jueves, 30 de octubre de 2014

La trama del poder


Rebelión

Por Raúl Prada Alcoreza

Hay que tocar el tema de la trama del poder desde, por lo menos, dos lugares, por así decirlo; el de la narrativa y el del desplazamiento efectivo de las fuerzas. En lo que respecta a la narrativa no es difícil seguir la construcción de la trama a partir de la figuración, configuración y re-figuración, momentos de la hermenéutica de las narrativas.  En lo que respecta al ejercicio efectivo del poder, no es tan fácil, pues no se trata de algo así como narrativa material de las fuerzas, pues las fuerzas no se comportan como narrativa, sino, mas bien, como una física, mejor dicho mecánica de fuerzas. Entonces, la dificultad radica en comprender las plurales formas, contenidos, expresiones, si se quiere, las plurales composiciones, secuencias, desenlaces, que asume el ejercicio del poder. No se puede encontrar, en este caso, una “lógica”, menos una estructura que orienta los acontecimientos. No hay pues una trama, sino entrelazamientos, entrecruzamientos, correlaciones de fuerzas, tejidos de fuerzas, que no derivan en una textura, sino en un campo abierto de texturas. Si es así, como decimos, ¿cómo explicar la persistencia y la reproducción del poder? La narrativa del poder pretende una “lógica” necesaria, inherente a la sociedad  misma, por lo tanto encuentra una estructura centralizada, que puede adquirir formas de descentralización, encuentra que la trama narrativa, que es discurso de legitimación, se repite en la historia. Sin embargo, estas son las pretensiones de la narrativa. ¿Qué ocurre entonces para que el poder aparezca como una característica de las sociedades humanas?

Como dijimos antes, el poder es conformado por la gente, es producido y reproducido socialmente, el poder se constituye e instituye institucionalmente. Son las instituciones que atrapan las fuerzas sociales, las capturan y las orientan en el sentido de la reproducción institucional. El poder es un fenómeno institucional. Son las propias dinámicas moleculares, capturadas institucionalmente, las que construyen y reconstruyen el poder. Si hay algo parecido a la regularidad del poder, a la reaparición del poder, en sus distintas formas, se encuentra en las composiciones sociales institucionalizadas. Sólo así podríamos explicarnos que después de una revolución que derriba al gobierno, que hace de Estado efectivo, los sublevados terminan conformando otra forma de gobierno, que hace de otra forma de Estado, si se quiere. Las instituciones no solamente son “exteriores”, es decir, son esas instituciones que observamos como arquitecturas jurídicas y políticas, sino también son las instituciones inscritas en el cuerpo, en los cuerpos, que hacen a la sociedad. No basta pues abolir una forma de gobierno, incluso una forma de Estado, yendo más lejos, no basta abolir un tipo de instituciones, pues la institucionalidad inscrita en los cuerpos termina haciéndolas emerger de nuevo. El problema entonces se encuentra en las subjetividades constituidas por el poder, en la larga historia del poder.

El problema se encuentra, por así decirlo, en la “interioridad” constituida por el poder. No se crea que esta “interioridad” es demolida por la simple declaración de asumirse como “revolucionario”, incluso con asumir las formas radicales del contra-poder. Estas asunciones, esta toma de posición, no dejan de moverse en la “exterioridad”, aunque puedan moverse en los bordes fronterizos de la “interioridad”. La herencia de subjetividades constituidas por el poder no desaparece tan fácilmente. Es menester desmontar esta internalización del poder, estos habitus, estos imaginarios, que pueden encontrarse diseminados en la cultura, en el lenguaje, incluso cuando se logra conformar climas culturales subversivos. El desmontaje, el desmantelamiento, la de-construcción de esta institucionalidad inscrita en los cuerpos, es una larga tarea de revolución cultural, de revolución civilizatoria. Ambos términos, revolución cultural y revolución civilizatoria, implican, desde ya, algo más fuerte de lo que significaban hasta ahora, en los discursos políticos e interpoladores. La revolución cultural interpela a la misma cultura, la revolución civilizatoria interpela a la misma civilización. La radicalidad de los sentidos radicales tienen que ver con liberar la potencia social, liberar la potencia de la vida, sin sujetarse a modelos, paradigmas, culturales y civilizatorios.

