- El regreso del Estado a la economía y la recuperación de la soberanía;
- La anulación parcial y variada de las privatizaciones;
- Algunas nacionalizaciones de activos extranjeros;
- Renegociaciones de la deuda externa y/o rechazo de deuda odiosa/fondos buitres en mejores condiciones para el país;
- Reconocimiento de los derechos de las etnias originarias, en unos países más, en otros menos;
- Políticas que propenden a la integración latinoamericana;
- Políticas sociales beneficiarias de los sectores más desfavorecidos, aunque con un sesgo asistencialista;
- Lucha activa contra la pobreza;
- Otorgamiento de mayores recursos a la educación y a la salud; y
- Reformas legales para respaldar los cambios progresistas, incluso de asambleas constituyentes y cambios constitucionales profundos en algunos países
miércoles, 10 de abril de 2019
América Latina: Progresismo, nueva derecha e imperialismo
Rebelión
Por José Bell Lara
Hace poco se planteaba que América Latina vivía su tercera ola emancipatoria y el optimismo reinaba en el ambiente de la izquierda por la existencia de una serie de gobiernos progresistas que plantaban cara a Washington, sin embargo hoy la derecha gobierna en varios países y el mapa político del continente aparece tendencialmente hacia la derecha. ¿Cuáles son los factores que han llevado a ese cambio de situación? La respuesta no es simple.
Vientos de cambio
En 1998, Hugo Chávez triunfó en las elecciones presidenciales de Venezuela con un programa radical que planteaba la fundación de una nueva República. Su victoria significó un punto de viraje en la dinámica sociopolítica de la región.
En enero de 2000 protestas y rebeliones de los indígenas derribaron el gobierno de Jamil Mahuad en Ecuador. En ese mismo año se da el caso de Perú cuando cae el régimen de Alberto Fujimori. La situación de pobreza y desempleo en Argentina producido por el neoliberalismo extremo lanza a cientos de miles personas a la calle en Argentina en 2001, derrocando al gobierno de Fernando de la Rúa. El caso argentino se destacó por la aparición del movimiento de piqueteros, la toma de fábricas y las asambleas barriales populares. En el punto más álgido de la protesta, surgió la consigna “Que se vayan todos” que expresaba de manera sintética el repudio a los políticos y la política tradicional.
En Bolivia en el 2003 estalla una protesta contra el alza de impuestos en febrero y otra en octubre contra las transnacionales del gas que llevaron al derribo del gobierno de Sánchez de Lozada. Asimismo, caen los gobiernos de Ecuador en 2003 y otra vez en 2005, que en cierto sentido volvió a ser paradigmático. La característica de estos procesos fue la movilización masiva de la población con predominio de los elementos populares contra gobiernos electos que no satisficieron las expectativas para las que fueron elegidos.
Surgieron nuevos puntos de referencia: el ideal bolivariano aunado al denominado socialismo del siglo XXI dio lugar a una nueva generación de liderazgos, empoderados por la ola de las movilizaciones populares. Un elemento importante del nuevo contexto fue que l os procesos electorales que tradicionalmente servían para la preservación del sistema – de ahí la elaboración de la llamada Carta Democrática de la OEA- se convirtieron en un nuevo campo de batalla contra la estrategia de dominación imperialista y en posibilidades reales de victoria para la izquierda.
La primera década del siglo XXI sumó en Argentina los triunfos electorales de los peronistas Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández después; Lula y su reelección, seguido de Dilma Roussef, ambos del PT, en Brasil; en Uruguay, por el Frente Amplio Tabaré Vázquez, Pepe Mujica y de nuevo Vázquez; Daniel Ortega del FSLN en Nicaragua; Evo Morales del MAS en Bolivia, Rafael Correa y su Alianza País en Ecuador y de Mauricio Funes por el FMLN en El Salvador. Se abrió un nuevo mapa político en la región que tendía a fortalecer los procesos de concertación, integración y unidad del mismo
En el sur del continente durante la III Cumbre presidencial sudamericana del 2004, se firmó el acta constitucional de la Comunidad Suramericana de Naciones, hoy Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, que agrupaba a los 12 estados del subcontinente. El Grupo de Río, surgido del Grupo de Contadora y los países de apoyo, adquirió un nuevo dinamismo y en 2008 se celebró la Cumbre por la Integración y el Desarrollo de América Latina, primera reunión latinoamericanas en que participaron todos los países de la región sin la presencia de Estados Unidos (EE.UU.). Durante la segunda Cumbre en el 2010, efectuada en Cancún, México, se acordó constituir la Comunidad Latinoamericana y Caribeña de Naciones (CELAC), lo cual se hizo efectivo en Caracas al año siguiente. Durante el 2012 su presidencia pro témpore la ostentó Chile y Cuba en 2013. La CELAC marcó un momento importante en América Latina, fue la primera vez que los Estados latinoamericanos constituyeron una organización semejante sin Estados Unidos.
