lunes, 5 de agosto de 2013
Periodistas y democracia
Rebelión
Por Jaime Richart
En los mentideros políticos no se oye otra cosa a los periodistas habituales que hablar de la nula credibilidad de un ex tesorero delincuente y de la presunta honradez del presidente de gobierno. Como sí un preso preventivo hubiera sido ya condenado por mentiroso, y un presidente honrado no pudiera dejar de serlo por ambición, debilidad o estulticia.
Cuántos honestos se convierten en truhanes en la ocasión propicia y cuántos no lo son por falta de ocasión. Precisamente la política y el poder en este país tan poco acostumbrado a estas cosas y tan habituado por el contrario al despotismo, al privilegio y al abuso de poder son la prueba más dura para cualquiera que se aventure a ejercerlos...
Pero tampoco el periodismo está a la altura de la circunstancia. Es relativamente normal que todos los del gremio que opinan e influyen sobre la población tengan sus debilidades e incluso su ideología. Pero, aparte de que es su deber ético vencerlas en aras de la mayor imparcialidad posible, corren el riesgo de ser tan odiados como en otro tiempo lo fue la clerigalla por los mismos motivos. En los últimos tiempos algunos periodistas han optado por la investigación que no realizan las instituciones obligadas a ello, pero los otros se siguen guiando por la comodidad de sólo opinar según sus adhesiones o sus fobias acerca de lo que hacen sus colegas. Se esfuerzan en una sutil simulación. Pero aún así se les nota demasiado a todos los guños, y más el corporativismo o la envidia que el respeto mutuo entre ellos y a los demás. Todos se muestran demasiado arrogantes.
En resumidas cuentas, al periodismo español, lo mismo que a la justicia, al empresariado, a los ricos, a lo políticos y a la jerarquía católica les queda todavía un largo recorrido de maduración. Aunque muestra hechuras, todavía no se le puede confiar el papel de vigilante de las instituciones. Incluso se nota demasiado el afán de ciertos directores de periódico de alzarse por encima del bien y del mal, por prurito personal y no por deseos de servicio: lo que añade más sospechas...
Y es que un país -y con mayor motivo cuando ese país viene de una dictadura con los tics de la clase social predominante- no se convierte en un nivel aceptable de democracia burguesa en treinta y cinco años, que es tanto como decir de la noche a la mañana. Sigue patente la intención de denunciar los efectos, pero dejando intactas las causas de tanto desmán y de tanto mirar a otra parte. Y no esperemos nada de la cúpula de la Justicia, de los tribunales que dictan sentencias firmes. Habrá que esperar todavía a que los movimientos sociales, los contramedios y las plataformas cívicas, sirviéndose de la Internet den el impulso preciso a la espinosa tarea de regeneración general que nadie de los que de una u otra manera se alimentan de la ubre va de ningún modo a arriesgar...
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