martes, 8 de julio de 2014

Máquina de quebrar conciencias



Por Julio Escoto

Cuando se observa la degeneración moral de extensos sectores de la sociedad hondureña se pierde la serenidad, bajan las defensas anímicas, marcha lejos la esperanza. Pues no existe un solo segmento poblacional que no haya caído en las trampas de la corrupción, el engaño u otros modos de burla a la ley. La ley es ahora punching bag que todos golpean para fortalecer los músculos de lo irracional, cosa remendada y violada.

A simple ojo luce que los abogados encabezan la estadística perversa pero quizás no es así, puede que haya tantos juristas sanos como viciados, aunque estos destacan más. El gremio médico acaba de coronarse líder de las anécdotas de robo al Estado, pues un miembro suyo birló millones al Estado, un récord; ingeniería hace rato que es objeto de mofa popular ya que no hay carretera o construcción pública con especificaciones perfectas, conforme planos, sino faltantes en por lo menos una pulgada kilometral, y una pulgada de asfalto por kilómetros y kilómetros es buen dinero; se salvan usualmente las enfermeras aunque el trato al paciente dista de ser modelo; los maestros ya han aceptado que junto a las reivindicaciones debe cumplirse el deber. Y sobre el oficio periodístico, ay Señor, ¿por qué te ensañas en hacerlos ver mal este día, por qué aseguras que tienen conciencia frágil, mano blanda, espalda arqueada y que han de ser hijos de ferrocarrileros pues responden prestos a las campanitas plateadas de tilín tilán… tanto que se tarifan, malvenden y baratean? … Ah, excepto intelectuales y artistas –poetas, pintores, músicos, narradores–, para hacer la broma clásica, pues somos héroes que nunca nos vendemos (nadie ofrece buen precio…).

Lo cierto es que ocurren deterioros terribles en las conductas moral y ética de la sociedad. Acostumbro definir lo moral como atingente a valores personales, y lo ético cual concerniente a valores con impacto social. Y en ambas se dan fallas más hondas que las placas terráqueas, tanto entre la oficialidad como la civilidad.

Por lo que auscultando al elemento común para esas dimensiones el único que sale a vista es el dinero, pero no el sudado y sufrido, sino el fácil, conseguido sin trabajo o haciéndolo poco, el que robas al ciudadano o a comunidades sin importar la consecuencia del dolo: pueden ser recursos para alimentos, medicamentos o de los que dependa la vida humana y no hace diferencia. Ilícitamente se les embolsa y apropia, el huracán del egoísmo personal se lleva de encuentro cualquier consideración ética.

Fue Marx quien acuñó la histórica sentencia: el capitalismo convierte todo en mercancía: al esfuerzo, los sueños, ideales, proyectos, solidaridad, la amistad, el amor. Y cuando familia, escuela, iglesia y medios masivos nos educan solo como entes consumistas y no constructores, la receta está dada para la perdición pues empezamos a tasar todo con las reglas del dinero: vales por lo que tienes no por lo que eres; te recibo por tu caudal no por tu personalidad; no eres individuo, ser o persona sino cosa y como tal debo usarte y manipularte.

Eso no significa que para contrarrestarlo deba hacerme socialista o comunista sino que si cambio personalmente cambian los demás, el universo es urdimbre de interesantísimas relaciones concretas y virtuales, es decir materiales y mentales, mayormente las segundas. Avanzando progreso y guio; involucionando hago daño. Pero similarmente es obvio que nadie puede cambiarme, debo hacerlo yo, salirme de la falsedad globalizadora, de la máquina que muele conciencias y me torna avaricioso e insolidario.

Es fácil decirlo pero más todavía ponerlo en práctica. Lo que ocurre es que la gente es perezosa para procurarlo, prefiere residir en las bajuras y la alienación, en lo mediocre y lo fantasmal, sin esforzarse.

Pero insistiendo en reflexiones como estas de cuando en vez sale alguien del pantano: es tu turno quizás.

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