jueves, 4 de abril de 2019

La nueva agitación



En los últimos días ha revivido un fuerte sentimiento colectivo de rechazo al estado de cosas en Honduras. Es un sentimiento con epicentro en Tegucigalpa, pero expansivo en todo el país.

La causa de esto es una larguísima acumulación de hartazgos desde 2009 hasta nuestros días, que los tontos llaman división de la sociedad hondureña, y los más vivos llaman crisis, porque la aprovechan de mil maneras.

En realidad es el ruido de un país destruido por el cartel de narcotraficantes corruptos, que reemplazó a los Valle y a los Cachiros en el negocio del lavado de dinero proveniente del tráfico de drogas, armas y corrupción. Y que asaltaron el Estado.

Es decir, eso no es ninguna división y ninguna crisis, eso es simplemente un escenario violento que obliga a la gente a sobrevivir luchando, a caminar exigiendo la destrucción del cartel del Occidente, a reclamar gritando el país que le robaron.

A lo largo de estos últimos 10 años posteriores al golpe de Estado del 28 de junio 2009 fuimos acostumbrándonos a fechas memorables de sobresaltos.

El primer sobresalto fue la llegada furtiva de Manuel Zelaya a la embajada de Brasil, el 21 de septiembre 2009, casi tres meses después de su derribo por los narcos dirigidos desde la embajada estadounidense. El siguiente sobresalto fue su salida al exilio el 27 de enero de 2010 y la firma de un acuerdo en Colombia para regresarlo a Honduras en mayo 2011.

El país siguió de salto en salto, sin configurar todavía una situación organizada que retome el poder para la gente del modo que sea.

Con el regreso de Zelaya, el siguiente sobresalto fue la eliminación del Frente Nacional de Resistencia Popular y su conversión hacia un partido político variopinto que perdió las elecciones en 2013 frente a la maquinaria fraudulenta del líder del cartel de Occidente.

La oposición ciudadana se manifestó luego con antorchas, que reclamaron a los políticos cohabitantes del poder mantenerse lejos, para no contaminar el fuego popular.

Vinieron de nuevo las elecciones de 2017, otra vez a soñar, otra vez a vivir el sobresalto de la reelección prohibida, del fraude brutal con aval gringo. Este fraude monstruoso despedazó la ilusión colectiva de alinear el país a China y a Rusia, y no a los Estados Unidos que lo destruye como plataforma traficante de narcóticos y base de portaviones de guerra.

Dos años pasaron después de aquél momento amargo, tiempo durante el cual Honduras formó un barrio de delincuentes narcotraficantes corruptos en Estados Unidos. Una larga lista de políticos liberales y nacionalistas extraditados por la justicia de Nueva York y Florida, porque nunca fueron siquiera denunciados en el poder judicial hondureño. Y porque su poder amenazaba la seguridad interior de su propio amo.

En esa lista no sólo están los familiares del expresidente Porfirio Lobo, sino también los familiares del impostor actual que usurpa la presidencia de Honduras, su hermano el traficante a gran escala, el más visible Tonny Hernández, alias TH, a juicio en septiembre próximo.

Es decir, no hay ninguna duda que el Estado de Honduras es víctima de los meros delincuentes queridos por el Pentágono y el Departamento de Estado, en Washington.

Desde el inicio de este proyecto delincuencial y hasta nuestros días mucha agua ha corrido bajo el puente, pero la población sigue esperando el momento de recuperar el Estado Democrático de Derecho.

En ese dilema estábamos esta semana, cuando un nuevo sobresalto ocurrió. La policía militar rompió con almádanas las puertas de Radio Globo, para capturar al periodista David Romero, y conducirlo a la cárcel nacional de Támara.

Inmediatamente después de este hecho, la población ha retomado las calles con antorchas y gritando la misma consigna de 2014. Fuera JOH.

La población está conmocionada. Un caso de injurias y calumnias contra la familia de la abogada Sonia Gálvez, que bien pudo ventilarse en los juzgados civiles, fue convertido por la dictadura en un acto de venganza penal contra uno de sus críticos más mordaces en materia de corrupción.

Sin menospreciar nunca el derecho de las víctimas que sufren los excesos de la libertad, el encarcelamiento de David Romero fue interpretado por la mayoría de la población como una violación a la libertad de expresión de toda la sociedad.

Así mismo lo interpretó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que había solicitado medidas cautelares a favor del personal de Radio Globo, víctima en dos ocasiones de allanamiento militar y destrucción de sus equipos en 2009 y 2014.

Conscientes que detrás del encarcelamiento del periodista existe una maquinaria política y militar de alta peligrosidad, la población que muchas veces ha rechazado los comentarios excesivos del director de Radio Globo, hoy está en las calles con todas las banderas demandando la salida del causante principal del nuevo sobresalto nacional.

Juan Orlando Hernández es el ser humano menos estimado en Honduras, el más señalado de corrupción por encima de la reputación que tenía su correligionario Rafael Callejas, el superlativamente más odiado por haber recurrido al fraude en 2013 y a la violación suprema de la Constitución en 2017.

Hernández NO es un hombre de confianza porque impuso sus ambiciones personales y la estrategia de negocios de su grupo Los Hernández, antes que el interés nacional.

Sin embargo, Canadá, Estados Unidos, Israel y los países de la OTAN de la vieja Europa, lo sostienen. Sostienen a un fantasma político, a un coyote vulnerable, éticamente acabado, que sin embargo les permite también hacer sus negocios criminales. Petróleos, minas, represas, drogas, armas y guerras.

Ojalá que el próximo sobresalto sea el fin de esta pesadilla.

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