martes, 21 de octubre de 2014

El hilo violeta de las revoluciones sociales



Por Ángela Solano Caballero * 

Resulta complejo “diseccionar” algo tan plural como el feminismo. Se trata de un conjunto de tendencias, de teorías, herramientas y estrategias enfocadas a la liberación de la mujer, que se desarrollan dentro de un contexto socio-económico y cultural determinado. Conforme el contexto histórico varía, también lo hace nuestra forma de analizar la posición de la mujer en todos los órdenes: social, político, personal, laboral, sexual… Ese es precisamente su eje vertebrador: la búsqueda de un cambio transversal a todas las relaciones humanas que conduzca a la igualdad real entre sexos y transforme así la sociedad.
A la hora de ubicar los inicios del feminismo, hay quienes hablan de finales del s.XIII y quienes se remontan a la época de las brujas y curanderas; pero la versión más aceptada es a mediados del s.XIX, cuando se conforma la primera lucha organizada y colectiva por parte de las mujeres. Muchas de ellas ya habían participado en los grandes acontecimientos históricos de los últimos tiempos -el Renacimiento, la Revolución Francesa, las revoluciones socialistas-, pero es a raíz del sufragismo cuando adquieren su mayor autonomía, constituyéndose como movimiento y dando lugar a la llamada primera ola del feminismo.

Derecho a votar

Las principales reivindicaciones de la primera ola fueron el sufragio y el acceso a la educación, calando especialmente en Inglaterra y EEUU, con un liderazgo fundamentalmente burgués. Esta lucha incluía actos de sabotaje y manifestaciones que no siempre concluían pacíficamente. Los principios igualitarios y racionalistas de la Revolución Francesa habían dejado a un lado los derechos de las mujeres, que ni siquiera fueron reconocidas como ciudadanas (aunque varias alzaron sus voces entonces, como Olimpia de Gouges o Mary Wollstonecraft). Este hecho, unido a las nuevas condiciones laborales surgidas a partir de la Revolución Industrial, influyó en que muchas mujeres vincularan sus reivindicaciones a las luchas obreras, como la activista peruana Flora Tristán o la revolucionaria rusa Alexandra Kollontai.

Género y clase

Convivieron, por tanto, varias tendencias: la radical, centrada en retomar el control sexual y reproductivo de las mujeres, así como en el empoderamiento mediante organizaciones independientes de partidos y sindicatos; la liberal, guiada por su hincapié en la educación; y la socialista, que reconoce la necesidad de una lucha por la liberación de la mujer conectada a otra lucha más global contra el sistema capitalista, relacionando ambos tipos de opresión. En 1848 -coincidiendo con la publicación del Manifiesto Comunista- se realizó el primer congreso para reclamar los derechos civiles de las mujeres, la Convención de Seneca Falls; pero sólo se nos “concedió” el derecho a voto a partir de la I Guerra Mundial, tras el reclutamiento para sustituir la mano de obra masculina en la producción industrial, de modo que al concluir la II Guerra Mundial casi todos los países europeos lo habían reconocido.

La segunda ola del feminismo suele situarse a finales de los ‘70, y sus prioridades son el acceso al espacio público y la igualdad, cuestionando los orígenes de la opresión de la mujer, el rol de la familia, la división sexual del trabajo, el trabajo doméstico y la sexualidad. Dos eslóganes podrían sintetizar sus inquietudes: “no se nace mujer, se llega a serlo” y “lo personal es político”.

La segunda ola del feminismo nos brindó importantes activistas como Emma Goldmann, Simone de Beauvoir o Betty Friedan, y consiguió destacar la cuestión de la emancipación de las mujeres en la agenda pública. Pero fue desarticulándose y perdiendo combatividad en favor de una institucionalización del movimiento, tal y como sucedió en el Estado español con la desaparición del otrora activo Movimiento de Liberación de la Mujer.

La tercera ola suele ubicarse a mediados de los ‘80 y se basa en la defensa de la diversidad expresada según la clase, raza, etnia, cultura y preferencia sexual de las mujeres. Es una ola muy influenciada por el pensamiento postmodernista, postestructuralista y queer, que trata de superar el concepto de género como una identidad única. Dicha identidad había sido hasta entonces heterosexual, blanca y de clase media, generando graves contradicciones como, por ejemplo, el hecho de que la mujer de clase media y blanca se haya liberado del trabajo doméstico… contratando a mujeres inmigrantes con menor poder adquisitivo. La tercera ola visibiliza estas contradicciones, ahondando en las diferentes identidades y sexualidades como espacios fluidos, para recordarnos que la desigualdad no es un problema individual sino que se extiende de forma estructural.

¿Cuarta ola?

Hay quienes sostienen que nos hallamos ante una cuarta ola del feminismo, una ola marcada por la crisis económica y política que estallara en 2008 y definida por la tecnología. Disponemos de nuevas herramientas de comunicación que nos permiten unirnos entre nosotras y que saca masivamente a la luz el machismo cotidiano. Las mismas mujeres que crecimos escuchando que la discriminación era cosa del pasado y que el feminismo ya no era necesario, vemos como somos infravaloradas y sexualizadas en la esfera pública o como nuestro gobierno continúa legislando sobre nuestros cuerpos y condicionando nuestra sexualidad.

Las activistas de hoy, influidas por otros movimientos como el 15M o el movimiento estudiantil y en sintonía con otras luchas más amplias contra los recortes y la precariedad laboral, nos hemos politizado. Estamos en todas partes, creando un movimiento transversal que abarca más que nunca problemas sistémicos, generando interseccionalidad y tejiendo redes contra un enemigo común: ese sistema explotador, heterosexista y racista que ya a nadie engaña. Hemos recogido el testigo de nuestras predecesoras, contamos con nuevos medios, con nuevas experiencias; lo queremos todo y hemos venido para quedarnos.

* Ángela Solano Caballero (@Angela_Freebird) es militante de En lucha / En lluita

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