Otro hecho de suma significación fue la no constitución del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), rechazada por los países de América Latina en la conferencia de Mar de Plata en 2005. El ALCA era un verdadero proyecto de recolonización económica del continente por parte de EE.UU., el camino para impedir toda posibilidad de desarrollo o integración para América Latina. Por otro lado, como parte de la ola progresista también se fundó en este período otro proyecto de integración que en sus inicios fue llamada Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA). Hoy en día, es el ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos) y se sustenta en principios que responden a los intereses históricos y perspectivos de América Latina.
Los logros realizados por los gobiernos progresistas pueden señalarse, aunque no son iguales en todos los países:
Por lo general, estos gobiernos no se propusieron la sustitución del capitalismo, sino un capitalismo mejorado. Sus políticas para aliviar las malas condiciones de vida de las mayorías fueron políticas asistencialistas. Las políticas asistencialistas crean clientes, pero no actores sociales y si de política burguesa se trata, el cliente no es un voto definitivo; el asistencialismo no crea participantes solidarios ni tendencias de educación sociopolítica de las mayorías sino un cliente a merced de las campañas propagandísticas de los partidos de derecha que prometen hacerlo más y mejor, algo que de hecho ha sucedido .
Al ser gobiernos nacionalistas necesariamente chocaron con los intereses imperialistas y su aparato de subversión. Las pequeñas burguesías locales han sido beneficiadas por las acciones de estos gobiernos, pero no se toma en cuenta una realidad fundamental: la reproducción capitalista de esos socios menores de las oligarquías, tiene lugar en el seno de las sociedades dependientes por lo cual también necesitan de ese estatus económico y sociopolítico para su reproducción.
Las burguesías locales han sido beneficiadas por las acciones de estos gobiernos, pero siempre ven tender sobre ella la amenaza de que puedan ir más allá, por tanto una parte de la burguesía, minoritaria, los apoya, la otra parte que es la mayoritaria, los combate, se alía al imperio para formar parte de las campañas desestabilizadoras. La gran burguesía nunca los ha apoyado.
Para permanecer como gobierno, las fuerzas progresistas tuvieron que recurrir al mecanismo electoral, convirtiendo esto en el campo de batalla crucial para su permanencia, un campo donde el imperialismo y las oligarquías locales tienen una vasta experiencia para subvertir gobiernos incómodos para ellos.
Nueva coyuntura, nueva derecha y nuevo tipo de golpes
Por cierto, el progresismo enfrentó resistencia desde su inicio. En ningún caso el poder interno de la gran burguesía fue anulado. Fue en ese contexto que el imperio intervenía directamente en unos casos, o a través de sus servidores locales en otros, en contra de los candidatos que no se respondieron a sus intereses. En Honduras, hubo un Golpe de Estado con fachada legal mientras en Paraguay hubo otro de tipo parlamentario. Desde luego, hay gobiernos derechistas que se instalaron electoralmente en Colombia, Panamá, Argentina, Chile y Perú. La guerra sucia mediática ha jugado un papel importante en los procesos electorales, el más reciente es el caso de Brasil.
En 2013 falleció Hugo Chávez lo que objetivamente marcó el despliegue ofensivo de la derecha y el imperialismo en la región. Aunque en Venezuela, en elecciones inmediatas fue electo Nicolás Maduro y reelecto en 2018, se ha mantenido el chavismo en el poder.
