miércoles, 18 de diciembre de 2013

Y ahora las consecuencias



Por Julio Escoto

Todo producto se transforma si modificas sus componentes y por tal regla debe deducirse que si en la sociedad hondureña cambió el predominio tradicional de viejos sobre jóvenes, son estos quienes deben asumir hoy el relevo generacional y de quienes debe esperarse diferentes actitudes, distintos comportamientos.

Se observa ya, por ejemplo, su nueva práctica de liberación afectiva y sexual: los muchachos son mil veces más desinhibidos de lo que éramos hace cuarenta años, ingresan temprano a la intimidad y usualmente consideran a esta desde perspectivas igualitarias: tanto derecho al placer tiene ella como él y la seducción no siempre es arte exclusivo del varón.

Se ve similarmente en el campo político. Cálculos confiables estiman que en noviembre 600 mil ciudadanos menores de 32 años participaron por vez inicial en el ejercicio del sufragio.

La observación empírica permite relacionar, además, que un alto porcentaje de ese rango votó por propuestas frescas, esto es por liderazgos políticos recién estructurados y que, por ello, también le cayó severamente la bofetada cívica del fraude, a esta altura obvio.

La pregunta clave es entonces, en este momento, ¿qué generará ese ardor del rojo bofetón: frustración como en nosotros los viejos, o reflexión, empuje y motor social…?

El establishment  -élite acostumbrada a manipular la gestión del poder para medrar desde él- cometió grave error al suponer que sus antiguas artimañas de irrespeto al voto aún funcionaban (y si acaso esa fue la última vez).

Pues en esta ocasión falló el sigilo y ni queda duda de que esa parte del ardid fracasó, se resquebraja día a día, progresivamente se desmorona el entero andamiaje de secretividad dolosa, el que al revelarse enseña su mecanismo y dificulta que sociedades más críticas permitan que se repita.

Pues la ilusión de los hondureños canosos es que esos 600 mil portadores de rebeldía, renovadores de la mustia tea democrática, más los que anuncia el porvenir, jamás vuelvan a consentir, de hoy en delante, que les burlen la vocación electoral ni que fuerzas oscuras les impongan una voluntad ajena a su natural, espontánea y libertaria forma de ser.

Depositamos en la nominada “generación del mall” más fe quizás de la que merece o está dispuesta a soportar, pero lo opuesto sería dialogar en permanencia con la derrota y la depresión, con el derrotismo colectivo, pues. Y por siempre será mejor ansiar que odiar.

Aparte de que le delegamos heroísmos y varonías de que fuimos incapaces, bonita forma de indemnizarnos ante la historia, pero así es siempre el lumen hereditario transmitido de una a otra generación.

Lo importante es que roturado el servil bipartidismo (matrimonio truhán de vicio y maldad santificado por la iglesia), sabiéndolas identificar surgen oportunidades de cambio.

Los nóveles podrían hacer de la ética su más estricta (severa e inflexible) condición vital, podrían prometerse jamás mentir, como hice, aunque obviamente tarde, a los sesenta años; legislar exclusivamente para el bien colectivo y no de clanes o tribus extractivas y neoliberales, sembrar sobre el país, como bastiones de moral, los principios del derecho humano y la equidad, y sobre todo actuar en justicia, no importa con quien o contra quien. No man is an island; todo hombre es la humanidad.

Dentro de la adversidad esto luce como un augurio. El ascenso a parte del poder de un ancho grupo humano desanclado de entreguismos y corrupción ofrece a Honduras perspectivas inusuales para emular a otros países, incluso cercanos, que superan ya los vicios y rémoras de su pasado.

Experiencias adaptables son la policía comunitaria de Ecuador, la reducción de la pobreza en Brasil, el superávit del PIB en Bolivia, el desarrollo cultural mexicano, el exitoso sistema estatal de comunicaciones en Costa Rica, el seguro social de El Salvador y cientos más que son modelo de avance, modernismo y latinoamericanidad.

Recojan el guante, pues.

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