martes, 22 de abril de 2014
El pueblo más macho
Por Julio Escoto
Esa tarde los reunidos fuimos hundiéndonos progresivamente en la decepción, dialogábamos deprimidos, con la esperanza huyendo cual brisa veranera, lluvia que resiste caer. Giraba la queja en torno a la mansa conducta hondureña que aguanta los más graves dislates políticos sin reacción defensiva.
Expuse mi caso: previo a los recientes comicios nacionales advertí en varios artículos el riesgo grave de intentar un fraude electorero ya que la sociedad no iba a soportarlo pues eran enormes el cansancio, la ira, el enojo acumulados desde el golpe militar-financiero y tras tanta mentira, engaño y corrupción.
“Esto va a arder, devendrá una revolución” vaticiné. Pero hubo fraude y no ocurrió más que protestas, rumores, frases malsonantes, enojo gélido otra vez. Cierto concurrente se atrevió a insultar: “pueblo cobarde…”.
La voz de una serena periodista nos extrajo del error; dijo con madurez: Son cien años de distorsión, de amaestramiento en la ignorancia. Mientras que en otras naciones la primera meta estatal es anular el analfabetismo, en Honduras se lo prolonga hasta la eternidad. He allí un factor... Ignorancia equivale a sumisión y las élites y grupos de poder se preocupan organizadamente por sostener ese “equilibrio” llamando sagrada a la ley que discrimina a su favor: el hijo de papi paga y sale; el pobre se hunde.
Contribuyen a ello la mediocridad de la escuela, que insiste en impartir y repetir conocimientos, no destrezas analíticas. Y acaban reforzándolo credos e iglesias, que son la máquina embrutecedora de la modernidad ya que fascinan al devoto haciéndole creer en panes que caen del cielo a la vez que le expolian su dinero.
Si a ello se añade un aparato judicial raigadamente corrupto, el bipartidismo fanático y mercantilista, más un poder mediático que rehúye educar, o siquiera informar objetivamente, como es su función (todo eso es el “sistema”), que nadie culpe al sujeto, pueblo y víctima, por pasivo y componedor.
Durante un siglo fue educado para no reaccionar y es más bien meritorio que, como aconteció contra la reciente dictadura golpista, haya sobrepasado sus acondicionados rangos de molicie y se echara a la calle en protesta.
Síntesis (molesta para autoflagelantes, pesimistas y desahuciados, carentes de perspectiva sobre fenómenos sociales): debe reconocerse que estamos en presencia de una sociedad hondureña dividida y dispersa, es verdad, pero obstinadamente seguidora del rumbo de su destino (ya mató al bipartidismo, resta enterrarlo).
Sabe con claridad qué quiere pero ignora los modos de organización para alcanzarlo; identifica el estado de bienestar a que aspira –empleo, vivienda, gobierno, educación–, ni duda de eso, pero escasos líderes contribuyen a explicarle didáctica y políticamente los caminos que conducen a su realización.
Y sobre todo, ni izquierdas y menos derechas, por vagar enredadas en estrecheces partidarias o ideológicas, son capaces de darse cuenta de que el país jamás superará sus deficiencias estructurales si no se forma al pueblo en la voluntad y la práctica políticas, posibilidad que aterroriza a la facción conservadora pues violaría el onceno mandamiento: “oculta a la gente las ciudades modelo porque las resistirá”…
Donde unos ven coyunturas, otros comprenden procesos. Coyunturalmente estamos en tiempos de bajón. Como siempre y por esperanza automática la gente aguarda a conocer cuánto logra el nuevo equipo de gobierno y le otorga compases de espera y curiosidad, pues ha habido en la historia regímenes fascistas económicamente exitosos.
Pero tras el inevitable fracaso de lo mismo vendrán reclamos y decepción y será entonces cuando deberá alzarse como bandera de resistencia la unidad absoluta de las clases sufridas –pobre, media–, en un plan claro de propósitos, de sacrificio de egos y con preponderancia de lo nacional, así como con estudio y educación políticas.
¿Puede lograrlo este pueblo tildado de manso e irreflexivo, a pesar de que ha probado, cuando se exige, beligerancia, ardor patriótico y vocación constructora…? Decididamente sí.
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