Otro elemento a destacar de la nueva coyuntura internacional fue la elección de Donald Trump en EEUU., que representa la tendencia hacia el neofascismo, y el uso de la fuerza militar para obtener objetivos económicos. No por gusto el Departamento de Estado ha desempolvado la doctrina Monroe. Se puede decir que el gobierno de los EEUU es efectivamente de militares – por la cantidad de militares que ocupan puestos claves- y de grandes empresarios. Resulta que la presión militar y la política de sanciones económicas han pasado a ser el principal medio de política exterior. El desenfrenado fortalecimiento del poder militar de los EE.UU. ha sido de facto un nuevo giro hacia el keynesianismo militar en la formación errática de una Doctrina Trump. Advertimos que la sobremilitarización imperial también puede darnos sorpresas, tal como fue en el caso del imperio romano.
Esto sucede dentro de un panorama político mundial donde una nueva derecha ha surgido desde las cenizas de una crisis prolongada de los partidos políticos tradicionales, que independiente de cual sean los candidatos, aplicaban las mismas políticas neoliberales. La consecuencia fue un profundo desencanto de la política expresado en altos niveles de abstencionismo en los procesos electorales y del prestigio de los políticos. A su vez, los procesos de privatización y la mercantilización de la política han contribuido a la extensión de la corrupción, prácticamente endémica en el sistema de la democracia representativa. El desempleo y el aumento de la pobreza se han reflejado en la creciente criminalidad y violencia, con una disminución de la capacidad de los Estados para garantizar la seguridad ciudadana. A todo lo anterior hay que unir la presencia del narcotráfico y el consumo de drogas que tiende a infiltrar a los sistemas políticos y distorsionar a las economías con la presencia y auspicio de mafias poderosas.
Frente a esa situación que expresa una crisis sistémica, las oligarquías burguesas renuevan sus mecanismos de dominación y aparecen bajo una nueva forma para supuestamente combatir lo que ellas mismas han creado y que lógicamente entre un período electoral y otro, un gobierno progresista no puede resolver lo acumulado por siglos de explotación.
Hay una utilización de los medios corporativos de difusión para crear matrices de opinión y recurren a candidatos, unas veces telegénicos y otras sacados del mundo empresarial, apropiándose del lenguaje de la izquierda, prometiendo cambios y/o hacerlo mejor que la izquierda. Esa contraofensiva no se reduce a un regreso de las derechas como ya las conocíamos, sino que ahora ellas presentan otro discurso, formas y métodos para instrumentar su retorno, y objetivos más radicales, fundamentalmente blindar un capitalismo neoliberal.
Desde luego que detrás del accionar de esa nueva derecha está el imperialismo norteamericano que desarrolla su labor subversiva directa e indirectamente, creándole obstáculos a los gobiernos progresistas en los organismos financieros internacionales, en oportunidades tomando medidas punitivas directamente y sobre todo utilizando el monopolio de los medios corporativos para de manera sistemática ocultar las realizaciones de los gobiernos progresistas y resaltar sus errores y deficiencias.
En tiempos en que la democracia electoral es su bandera ha desarrollado nuevos métodos, lo que se conoce como Guerra de Cuarta Generación, entre su característica esta la simultaneidad y su combinación de acciones ofensivas de manera permanente, de distinto tipo y grado de profundidad, que mantiene al gobierno progresista ocupado en responder la variedad de ataques y les impide gobernar. El imperio no aparece en primer plano, pero dirige el proceso. El imperio es proteico y ha incorporado también los llamados Golpes blandos, en los cuales utiliza interpósitos para sacar del gobierno a figuras incómodas como sucedió en los casos de Paraguay y Brasil.
Para entender los éxitos coyunturales de la derecha en algunos países, tenemos que volver sobre las características de los gobiernos progresistas en América Latina. En primer lugar, ellos fueron el resultado del agotamiento de los efectos perversos del neoliberalismo que provocó la quiebra de la política tradicional y se tradujo en algunos países en insurgencias sociales, dando paso a fuerzas que en otras coyunturas hubieran sido preteridas.
Ellos accedieron al gobierno, pero en general las estructuras fundamentales del Estado burgués siguieron intactas. Junto a esto el desarrollo ideológico de las masas no alcanza a concretarse en un proyecto alternativo total y la vieja cultura burguesa sigue teniendo su influencia.
