sábado, 1 de febrero de 2020

Ecología política de las transiciones energéticas, una mirada general


Rebelión

Por Marx José Gómez Liendo

Vivimos una crisis socioambiental global sin precedentes. Uno de sus rasgos más dramáticos es que la denuncia de este problema viene desde hace varias décadas. Cada año, diferentes estudios ofrecen más evidencias de la insustentabilidad estructural del mundo moderno. Algunos de estos trabajos no poseen explícitamente un lenguaje politizado o su política está camuflada en técnicas, métodos, modelos y diseños experimentales [ii] . En el mejor de los casos, varias de las soluciones propuestas resultan muy ingenuas [iii] . Y en el peor de los escenarios, los caminos sugeridos son cabalmente distópicos, por no decir cínicos [iv] .

De cualquier manera, el planeta que habitamos nos hace saber día tras día el sufrimiento que padece. En el entrecruzamiento de las causas de esta crisis multidimensional van floreciendo otras sensibilidades y racionalidades. Ellas provienen de coterráneos(as) [v] humanos(as) y no-humanos(as) directamente heridos(as) por los azotes punzantes del látigo de la desfuturización [vi] . Son voces y sueños que tejen, creen y crean otros horizontes. Esta esperanza activa traza sus caminos alterando las relaciones de poder en el saber y, por tanto, resquebrajando las aparentemente armónicas formas estables de vivir, hacer, sentir y pensar.

Entre la re-existencia y la ocupación mono-ontológica hay un pluriverso de formas y un caleidoscopio de tonalidades. Recorremos esos escabrosos senderos con lo que somos, lo que no queremos ser y lo que vamos siendo durante esos tránsitos. En ese andar necesariamente contradictorio encuentro un campo de posibilidades en la llamada ecología política.

Formalmente, ésta “ecología” es entendida como un área de estudio interdisciplinario centrada en el entendimiento y la transformación de las relaciones ser humano-naturaleza. Epistemológicamente, se trata de una forma reflexiva (autoconsciente) de producción de conocimientos [vii] , una forma de praxis que articula teoría y práctica para la transformación social. En su problematización de los saberes hegemónicos, la ecología política tiene como imperativo ético generar alternativas con y desde grupos sociales oprimidos por la connivencia del Faloceno [viii] y el Capitaloceno.

En lo que resta de este no-tan-breve escrito mencionaré de manera general cómo la ecología política puede ser de utilidad para abordar un tema mainstream como las transiciones energéticas [ix] . Resalto el anglicismo porque si bien se trata del núcleo de nuestra crisis socioambiental, es más frecuente encontrar abordajes “políticamente correctos” que “políticamente comprometidos”. Lo primero es el tono experto de una paradójica voz sin cuerpo, de un ilusorio sujeto sin historia. Lo último es el reconocimiento de nuestra situacionalidad, de nuestras posibilidades y limitaciones, así como del privilegio que tenemos en tanto que personas académicas (ecólogas políticas) [x] .

La quema de combustibles fósiles y la generación de electricidad sentaron las bases de una forma de civilización de alta energía [xi] . Las estadísticas globales sobre esta “forma de civilización” enmascaran las asimetrías existentes en lo que se refiere a producción, distribución y consumo. Aunado a ello, las metáforas usadas para describir la energía ayudan a vislumbrar las ontologías subyacentes. Por ejemplo, una afirmación del tipo “la energía es la única moneda universal” permite apreciar los alcances y desafíos de las transiciones energéticas [xii] . Como puede intuirse, estos procesos requieren no sólo “fuentes alternativas”, sino cambios profundos en nuestras culturas y epistemologías en torno a la energía [xiii] . La política de estas transiciones pone en el centro la cuestión de un futuro con o sin futuros.

A grades rasgos, la ecología política ayudaría a comprender que las asimetrías de poder a múltiples escalas afectan el acceso a la energía, la participación en la toma de decisiones y el padecimiento de los impactos socioambientales. Cabe agregar que las corrientes dentro de la ecología política son muy variadas [xiv] ; por tanto, la complementariedad y/o los disensos entre diferentes enfoques resaltarían relaciones de género, de clase, étnicas y patrones históricos de dominación, marginación y habitabilidad.