No vamos a detenernos en lo que queremos decir con esto de liberar la potencia social, liberar la potencia de la vida; nos remitimos a los ensayos donde escribimos sobre estos tópicos [1]. Lo que importa ahora es hacer hincapié en que ya no se trata sólo de des-constituir sujetos y constituir nuevos sujetos, sino en liberar la potencia y la capacidad de cada quien de auto-constituirse. Sólo así se podrá salir del círculo vicioso institucional; de esas formas institucionales “externas” que se internalizan, de esas formas institucionales “internas” que se exteriorizan y vuelven a formarse de distintas maneras. Liberada la capacidad creativa e inventiva se da lugar a flujos sociales de composiciones abiertas, plásticas, flexibles, cambiantes, de acuerdo a las expectativas de los y las asociadas. Lo que se conformaría ya no son instituciones estáticas y duras, por lo menos en periodos, incluso en épocas, sino matrices abiertas de transformaciones institucionales en devenir.

Entonces el “secreto” de la reiteración, la recurrencia la reproducción del poder, en sus múltiples formas, se encuentra en las semillas, usando esta metáfora agrícola, plantadas en los propios sujetos y en las propias subjetividades. Se trata entonces de otra estrategia de cultivo,  ya no plantar semillas, sino convertir a cada quien en un semillero, en un creador, inventor y productor de semillas. Esto dará lugar a una proliferación transcultural y trans-civilizatoria nunca experimentadas, potencias y posibilidades inherentes a las sociedades humanas y a los humanos. Potencias y posibilidades inhibidas precisamente por las institucionalidades centralizadas, conformadas a lo largo de las historias de las sociedades.

Se entiende entonces que no haya una trama del poder, sino en la narrativa, que no haya como una estructura original del poder, estructura que puede variar, empero repetirse, en sucesiones históricas, como una condena. Lo que hay es como el deseo de poder, que es, paradójicamente, deseo de dominación y deseo de ser dominado. Obviamente, este deseo no es natural, por lo tanto biológico, sino la huella inscrita por las violencias y dominaciones iniciales. Esta huella no se explica como “interioridad”; no se encontraba en ninguna “interioridad”, antes de ser internalizada; la huella aparece como inscripción, como hendidura en el cuerpo, a partir de relaciones de fuerza constitutivas de las sociedades.  De lo que se trata entonces, es de borrar la huella.

Son las narrativas del poder las que construyen los mitos del poder. Estas narrativas, si bien, no inscriben la huella, pues esta es una hendidura de las fuerzas en el cuerpo, lo que hacen es inscribir los sentidos de la huella en la memoria social. Entonces las sociedades capturadas por las instituciones terminan asumiendo estos sentidos, estas narrativas como realidad. La reproducción de las instituciones, de la malla institucional que hacen al Estado, como institución imaginaria de la sociedad, cuenta entonces con no solo el deseo de poder de los sujetos, sino con las narrativas, que dan cuenta de los significados de la llamada realidad. Se entiende pues que la reproducción de poder, incluso si éste cambia de formas, aparezca como si fuese natural. Es a este fenómeno social que llamamos fetichismo del poder.

Retrospectivamente se puede decir que, desde esta perspectiva crítica, las revoluciones estaban condenadas al fracaso. Cambian el mundo, el mundo no es el mismo; empero, es un nuevo mundo que restituye el poder, en sus distintas formas. Las revoluciones aparecen no solo como acontecimientos emancipadores, sino, paradójicamente, como el comienzo de una nueva forma de dominaciones. No es pues a una revolución a la que debemos orientar la potencia social, una revolución que sea el fin y el comienzo, el fin del pasado y el comienzo del futuro, sino a una borradura de la huella del poder. Esto es más que una nueva cultura, más que una nueva civilización; si se quiere también se puede hablar en plural, más que nuevas culturas, más que nuevas civilizaciones; se trata de una nueva forma de vida humana.