Han administrado el Estado mejor que los gobiernos anteriores, han propiciado mejoras sociales de las masas, pero estas –como afirmamos antes- han sido entregadas más como dádivas que como participación de las masas en su logro, en propiedad lo que hasta ahora se presenta como proyecto es un capitalismo con rostro humano, independiente del calificativo que le dan a su proyecto los actores principales del progresismo, por lo cual el horizonte ideológico-cultural de las masas se proyecta en los marcos de la cultura burguesa y solo segmentos muy radicalizados lo superan.
Ahora bien, la derecha no tiene el gobierno, pero conserva su entramado de poder económico, su vinculación a gran parte del funcionariado estatal que le ha sido fiel en el pasado, tiene a su favor a los tribunales y jueces que, generalmente, son conservadores y conserva mayor o menor presencia en los parlamentos, por la rémora del caciquismo. Atesora también su influencia cultural y tiene a su servicio a los monopolios corporativos de difusión, nacionales e internacionales que alineados trasmiten de diferentes formas un mensaje desfavorable al gobierno progresista.
Hay que tener en cuenta que gran parte de la población forma sus opiniones a través de lo que ven en televisión y en los titulares de los periódicos. Detrás de estos medios se encuentran expertos en comunicación y asesores de marketing que en momentos definitorios construyen campañas sobre determinadas cuestiones en favor de la oligarquía burguesa.
Al acceder al gobierno por vía electoral, no se anulan las elecciones periódicas, a ellas están sometidas estos gobiernos, las elecciones se constituyen en un campo de batalla periódico, a ellas concurre la derecha con nuevas caras, en oportunidades, con nuevo lenguaje, incluso con términos del arsenal de la izquierda como el de cambio, promesas de hacerlo mejor y buscar una sociedad sin conflictos, etc., solo que cuando acceden al gobierno las promesas se convierten en más del pasado, esta vez buscando aplicar un neoliberalismo puro, duro y que sea irreversible.
Un arma utilizada por la Nueva Derecha es la de descaracterizar al líder político principal de la izquierda, para ello nada mejor que las acusaciones, sean de corrupción o de conductas personales, el objetivo es el linchamiento mediático. El encarcelamiento de Lula en Brasil es un ejemplo claro de ello.
Otro aspecto en el que la izquierda se ha mostrado débil: la lucha contra la corrupción. Cuando el corrupto es un personaje de la derecha la opinión pública lo ve hasta cierto punto como normal, “es lo que siempre hacen” es la frase consoladora, los medios no amplifican el caso y pronto pasa a ser un dato más; incluso puede ser elegido para algún cargo público, a pesar de ser conocida su corrupción. El caso de la familia Macri en Argentina lo ejemplifica.
Por otra parte cuando un personaje de izquierda, sea culpable o no, se enreda en un caso de corrupción se le da amplia cobertura, se magnifica el proceso y si se comprueba la corrupción, tiene un segundo impacto, el desencanto de los que confiaron en él, de hecho puede significar su muerte política, además de reforzar la idea, conveniente a la burguesía, de que todos son iguales, lo que se traduce en desmovilización social.
En este escenario actúa el imperialismo norteamericano que desarrolla una amplia panoplia subversiva para dar al traste con estos gobiernos, sin enumerarlas todas, mencionemos las más recurrentes; financiamiento de los partidos opositores, creación de ONG para desarrollar labores desestabilizadoras, preparación de cuadros a través de seminarios y cursos ofrecidos en EE.U. o en Europa a través de organizaciones fachadas, bloqueo de créditos con su voto en organismos financieros internacionales, por solo mencionar algunos.
Es ingenuo suponer que la existencia de estos gobiernos y su obra se consolidarían sin el sistemático ataque de la oligarquía local y el imperialismo asociados a todas las fuerzas de la derecha política internacional. Los que ayer creyeron en el fin de la historia o en el imperio sin imperialismo, pueden pensar que el reloj de la historia ha retrocedido, pero más útil es construir un análisis de lo acontecido en el campo electoral.
En Argentina y Brasil la derecha y la ultraderecha ganaron las elecciones. El presidente Lenin Moreno de Ecuador ha dado un giro de 180 grados de sus promesas electorales. En El Salvador el FMLN perdió las elecciones.
En Colombia ha comenzado una política de exterminio de líderes sociales. El nuevo gobierno colombiano, de hecho ha detenido el cumplimiento con los acuerdos de paz con la FARC-EP y se niega a continuar las negociaciones con el ELN.
