delito mayor, estimula la violencia
El caos y la muerte generalizada actual, no es producto directo del empobrecimiento o del desempleo. Es ante todo, consecuencia de la muerte del aparente Estado perpetrado con el golpe de Estado. Ellos rompieron material y simbólicamente con el mínimo “orden establecido” en el imaginario colectivo. Violaron sus propias leyes. Y a sus criminales les premiaron y premian con la impunidad y puestos principales en las diferentes instituciones estatales. Entonces, ¿quién no va a delinquir y matar si la élite hondureña premia a sus delincuentes mayores con la impunidad y privilegios? No existe ni tan siquiera un solo investigado por el delito del golpe de Estado y los centenares de asesinados, que ahora se cuentan por decenas de miles desde aquel fatídico acto.

Ni la espectacular jugada política que hicieron para cosechar la retenida “ayuda” internacional (cerca del 70% del presupuesto del Estado proviene de esta fuente) tuvo éxito. Negociaron para reincorporar a Honduras a la OEA, y así reabrir el canal de la cooperación financiera para aplacar al monstruo del crimen que habían engendrado, pero, ahora, esta fuente también está seca por la crisis financiera mundial. Entonces, ¿qué les queda?

Un taxista, ante la pregunta de si la situación de muerte generalizada en Honduras tiene solución, dice: “Aquí ya no se puede hacer nada. Sólo esperar que Dios y su Cristo nos salven el alma. Él vendrá pronto por nosotros”. Y siguió tarareando y tamborileando con los dedos el volante mientras se deleitaba con una alabanza celestial que decía algo del “más allá de las nubes”. Y, como él, son muchos y muchas quienes como zombis o drogados permanentes esperan su hora recitando en las calles y en los micrófonos citas bíblicas y alabanzas sobre el más allá.

¿Quiénes capitalizan la violencia en Honduras?
Las iglesias en Honduras, con pequeñas excepciones, históricamente se constituyeron en el ducto para inocular resignación (culpabilidad) y sentimiento de impotencia en la población. Los mayores esfuerzos revolucionarios fueron truncados por el miedo al infierno predicado desde los púlpitos. Hicieron de Honduras un cúmulo de creyentes providencialistas indiferentes, y reacios al pensamiento crítico y a la inquietud mental. 

Por eso, aquí la Doctrina del Shock funciona a la perfección y las iglesias la aprovechan con creces. A mayor violencia, mayor es el pánico. A mayor pánico, mayor es el refugio en las iglesias. A mayor refugio, mayores son los diezmos y limosnas. Por eso es que una de las únicas instituciones que no entran en crisis financiera son las iglesias. Y para garantizar que este mecanismo funcione, los pastores enseñan que para ser bendecidos tienen que ocuparse de Dios en la Iglesia y no del mundo. Y mientras, en el “mundo” que ellos llaman, la violencia acelera y envía más refugiados con diezmos a las iglesias.

Otra organización que optimiza la violencia generalizada y la resignación de la población es el narcotráfico. Aunque Ud. no lo crea, hay departamentos y municipios bajo el pleno control de los capos. En una reunión sectorial, el Ministro de Educación de Honduras, por un lapsus de sinceridad, les confesó a los maestros: “Yo no puedo entrar al Departamento de Copán. Eso está bajo el dominio de los narcos. Es prácticamente otro Estado. No puedo”, dijo.

Ante la disolución estatal, la violencia generalizada y la desintegración social, el negocio del narcotráfico fluye su cargamento, divisas y armas con total seguridad, y por rutas marítimas, terrestres y aéreas bien establecidas. Si la población se queja, entonces, se instalan bases militares para criminalizar la protesta social.

Esta organización ilegal, que vende su producto dañino más fuera que dentro, mantiene a flote a la economía hondureña por los millones de dólares que le inyecta, pero masacra familias completas de hondureños.

Así, unos matan el alma y obstruyen la inteligencia con el miedo al infierno, otros gobiernan los cuerpos hasta aniquilarlos a bala. Pero ambos, venden sus productos y acrecientan sus ganancias capitalizando el pánico y la resignación de un pueblo que premia la creencia y censura el pensamiento crítico. De esta manera, estas y otras organizaciones que responden a los intereses del Imperio esquilman al pueblo hondureño sin matarlo por completo, pero tampoco sin despertarlo.

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