martes, 17 de diciembre de 2013

Avance de la corrupción a partir de 2009



Editorial Diario Tiempo

De una lista de 177 países, Honduras ocupa la grada 140, o sea una de las más altas en corrupción a nivel mundial, lo que en estos tiempos ya no sorprende a nadie, mucho menos a los hondureños.

La clasificación de Transparencia Internacional (TI), que en ocasiones da la impresión de que, con determinados países, remarca el acento por razones político-ideológicas, es muy importante porque significa una denuncia internacional de peso, y, a la vez, porque es un aldabonazo para los gobiernos y la sociedad civil de los países afectados.

En cuanto a Honduras, la novedad -si en verdad lo es- consiste en que de 2009 a 2013 ha habido un significativo avance (negativo) en el índice de percepción de corrupción, nada menos que de 10 puntos. Nuestro país pasó de 130 a 140 en ese quinquenio, precisamente en el prolongado lapso de quiebre institucional.

En el transcurso de esos cinco años el declive hacia la corrupción ha sido progresivo e indetenible, y es un hecho que en 2013 -año político, se dice- hubo verdadera eclosión. Basta con observar la escandalosa factura de la propaganda política, que fácilmente superó los 2,500 millones de lempiras, casi en su totalidad provenientes de fondos públicos, y del que nunca se sabrá la cifra aproximada o la exacta por carencia de rendición de cuentas.

Entre nosotros, los hondureños, hay una percepción -más que conocimiento- de la magnitud de la corrupción, que es parte sustancial de elevado índice de pobreza, de un poco más del 70% de nuestra población, de casi 9 millones de habitantes.

Esa percepción real de nuestra población coincide, por supuesto, con el índice de Transparencia Internacional. Sin embargo, cabe señalar que, desde la característica del aldabonazo, la debilitada institucionalidad y la vista gorda de la sociedad no dan muestra de escucharlo, pero sí de darle oídos sordos.

Todos entendemos, efectivamente, que la corrupción afecta todo el tejido social, el andamiaje político y la estructura económica, pero ha penetrado de manera tan profunda que desde hace bastante tiempo pasó a ser eje principal del sistema. Por esa razón, el combate a la corrupción en Honduras tendría que ser hercúleo.

¿Cómo lograr semejante fuerza y convicción para emprender la intrincada lucha contra la corrupción, en tanto significa un combate contra el sistema? ¿No estamos viendo, en un momento de intensa sensibilidad política y social, el comportamiento de la “clase política” y de las instituciones políticas históricas, con su inveterada negación a la rendición de cuentas, y, por consiguiente, en defensa de la impunidad?

De continuar con ese comportamiento sistémico y sin la estructuración de una sociedad civil consciente, actuante, protestataria, contestataria, en un clima de verdadera libertad de expresión, en el que las personas, los colectivos sociales y los medios de comunicación cumplan con su verdadero papel fiscalizador, nuestro país seguirá escalando la pirámide de corrupción diseñada por TI, y, naturalmente, continuará en el crecimiento de la pobreza, la violencia y la disolución social.

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