viernes, 16 de agosto de 2013

Héroes olvidados



Por Julio Escoto

En un libro que editará pronto la Universidad Nacional, “Balcanes y volcanes”, dice Sergio Ramírez que la burguesía nicaragüense se cuidó mucho de que a Rubén Darío lo conocieran los lectores por vía de los cisnes y águilas y princesas y Versalles y Sans Souci que afloran de sus versos, pero no por aquellos tonantes y airados poemas que el bardo dedicara, tremendamente fustigándolo, al joven imperialismo norteamericano, naciente en las décadas finales del siglo XIX.

Ese Darío era subversivo y mal ejemplo; había que hacer silencio en torno de él, como en efecto fue.

Semejante conducta de ocultamiento se siguió ––y prosigue–– en Honduras con Elempira, a quien se hunde en el colorido folclor sin exaltar su gesta de defensa de aquella “patria”, que es decir de su territorio y de sus antepasados y congéneres; con Trinidad Cabañas, de quien pocos (excepto quienes leyeron “Los Coquimbos”) conocen la gigantesca lucha que peleó durante los cuarenta años crepusculares de su vida para restituir la Federación y suprimir al oscurantismo, el conservadurismo y la superstición religiosa; y con Froylán Turcios, autor de “Oración del hondureño” y de ciertos escritos más que se divulgan pero de quien se calla el modelo de virtud ciudadana que fue y que exhibió por décadas rechazando todo lo que fuera en menoscabo de la República, siquiera que la humillara y ofendiera de palabra, menos que consintiera su reparto, hipoteca y venta a ningún poder terrenal.

Ese prócer del pensamiento, adalid de dignidad, cumple en 2013 siete décadas de haber fallecido en San José de Costa Rica y nunca como ahora el mutismo en torno a su figura civilista fue tan intencional, grosero y espeso, como que los tiempos presentes desaconsejan recordar ni conmemorar nada que se oponga al vicioso estilo neoliberal que reina entre nosotros hoy.

Nació en Juticalpa en 1874 y murió a los 69 años. Óscar Acosta resume en “Alabanza de Honduras”: “Poeta, escritor, narrador, publicista. Fue Secretario de la Legación de Honduras ante la Liga de las Naciones en Ginebra y Encargado de Negocios de Honduras en Francia. Dirigió Diario El Tiempo de Tegucigalpa y fundó las revistas Esfinge y Ariel. En Guatemala editó los periódicos El Heraldo y El Domingo.

Sus obras más importantes son ‘Hojas de otoño’, ‘El vampiro’, ‘El fantasma blanco’, ‘Tierra maternal’, ‘Floresta sonora’ y ‘Cuentos del amor y de la muerte’”.

Turcios es, para el costarricense Moisés Vincenzi, el “primer cuentista de Centroamérica”, en tanto que José Antonio Funes, su exhaustivo biógrafo moderno, lo nomina “figura literaria más importante de Honduras desde la última década del siglo XIX hasta las tres primeras del siglo XX”.

En octubre próximo el historiador Darío Euraque, legatario de sus pertenencias literarias personales, dictará en la Cátedra interuniversitaria Roberto Castillo, de SPS, una conferencia magistral sobre la vida y obra de este distinguido intelectual hondureño.

En 1924, cuando marines norteamericanos ingresaron, sin recabar permiso oficial, a Honduras vía Amapala, Turcios aglutinó la reacción de ofensa de los patriotas por aquella insultante invasión.

Publicó entonces el Boletín de la Defensa Nacional, indignado documento en defensa de la integridad hondureña (Turcios fue el primer Indignado hondureño), hasta que las circunstancias y su presión obligaron a las tropas abusivas a largarse. Entre 1927 y 1929 Turcios fue similarmente el vocero internacional de la gesta de Augusto César Sandino en Nicaragua, cuya obra autonomista divulgó por mares y continentes hasta que aquel empequeñeció su ancha visión libertaria y rompieron la amistad.

Y adicionalmente, en lo que escribiera, en sus poemas y memorias, sus relatos, en discursos y en pronunciamientos periodísticos o la vida comunal, Turcios fue siempre amante fiel, abnegado propagandista y defensor viril de Honduras.

Por esas y otras virtudes es que convenientemente lo mantienen olvidado quienes han hecho de la corrupción su fe y del entreguismo una religión.

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