jueves, 23 de marzo de 2017
Donald Trump: ¡El sistema soy yo!
Rebelión
Por Aldo Torres Baeza
Me cansa escuchar esa palabra cursi que define a Donald Trump como un “outsider”. Es lo más absurdo que he escuchado desde que G. Bush Jr, con esa inteligencia sobrenatural que caracteriza a su familia, proponía desforestar la tierra para acabar con los incendios forestales1. Trump no está afuera de nada. Al contrario, es el producto más nefasto que este sistema parió, encarna cada célula del modo de vida que llevamos sobre la Tierra. Es el Frankestein que lleva años gestándose en el vientre de este sistema que somete al mundo.
Dicen que es un outsider porque proviene de un reality show -donde jugaba a despedir gente- y no de los partidos tradicionales, como si el universo de la política no fuera un inmenso show mediático repleto de figuraciones públicas y los partidos monopolizarán la representación política.
Su muro en la frontera con México para aislar a los inmigrantes no está para nada fuera del sistema, al contrario, es otro signo de los tiempos, lo que pasa es que poco se habla de otros muros y vallas, como, por ejemplo, el muro de Cisjordania, que permite la ocupación israelí en tierras palestinas. O la valla que Grecia construyó en la frontera con Turquía, que obligó a los refugiados a llegar hasta Bulgaria, hasta que Bulgaria erigió su propia valla. Hungría construyó una valla de 174 km en la frontera con Serbia, y otro de 40 km en la frontera con Croacia. España también erigió dos vallas alambradas en las ciudades africanas de Ceuta y Melilla. Y no olvidar el muro de Marruecos, que permite al reino marroquí el sometimiento de la patria saharaui y, rayos y centellas, ¡es sesenta veces más largo que el Muro de Berlín!
Se retuerce el espíritu ilustrado de los neoliberales alrededor del mundo evidenciando como el bueno de Donald cumple lo que prometió. Pues bien, Trump no es más que el producto de su propio modelo político, económico y cultural. Es el engendro de un sistema que permite a ocho personas poseer la riqueza que tiene la mitad de la humanidad2, todo fundado en ese mito neoliberal de que los mercados funcionan solos y los hombres actúan racionalmente y los pobres (los loser) son pobres porque son flojos, y bla, bla, bla. Sistema que permite a un país como Estados Unidos, que dicta el menú de la comida planetaria mientras la obesidad ya es pandemia entre su población, desperdiciar 40 millones de toneladas de comida al día, lo necesario para alimentar a los 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo. Mismo sistema donde un tercio de la humanidad vive con menos de un dólar al día, y mientras sobrevive aquel tercio de la humanidad, una vaca europea, con sus gases de metano que envenenan el aire (sobre esto, ver el documental Cowpiracy), recibe cuatro dólares de subvención diaria.
Trump, camarada de Putin, es el punto culmine donde el capitalismo y los que queda de comunismo se muestran como dos caras de la misma moneda. Trump, todo un winner, es un engendro más de la civilización del tambor: mucho ruido pero vacía por dentro. Y no es casual que su espíritu vengativo, xenófobo, homofóbico, codicioso, soberbio y ostentoso, germine desde lo más genital del sistema de valores estadounidense. Es decir, del país hegemon que, tras la Segunda Guerra Mundial, armó un mundo a su medida, con un control militar (OTAN), un control económico financiero (Gatt, FMI, Banco Mundial) y político (Consejo de Seguridad). Fue ese modelo internacional el que permitió su irrupción.
Dicen que Trump es un outsider porque viene del “mundo de los negocios”, como si existiera alguna frontera entre ese mundo y el mundo político. Hace rato que ambos terrenos se enredaron en una misma trenza, terrenos donde sus habitantes se pasan muy campantes desde empresas que envenenan la tierra a cargos de representación popular, como si fuese igual el administrar pesticidas que el representar a personas. Un botón de muestra: corría el año 2004 y Donald Rumsfeld era Secretario de Defensa (o de Ataques) del gobierno de Estados Unidos. Por entonces, G. Bush había encontrado un nuevo enemigo para reafirmarse como presidente del mundo, pero ahora no era el dragón del comunismo mundial ni los dueños de su petróleo germinado en otras tierras, sino que un virus, el virus responsable de la gripe Aviar. Esta vez no salvarían al mundo inyectando plomo en las heridas en nombre de la democracia o la libertad, sino que a través de un fármaco llamado Tamiflu. Un detallito, nada importante: D. Rumsfeld era directivo desde hace 20 años del laboratorio Gilead Sciences, la firma que fábrica y tiene los derechos de Tamiflu. De bien poco sirvió el Tamiflu repartido en las Farmafias del mundo, lo que si sirvió fue el miedo: el valor de las acciones de Gilead Sciences aumentaron en un 807%, y las ganancias de la compañía pasaron de 254 millones el 2004 a más de 1.000 millones el 2005. Nada mal el negocito para el campeón de Donald Rumsfled, que, otro detallito, seguía siendo el Secretario de Defensa del gobierno Estadounidense.
Sobre las mujeres, Trump ha dicho3 “que son, en esencia, objetos estéticamente agradables”, “que todas las mujeres odian el acuerdo antes del matrimonio porque quieren cazar fortuna”, o que “el mejor momento de las películas es cuando hacen callar a las mujeres”. Su machismo es un signo más de la mitología bíblica que llegó a América desde Europa, en particular del mito de Adán y Eva, donde la mujer es creada de una costilla del hombre y, tras escuchar que una serpiente la aconseja (sic), tienta al hombre con una manzana. Para castigarla, dios, el dios de Trump, no encuentra nada mejor que condenarla por los siglos de los siglos, diciéndole: “te daré más trabajo y multiplicaré tus embarazos; y con todo y tu duro trabajo, tendrás también que dar a luz a los hijos. Desearás estar con tu marido, pero él te dominará a ti”4. Por la impureza de esa voz que tentó e Adán, la iglesia católica prohibió durante siete siglos y medio que las mujeres cantarán en los templos. El machismo de Trump, que juró como presidente con dos Biblias bajo la mano, es parte constitutiva del sistema patriarcal, capitalista y etnocéntrico que domina el mundo.
Lo única característica que convierte a Trump en un outsider es que, a diferencia de los políticos del sistema tradicional, este canalla si está cumpliendo lo que prometió. Y si algún día, preso de su cólera y venganza, decide apretar el botón, el botón final, y se desatan las bombas atómicas y químicas, y el cielo se cubre de rojo, y ya nada queda de nuestra civilización, entonces nuestra especie, sus líderes, habrán alcanzado lo que buscan hace siglos: la extinción de la raza humana y el aniquilamiento de la Madre Tierra, nuestro único hogar conocido. Trump sería el verdadero artífice del “fin de la historia”. Y la aniquilación vendría de adentro, de muy adentro, desde las tripas del sistema.
Notas
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