viernes, 31 de marzo de 2017

De la política y sus cuitas



Por Ana Ortega *

Son muchas las agonías de la política, me enfocaré de manera breve en dos: La que va desde la demagogia a la política espectáculo o como dice Sartori, la video política [1] , la política en “imágenes”, fundamentada en la exhibición de personas, y la que transita desde la política patrimonialista a la narco política.

En la primera, resaltan las campañas políticas de años atrás caracterizadas por una lluvia sin fin ni límite de promesas, de todo tipo y alcance, la población hondureña que ha aprendido a reírse y asumir de manera jocosa su propia tragedia, hacia chistes de políticos que ofrecían puentes donde no existían ríos, eran los tiempos de la demagogia por excelencia. Ahora, si bien persiste la demagogia, la especie ha mutado – me refiero a políticas y políticos que aspiran a cargos de elección popular –, asistimos a la máxima expresión de la política como espectáculo, en el escenario circense en que la han convertido.

El espectáculo es variado, desde estridentes gemidos que intentan imitar música country, compositores improvisados de extraños géneros musicales, malabaristas que muestran su equilibrio en bicicleta, espectaculares desnudos, en fin, el despliegue de “talento”, es inagotable, al punto que una se pregunta si de lo que se trata es de concursos artísticos, de imitación, belleza, valentía, ilusionismo, fruslería, e incluso búsqueda de un empleo sin trabajar, es decir, exhiben cualquier cosa, menos los conocimientos y capacidades para ejercer la política, entendida como el sistema cuya función es producir decisiones colectivamente vinculantes.

Frente a esta realidad, surgen muchas inquietudes, entre otras: ¿Por qué tanta banalización de la política?, ¿Por qué tanta desconexión entre el discurso de auto representación de la política y la realidad? intentaré- sin pretender exhaustividad y menos dar cuenta total de una realidad tan compleja-  algunas respuestas que parten de diferente enfoques teóricos complementados con hechos constatables y opiniones que se escuchan en lo cotidiano:

Porque las y los ciudadanos perciben que las grandes decisiones no se toman en esos espacios formales y visibles, sino en otros  y con otros actores de los que no se tiene ningún control.
2.    Porque el agotamiento del principio de representación, es tal, que lejos de representación lo que existe es suplantación, por tanto, no importa quien resulta electo;

3.    Por desconfianza en las instituciones que administran el proceso electoral y la persistencia del fraude electoral, unido al colapso del resto de la institucionalidad y en general la ausencia de Estado (entendido como espacio de concreción de la política);

4.    Porque el discurso neoliberal que promueve la destrucción de lo público, la privatización inclusive de la política y el aislamiento del individuo a su mundo privado alienándonos también de la política, prevalece y se extiende de manera acelerada; o porque 

5.    Finalmente la dinámica política, las y los actores que en ella intervienen (en este caso, la política formal/institucional), no son diferentes al resto de la sociedad y por tanto, dan cuenta de la  cultura política y de su contexto.

Sin duda, existen muchas más inquietudes y respuestas a la realidad aquí brevemente esbozada, nos hemos decantado por este enfoque porque nos acercan a dos temas de fondo: las elecciones y la democracia. Del primero podemos resaltar que ha pasado de ser un medio a convertirse en un fin en sí mismo, a la vez refleja la reducción y el vaciamiento de sentido de la democracia, vaciamiento que algunos autores, como Franz Hinkelammert [2]  explica desde la supremacía de la economía sobre la política y otros como Norberto Bobbio lo explica desde lo que él llama las promesas rotas de la democracia, es decir, todos esos ofrecimientos que constituyen la retórica de la democracia, su discurso movilizador pero que igual que las promesas de la modernidad, nunca fueron realidad, Bobbio resalta siete de esas promesas rotas:

1.    La promesa de la soberanía popular;
2.    La influencia real del individuo en la política; 
3.    La capacidad del individuo de conocer y decidir sobre los asuntos del Estado;
4.    La creencia de que, con el tiempo y el incremento de la información. los ciudadanos mejorarían y ampliarían su capacidad de participar en política;
5.    La desaparición de las oligarquías;
6.    La democratización de todos los ámbitos de la vida social y; finalmente
7.    La incapacidad de la democracia de eliminar el poder invisible.

De las anteriores y otras tantas “promesas rotas”, sabemos demasiado las y los hondureños. En relación a la incapacidad de la democracia para eliminar el poder invisible, aprovechando la actual coyuntura, vale decir que nos hemos acostumbrado tanto a no incomodar “el poder” que ni siquiera tenemos acceso a información sobre el poder “visible”, ese que en otros países si es visible. 

Es tanta nuestra sensación de impotencia e indefensión ante el poder, tanto el invisible, como el que debería ser visible, que nos alegramos cuando desde otro país nos dejan ver- quien sabe con qué intenciones- la punta del iceberg de ese poder que nos mantiene en permanente estado de terror y crispación. Tanto, que lo dejaremos para después. 

Notas:

1. Según Sartori: “La video política atribuye un peso desproporcionado y a menudo aplastante a quienes no son una “fuente autorizada” […]La televisión favorece la emotivización de la política, es decir una política dirigida y reducida a episodios emocionales , decapitando o marginando a las cabezas que hablan, razonan y discuten problemas, eso porque la cultura de la imagen creada por la primacía de lo visible es portadora de imágenes candentes que agitan nuestras emociones y sentidos, lo cual no es malo si se hace en el lugar y momento adecuado, apasionarse es implicarse crear sinergias simpáticas (del pathos) pero el saber (logos )  es lo que se necesita para administrar la política, la cultura de la imagen rompe el delicado equilibrio entre pasión y racionalidad”.

2. Hinkelammert se refiere a relación entre libertad de prensa y libertad de opinión y su papel en el vaciamiento de la democracia: “Los métodos para lograr esto son muchos. Solamente quiero mencionar dos, que tienen un carácter central: la creación de la opinión pública en el sentido de una opinión publicada, y la amplia determinación de la política por el financiamiento de las elecciones. El dominio sobre los medios de comunicación hoy está casi totalmente en las manos de sociedades de capital, que son sus propietarias. Estos medios de comunicación se basan en la libertad de prensa, que es la libertad de los propietarios de los medios de comunicación. Éstos se financian subvenciones en forma de publicidad comercial, pagada por otras sociedades de capital. Cuanto más presuponen los medios de comunicación grandes capitales, se transforman en instancias de control de la opinión pública y, por tanto, de la libertad de opinión. Para estos medios no hay otra libertad de opinión que la libertad particular de sus propietarios y sus fuentes de financiamiento. Ésta la garantiza la libertad de prensa. El derecho humano no es la libertad de prensa, sino la libertad de opinión de todos y por tanto universal, pero al hacer de la libertad de prensa el único criterio para los derechos de la opinión en los medios de comunicación, la libertad de prensa se ha transformado en un instrumento sumamente eficaz para el control de la libertad de opinión universal”.

Bibliografía:

Bobbio, Norberto (1986). El futuro de la democracia, Fondo de cultura económica. México primera edición.

Hinkelammert, Franz (2010). Vaciamiento de la democracia y genocidios económicos. San José, Costa Rica. Coyuntura económico-política.

Sartori, Giovanni (2002). HOMO VIDENS, La sociedad teledirigida,  editorial Taurus, España, quinta  edición.

* Ana Ortega. Politóloga. Presidenta de la Junta Directiva del Comité Por la Libre Expresión (C-Libre).


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