jueves, 31 de julio de 2014

Y después de la resaca futbolera ¿qué?


Por Roberto Herrera

Nuestro mundo parece desde la lejanía, una esfera geométricamente redonda, aunque no lo es. Tampoco las pelotas de fútbol ni las de los pelotudos forofos xenófobos ─no solamente en Europa los hay─ lo son. Sin embargo, para Nike, Adidas, Puma y demás compañías del género, la tierra fue durante las últimas semanas un balón de fútbol y un negocio verdaderamente redondo. El poder de la mercadotecnia convierte incluso la caca en oro. Lamentablemente así fue, así es y así será. ¡Fútbol hoy, fútbol mañana, fútbol toda la semana!

El fútbol, como espectáculo de masas, tiene una componente social particular que lo diferencia de otros deportes como el tenis, golf o baloncesto y es el hecho que los futbolistas por lo general son considerados por los aficionados como los “representantes del pueblo trabajador”. No es casual entonces, que la hinchada vea en ellos a “héroes” o “soldados con botines defensores del honor de la Patria”. Un ejemplo patético es la mal llamada “guerra del fútbol” entre Honduras y El Salvador. Aunque la guerra no fue por causa del deporte, el proyectil calibre 22 que al ritmo del “Pájaro Picón, Picón“ se incrustó en la columna vertebral de un amigo hondureño-salvadoreño, es un triste recuerdo de aquel día de junio de 1969 en San Salvador. El chovinismo local, regional, nacional y continental, como expresión del nacionalismo exacerbado a nivel deportivo, ha existido lamentablemente desde que se juega al balompié.

La manipulación político-económica de este deporte por parte de los organismos internacionales que regulan y reglamentan el espectáculo deportivo, sobre todo los eventos mundiales y continentales, lo convierte en un instrumento en función del capital financiero y de la política de estado. Detrás de la visita de la canciller Angela Merkel al equipo alemán en los vestuarios o los comentarios de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, se esconde un propósito político calculado. En este sentido, el deporte en general también sirve para distraer la atención del ciudadano de los problemas socio-económicos nacionales actuales. No sería la primera vez que en algún parlamento se apruebe una ley antipopular en el momento en que los aficionados celebran un gol de su selección gritando a todo gaznate.

¿Qué el estado de Israel esperó la coyuntura del mundial de fútbol para masacrar a la población palestina en la Franja de Gaza? Pienso que no. Este gobierno ─demostrado está─ ha intervenido militarmente en el Oriente Medio sin importarle un comino la opinión mundial. Mientras tanto, los medios de comunicación informan de la intensificación de la ofensiva militar israelí y de las decenas de muertos y heridos causadas por los bombardeos en el barrio gazatí de Shiyahiya.

Pero los mundiales de fútbol, más allá de ser una fuente inagotable de dinero y manipulación, también son un pequeño oasis en el desierto de soledad e impotencia civil en que se ha transformado el mundo globalizado.

Y después de la resaca futbolera ¿qué? Pues nada, queda tal vez la ilusión y la esperanza que algún día, un país de la periferia capitalista será campeón mundial. Mientras tanto, la clase social trabajadora seguirá laborando duro para ahorrar unos centavitos, pues Moscú 2018 ya asoma en el horizonte, independientemente de lo que suceda en Ucrania o en la Franja de Gaza… y al chiquillo hay que comprarle una camiseta con la imagen del nuevo ídolo, puesto que la de Cristiano Ronaldo ya está desteñida y desgastada.

¡The Show must go on!

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