Como ya había adelantado, la ecología política posibilita la crítica sobre cómo los enfoques científicos (y de gestión) convencionales promueven los intereses de clases y grupos dominantes, al establecer como “objetivas” determinadas formas de explicar el origen de problemas socioambientales o determinadas formas de definir las soluciones. En esos cuestionamientos, la ecología política también desafía las múltiples jerarquías existentes al proponer marcos categoriales bottom-up. Algo crucial para repensar los grados de (in)sustentabilidad de las políticas energéticas [xv] .

Por último, más allá de algunas convergencias casi sinonímicas entre la ecología política y la economía ecológica [xvi] , este campo interdisciplinario subrayaría la necesidad de analizar con rigor la relación entre sistemas e infraestructuras energéticas alternativas y las condiciones de posibilidad de diferentes formas de organización sociopolítica [xvii] .

Esta mirada general deja fuera otras reflexiones y aspectos que espero abordar en próximas divulgaciones [xviii] . Por el momento, quise acentuar en estas líneas preocupaciones epistémico-políticas porque la crisis socioambiental que enfrentamos es, también, una crisis de conocimiento.

Notas:

[i] Nota de entrada: El texto puede leerse fluidamente sin recurrir a las notas. No obstante, como deferencia y agradecimiento al tiempo de quienes lean esta publicación, no he escatimado en detallar aspectos del texto que pueden no ser suficientemente transparentes (crípticos) para algunos lectores y lectoras. Una lectura atenta advertirá que hay más palabras escritas en las notas que en el texto principal de este artículo. Por ello, la necesidad de esta aclaratoria.

[ii] Véase Johan Rockström et al (2009) “Planetary Boundaries: Exploring the Safe Operating Space for Humanity”. Ecology and Society 14 (2): 32; Will Steffen et al (2015) “Planetary Boundaries: Guiding human development on a changing planet”. Science 347 (6223): 10.1126/science.1259855.

[iii] El “Segundo Aviso” o la advertencia de la comunidad científica mundial a la humanidad, publicada en 2017, propone un conjunto de 13 acciones para evitar pérdidas catastróficas de biodiversidad y un deterioro generalizado de las condiciones de vida. Cuando pienso en esta carta como un caso de “ingenuidad” no pretendo desmerecer la trayectoria ni las contribuciones de quienes firman el documento (ese sería un lamentable acto de soberbia de mi parte), sino resaltar lo interesante que sería contrastar desde una perspectiva decolonial cada una de las recomendaciones. La carta puede consultarse en https://www.scientistswarning.org/wp-content/uploads/2019/10/World-Scientists-Warning-Spanish-Translation.pdf

[iv] Aquí debo confesar, desde mi ignorancia técnica, mi pavor por la geoingeniería. Para una interesante aproximación conceptual a los visos ideológicos en la narrativa de esta tecnología, véase Vera Sanoja (2018) “La confianza absoluta en la ciencia, o de cómo la geoingeniería sostiene la salvación del planeta”. Letras Verdes. Revista Latinoamericana de Ciencias Ambientales, Nº 23: 91-107.

[v] Quiero usar aquí la noción de coterráneo(a), entendiéndola como las y los habitantes del mundo de muchos mundos y no tanto (o no únicamente) como residente de un mismo país. Habitamos la tierra que nos habita, aunque lo que entendamos por “tierra” (como ocurre con la “naturaleza”) no sea algo común a todas y todos. Sobre lo incomún véase Marisol de la Cadena (2017), “Cuando la naturaleza no es común o… protestas desde lo incomún” [vídeo]: https://www.youtube.com/watch?v=4Ine4srh8sY . Véase también la introducción al número especial de la revista Anthropologica (Vol. 59, Nº 2) coordinado por Mario Blaser y Marisol de la Cadena (2017): “The Uncommons: An Introduction”.

[vi] Para una interpretación de este término propuesto por el teórico australiano del diseño Tony Fry, véase una anterior publicación de este blog: “La desfuturización (o el desarrollo como diseño de eliminación)”, https://iberoamericasocial.com/la-desfuturizacion/ .

[vii] Me pregunto hasta qué punto este carácter autoconsciente de la ecología política se debe a las variadas perspectivas ecofeministas y las contribuciones de las epistemologías feministas. Creo que un artículo como el de Miriam Gartor (2015), “Apuntes para un diálogo entre economía ecológica y economía feminista”, muestra una parte de ese ejercicio reflexivo.