Las relaciones de poder están en todas partes
Ya lo dijimos que no se puede considerar que el poder se restringe al Estado, tampoco que tiene en el Estado a su centro; en esto seguimos a Foucault[2]. El poder está en todas partes, forma parte de las relaciones sociales, no de todas, por cierto, sino de esas relaciones sociales institucionalizadas, incluso de esas relaciones sociales, que aunque no estén institucionalizadas, forman como la contracara oculta de las instituciones. Nos referimos al mundo paralelo al mundo institucional, al mundo de la economía política del chantaje. Ya escribimos también sobre este mundo paralelo. Lo que nos interesa ahora es que no solo la malla institucional que hacen al campo burocrático, que hacen al campo político, por lo tanto, hacen a los campos que, son transferidos abstractamente a la idea del Estado, sino también las instituciones sociales, que aunque reproduzcan también al Estado, no son consideradas instituciones estatales [3]. Este conjunto institucional del llamado campo social está atravesado por relaciones de  poder. No solamente nos referimos a la familia, tampoco a la escuela, que, ciertamente, también pertenece al campo social en conexión al campo político, por su papel y función en la reproducción del Estado, sino también a las instituciones culturales como las que conforman los intelectuales. También tenemos que nombrar  a las Organizaciones no-Gubernamentales, que se reclaman ser parte del apoyo a la sociedad civil.  Por otra parte, hay un sin fin de organizaciones, empresas e instituciones económicas que, obviamente, son agenciamientos concretos de poder. Fuera de estas instancias se tiene toda clase de ceremonias que reproducen los códigos jerárquicos del poder. En estas ceremonias se encumbra a personajes reconocidos, se establecen referentes sociales. Abriendo el panorama, los medios de comunicación promocionan ya no sentidos comunes, sino lo que llamaríamos, de acuerdo a su tonalidad, sentidos enlatados. Las líneas editoriales  seleccionan lo que es publicable, de acuerdo a las demandas del mercado. Estamos ante múltiples escenarios donde plurales formas de poder repiten micro-economías-políticas del poder. En las universidades los profesores juegan sus propias estrategias de poder. Toda la sociedad, por lo menos la oficial, funciona reproduciendo micro-poderes.

Todos estos micro-poderes funcionan como produciendo micro-estados, como micro-instituciones imaginarias micro-sociales. Aparecen ahí los pequeños sátrapas, los singulares déspotas de estos micros-escenarios de poder. Lo que acaece con los gobernantes  acontece también con los micros-gobernantes de los minúsculos estados. La pugna, las simulaciones, las legitimaciones, la recurrencia a reglas y a dogmas. El fenómeno del poder no es un fenómeno del Estado, ni tampoco como centro, sino es un fenómeno extendido a la sociedad misma. La crítica de la economía política estatal hay que extenderla a la crítica generalizada de estas micros-economías de poder. No puede entonces sorprendernos la persistencia y la preservación larga del Estado, ya que es en toda la sociedad donde se reproducen estos micros-poderes. Como dice Foucault es esta micro-física del poder la que sostiene la figura mítica del Estado.

Por eso, si se toma el Estado, si se cambia su forma, no es suficiente para abolirlo, como pretenden las versiones radicales del comunismo y el anarquismo, pues, en la medida que subsistan los micros-poderes, los innumerables ámbitos de la micro-física del poder, el Estado, en cualquiera de sus formas, ha de reproducirse. Por eso, la abolición del poder no solamente es estatal sino en todos los campos sociales, la transformación no solamente es molar sino molecular. Esto es la liberación integral de la potencia social.

Hablando de narrativas, en estos escenarios de los micros-poderes también se conforman narrativas de poder a escala. Se trata de narrativas institucionales, narrativas relativas y adecuadas a la microfísica del poder. Narrativas familiares, narrativas de fraternidades, narrativas de congresos,  de colegios profesionales, de corrientes intelectuales, narrativas empresariales, narrativas de los medios de comunicación. Estas narrativas se encargan de hacer circular sentidos que conforman las memorias sociales a escala de estos espacios.

En toda esta micro-física de poder la economía política de género quizás juegue un papel estructurante en los ámbitos de los conglomerados de micros-poderes, en los espesores de las dinámicas de fuerzas de las múltiples relaciones de dominación, a escala de estos singulares escenarios micros-sociales. Los constructos sexuales responden a esta economía política de género; la modulación de los cuerpos es como la primera preparación de los terrenos para hacerlos aptos para el cultivo de las semillas del poder. Lo que se llama relación patriarcal es inaugural en la genealogía de las dominaciones.  