Mientras tanto, otros gobiernos progresistas se mantienen en la resistencia frente a la ofensiva de la derecha y con dificultades y aciertos avanzan en su proyecto. En toda la región hay una presencia de movimientos sociales que vigilan los atentados contra los logros sociales de las últimas décadas. A nuestro juicio se ha dado un proceso de ralentización del cual la izquierda debe sacar lecciones. Conociéndolo y asumiéndolo es el primer paso para superarlo y desarrollar nuevas estrategias y tácticas.
Estamos conscientes que cada uno de los procesos que desafían el completo dominio del imperialismo estadounidense, que intenten eliminar o disminuir la dependencia es repelido por la vigorosa coalición del capital y sus adláteres. Ponen en funcionamiento toda la malla de defensa del sistema, las normas e instituciones internacionales (capitalistas hasta la médula) que regulan el funcionamiento de la economía mundial y que acuden rápidamente a tratar de liquidar el “mal ejemplo”.
El sistema pretende solo admitir gobiernos sometidos en la periferia. Pensar que siendo más o menos moderados se van a evitar los ataques de la derecha interna y las políticas subversivas del imperialismo es una ilusión que lleva al abismo. Esta ha sido una ilusión de la izquierda moderada y una falta de previsión de la izquierda radical.
El movimiento emancipatorio de América Latina ha sufrido algunas derrotas parciales y debemos sacar lecciones de ello, sin cortapisas, porque no pensamos que el análisis de las deficiencias de los procesos en marcha ayuda al enemigo. La verdad es siempre revolucionaria, como decía Gramsci, y es verdad que el capitalismo dependiente no ofrece ningún futuro para América Latina. El panorama latinoamericano sigue en movimiento veloz y puede tener sorpresas, algunas malas y algunas buenas.
La victoria arrolladora, en las elecciones del 1 de julio de 2018, de Andrés Manuel López Obrador es un giro en la historia del México contemporáneo. No han logrado derribar el gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua. Las transformaciones que han dado lugar al Estado Plurinacional de Bolivia siguen su curso y los logros del gobierno de Evo Morales y el MAS-ISP son indiscutibles. La Revolución Cubana sigue ahí, vive un proceso de trasvase generacional en su dirección, el próximo 10 de abril se proclamará la nueva constitución producto de un amplísimo debate popular, inédito en el mundo y seguirá estando ahí. De eso no hay duda.
En Argentina, Bolivia y Uruguay hay elecciones este año, sin duda la derecha coludida con el imperialismo pondrá todas sus bazas en la balanza para ganar esas elecciones, la muestra de lo que realizará la derecha si triunfa en alguna de esas elecciones está en lo que han realizado en Argentina y Brasil. Hay que tener claro que el imperio tiene preparada acciones en colusión con intereses locales para cada uno de esos casos.
No podemos terminar sin señalar que en Venezuela se juega un futuro para el continente. Contra el gobierno bolivariano se desarrolla una guerra económica de largo alcance, un bloqueo de sus recursos procedentes del petróleo y acciones subversivas y de sabotaje junto a la fabricación de un presidente por encargo. A todo lo anterior se añade una campaña mediática internacional que busca justificar una intervención militar y el respaldo a las acciones imperiales de los gobiernos de derecha del continente que han creado una situación compleja. A pesar de todo esto el chavismo resiste y mantiene una capacidad de movilización frente a la derecha que se muestra incapaz de convencer a la mayoría del pueblo venezolano de que ofrece una mejor salida. Nuestra solidaridad con Venezuela es incondicional.
Los gobiernos progresistas en el poder sin duda han cometido errores. Pero la derecha tampoco ha sido impecable en su gestión y han mostrado con amplia claridad que no ofrece respuestas a los reclamos populares de la mayoría. Es un hecho que la actual contraofensiva derechista tiene su tiempo contado. Ahora es momento para la izquierda de replantear su estrategia para asegurar la soberanía regional e impulsar cambios más profundos orientados a la consolidación de un proyecto de nación alternativo. En ese camino hay que ganar la imaginación de las masas.
* José Bell Lara es profesor del Programa FLACSO-Cuba, Universidad de La Habana.
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