[viii] Del Capitaloceno (por ejemplo, las diferentes publicaciones de Jason Moore) quizá se sabe más que de esta interesante propuesta conceptual ecofeminista. Véase: LaDanta LasCanta (2017) “El Faloceno: Redefinir el Antropoceno desde una mirada ecofeminista”. Ecología Política, No. 53: 26-33.

[ix] Esta reflexión se base en el trabajo de Gavin Bridge et al (2018) “Towards a Political Ecology of EU Energy Policy”. In: Foulds, C., Robinson, R. (eds) Advancing Energy Policy. Palgrave Pivot, Cham.

[x] Esto lo traigo a colación porque si bien es cierto que la ecología política es transitada por académicos, activistas, escritores y escritoras e intelectuales, hay que reconocer que las voces de estos grupos de actuación social no tienen los mismos pesos. Adicionalmente, hay una gobernanza epistémica del Norte global que encuadra a las ecologías políticas de diferentes latitudes en contextos asimétricos. En tanto campo bifronte, la ecología política está en una constante e interesante situación de autocontención (marchitamiento) y desborde (reflorecimiento) por sus grados de compromiso con (o extractivismo epistémico y ontológico de) luchas territoriales. Véase Gorostiza, S., Martínez Alier, J., Puig, I. (2015) “Editorial”.Ecología Política, Nº 49; Gudynas, E. (2014) Ecologías políticas. Ideas preliminares sobre concepciones, tendencias, renovaciones y opciones latinoamericanas. Documento de trabajo Nº 72, CLAES; Grosfoguel, R. (2016) “Del extractivismo económico al extractivismo epistémico y al extractivismo ontológico: una forma destructiva de conocer, ser y estar en el mundo.Tábula Rasa , Nº 24.

[xi] Vaclav Smil (2017). Energy and Civilization: A History. Cambridge, MA: The MIT Press.

[xii] Esta es la metáfora con la que inicia el libro de Smil citado en la nota anterior.

[xiii] Este es el llamado que hace Cara New Daggett (2019) en su libro The Birth of Energy. Fossil Fuels, Thermodynamics, and the Politics of Work (Durham: Duke University Press).

[xiv] El trabajo de Gudynas, ya citado, ofrece una síntesis de varias corrientes. Sin embargo, sólo menciona el ecofeminismo, sin darle un tratamiento al menos general. Lo mismo ocurre con la llamada ecología profunda y la historia ambiental, esta última ni siquiera aparece explícitamente. Omisiones que resultan curiosas toda vez que entre las décadas de 1960 y 1970, momento en el que emerge con fuerza la ecología política, también emergían estas otras corrientes. Creo que resulta pensar metafóricamente la ecología política como un “paraguas” de reflexión común a muchas áreas interdisciplinarias (como sugiere Anthony Bebbington) o un campo de campos (con un fuerte peso de las ciencias sociales).

[xv] Véase Alastair Iles (2013) “Choosing Our Mobile Future: The Degrees of Just Sustainability in Technological Alternatives”. Science as Culture 22 (2): 164-171.

[xvi] Un grupo que se ubica en esta sinonimia, que enfatiza el análisis de los flujos de materiales y energía (socio-metabolismo), es el de Joan Martínez Alier y los investigadores investigadoras pertenecientes o asociados al Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales (ICTA) de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

[xvii] Aquí pienso en el artículo de Langdon Winner (1980), “Do Artifacts Have Politics?”, donde el autor establece dos argumentos básicos de los variados debates sobre el carácter inherentemente político de las tecnologías. El primero de ellos es que la adopción de sistemas técnicos requiere la creación y mantenimiento de un conjunto de condiciones sociales que garantizarían la operatividad de tales sistemas (el ejemplo de las plantas nucleares y su requerimiento de una elite tecnocientífica-industrial-militar). El segundo argumento se centra en que una determinada tecnología puede ser compatible con particulares relaciones sociales y políticas, como en el caso de quienes afirman que los sistemas de energía solar abrirían las posibilidades a sociedades democráticas e igualitarias en sentido técnico y político.

[xviii] Esto se debe a que estoy iniciándome en el estudio de las transiciones energéticas, tema que intento abordar con una preocupación ontológica en el entrecruzamiento de la ecología política con los estudios sociales de ciencia y tecnología.

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