También en este caso las narrativas se han encargado de  dar sentido a estas dominaciones patriarcales, a las dominaciones de género, que son reconocidas como relaciones patriarcales. Hay, al respecto, toda clase de narrativas; narrativas religiosa, narrativas culturales, narrativas mitológicas, leyendas, ceremonias y ritos. También hay narrativas literarias, narrativas estéticas, así como narrativas políticas. La interpelación a las relaciones de dominación patriarcales requiere de la de-construcción de estas narrativas.

Los ciclos del poder
Hipotéticamente se puede hablar de ciclos de poder, así como se habla de los ciclos económicos, incluso en las tres temporalidades, ciclos de larga duración, ciclos de mediana duración y ciclos de corta duración. Los ciclos de larga duración del poder pueden corresponder a las formas, contenidos y expresiones de un característico bio-sistema-poder. Los ciclos de mediana duración del poder pueden corresponder a lo que comúnmente se llama forma de Estado. Los ciclos de corta duración del poder corresponden al ciclo gubernamental. Los gobiernos, efectivos mecanismos del poder centralizado como malla institucional, forman parte de estos ciclos, que por razones ilustrativas y pedagógicas, como primera aproximación, se las puede considerar como ciclos concéntricos. Colocando el ciclo gubernamental en el centro provisional de estos ciclos concéntricos.

Los gobiernos llamados progresistas no son otra cosa que ciclos de poder de corta duración, dentro del ciclo de mediana duración del poder – siguiendo nuestro esquema figurativo -. Sus singularidades propias, que tienen que ver con la formación discursiva neo-populista, incluso, aceptando su auto-denominación, con la formación discursiva del socialismo del siglo XXI, que tienen que ver con la administración del Estado rentista, transfiriendo parte del presupuesto a la inversión social, aunque sea esta, en muchos casos, de alcance coyuntural, que tiene que ver con la extensión e intensificación del extractivismo, combinado, en algunos casos, con revoluciones industriales, tecnológicas-científicas y cibernéticas, como en un desarrollo desigual y combinado contemporáneo, que tiene que ver con la continuidad del Estado-nación por los caminos de la simulación, no hacen otra cosa que manifestar las variedades posibles de los ciclos de mediana duración del poder.

Sobre la anterior hipótesis podemos sugerir otra: Los gobiernos progresistas no pueden dejar de seguir la curvatura del ciclo; la etapa de ascenso, si se quiere, y la etapa de descenso. No pueden de dejar de formar parte de la reproducción del Estado-nación, el Estado moderno, en sus variadas particularidades, oscilaciones y variaciones, casi imperceptibles. Por más que se ilusionen sus “ideólogos” de que hacen otra cosa, de que inauguran un nuevo horizonte político, no hacen otra cosa que repetir las variedades posibles de la reproducción del Estado.

Los gobiernos progresistas están acotados por los propios límites estructurales, introduciendo este término discutible, inherentes a los ciclos de poder mencionados. Cuando las condiciones de posibilidad histórica siguen siendo las mismas, cuando estas condiciones de posibilidad histórica corresponden a la forma, contenido y expresión del bio-sistema-poder donde emerge y se desarrolla el llamado sistema-mundo capitalista, los gobiernos progresistas terminan siendo dispositivos de poder del orden mundial, dispositivos de administración y transferencia de valores y riquezas en el sistema-mundo desde las llamadas periferias a los centros móviles del sistema-mundo. En última instancia, debemos explicar las contradicciones profundas de estos gobiernos progresistas a partir de estos límites estructurales de los ciclos del poder.

La pregunta es: ¿Cómo salir de los ciclos del poder? La pregunta epistemológica con relación a la anterior pregunta es: ¿Cómo se sale de un ciclo? Respuesta teórica: Del ciclo se sale por las líneas de fuga. Hay que escapar de su campo gravitatorio, que es el poder mismo. Hay que moverse inventando otros campos de fuerzas, abriendo ciclos en contantes desplazamientos. Para que ocurra esto se requiere salir del fetichismo del poder, del fetichismo del Estado, salir de la economía política del poder, escapar del fetichismo institucional, liberando la potencia social.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza La explosión de la vida. Dinámicas moleculares. La Paz 2014.
[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Cartografías histórico-políticas. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza Diagrama de poder de la corrupción. Rebelión; Madrid 2013. Dinámicas moleculares; La Paz 2013. 

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