viernes, 27 de diciembre de 2013

¿Eslogan eres y en eslogan te convertirás?

Rebelión/Universidad de la Filosofía

PorFernando Buen Abad Domínguez

¿Hay que crear algún Eslogan para hablar (mal) del Eslogan? Aunque lo diga pobremente, dice el diccionario (RAE) con todos sus “derechos reservados”: “Fórmula breve y original, utilizada para publicidad, propaganda política, etc.” En un arrebato de sensatez algún movimiento mundial en defensa de la salud mental, decretará la abolición “per sécula seculórum” de la institución ideológica burguesa llamada “Eslogan”. Pondrá fin, así, a una de las fuentes más irritantes de miseria intelectual, vaciedad conceptual y banalidad serial. Terminará, para dicha de la posteridad, con la manía frenética, típicamente pequeñoburguesa, de rebuscar en sus vocabularios paupérrimos hasta encontrar un eslogan idóneo “para cada ocasión”. No derramaremos ni una lágrima. 
Algunos de los más conspicuos defensores del “eslogan”, agazapados entre frases de bolsillo e inteligencia de supermercadistas, lo reverencian como si se tratase de un “hallazgo” filosófico en el que con pocas palabras se dicen “grandes verdades”. Y, mientras mascullan sus cerebrales argumentaciones, un tufo de orientalismo rancio, mal digerido, les sale de las silabas que arrastran entre estercoleros teóricos y manías fonéticas puestas de moda por la “ciencia publicística” que es una especie de nueva religión de la mercancía y de sus apóstoles mercenarios. Y “no salen sin ella”.
No faltan los “señoritos” y “señoritas” que rumian, con orgullo, en las ganaderías académicas de moda, su pienso “científico”, y costoso. Maceran con saliva erudita su culto solemne a la inutilidad de las vanidades escolásticas, rigurosamente de espaldas a la realidad económica y política mundial donde reina el capitalismo más aberrante y la asonada más brutal que la historia ha conocido contra los seres humanos esclavizados por la lógica de la mercancía, las armas y los mass media, entre otras calamidades.
Desde los altares ideológicos de la mercancía descienden los coros de genios de la “publicidad”, o de la “propaganda”, serviles al ripio y a la estulticia. Pueblan los mercados con su moral modelo “caballo de Troya” de donde desembarcan todas las falacias y trapacerías necesarias para tratar de resolverle al capitalismo sus crisis de sobre-producción. Operan febrilmente, aquí o allá, manoseando a diestra y siniestra lo que se cruce para inyectarle ideológicamente a los pueblos el virus del consumismo. No importa el tamaño de la afrenta a cambio de negocios, ganancias y plusvalía. Hay ejércitos de muchachos (y muchachas) serviles, dispuestos a dar la vida por un eslogan que venda, que venda mucho, y que sea recordado por muchas generaciones. De ese grado es la perversión del mercantilismo.
Del “eslogan” los mercachifles esperan la fuerza mágica de la palabra que crea “identidad”, que crea “fidelidad” y que crea combatividad para la guerra del consumo en la que los sectores de la burguesía se asesinan entre sí para alcanzar el preciado triunfo del monopolio. Es decir, para fijar los precios a su antojo. Cualquier frase que dé emblema, símbolo y sustancia a esa cruzada criminal, es decir, que haga in-visible el espíritu del capitalismo inyectado en cada mercancía, y le dé artes de seducción al producto, será pagado a precio de oro. En eso se empeñan las agencias de publicidad y los laboratorios de guerra psicológica burgueses. Mientras tanto los pueblos se defienden de todo ese arsenal y sus máquinas de guerra ideológica. Frase por frase.
Algunos fundamentalistas del eslogan quisieran convencernos de que todo en la “mente” es eslogan. Sueñan con hacernos creer que la historia misma de la Filosofía, con sus “máximas” y sus axiomas, de oriente a occidente, son fuentes para el reino del eslogan y que debemos rendirle pleitesía como si se tratara de un logro intelectual de la humanidad. Pero el entusiasmo de los mercachifles, serviles a la ideología de la clase dominante, sucumbe bajo el peso descomunal de su estulticia y de su servidumbre a la lógica de la mercancía. Ese anhelo del pensamiento burgués, de que toda idea desemboque en una frase capaz de fetichizar al “producto”, aunque tenga miles de adeptos, no es sino una degradación progresiva y perversa.
En pocas palabras, el cachondeo de mediocridades auto-complacientes de quienes se sienten “genios” porque inventan frases “pegadoras”, “marquetineras”, “pegajosas” o “vendedoras”… no tiene por qué convertirse en dogma ni en moda. No importa si las disfrazan con palabrería erudita o con payasadas de publicitas. No importa si manosean cifras y mapas… la verdad es que sólo se trata de una arremetida ideológica que la burguesía inventó para obligarnos a comprar y reverenciar sus baratijas y que ha logrado esclavizar a muchos (incluso con su voluntad) para que anden por el mundo infestando e infectando la vida de los pueblos con basura de comerciantes mercenarios. Aunque ellos repitan y repitan sus evangelios mercantiles, aunque enciendan parafernalias de todo género, auque digan lo que digan… no van a derrotarnos con su saliva de mentecatos. Está en marcha la Batalla de las Ideas, especialmente contra la palabrería burguesa.


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