martes, 5 de febrero de 2013
Oposición
Una característica relevante de la situación política en nuestro país es que, a pesar del descontento general por la mala conducción gubernamental -incluyendo a los tres poderes en el Estado-, no existe, para los efectos de la protesta y la rectificación, la canalización de ese descontento a través de los partidos políticos, supuestamente intermediarios de la voluntad nacional frente al gobierno.
Esto pone en evidencia una disfuncionalidad en nuestra institucionalidad partidista, puesto que en la dinámica “democrática” (así, entre comillas) no se cumple, en la práctica, el equilibrio que corresponde a la oposición, sea ésta “constructiva” o “combativa”, y, en consecuencia, el ejercicio del poder público torna a ser absoluto.
Paralelamente, de manera similar se manifiesta igual disfuncionalidad en el poder público, dado que el Legislativo, con las últimas reformas a la Constitución (COALIANZA, juicio político y régimen especial de “Ciudades Modelo”) éste se ha abrogado la supremacía, haciendo desaparecer el balance proveniente de la independencia y complementariedad entre los poderes en el Estado.
Se trata, como se ve, de un fenómeno desquiciante del Estado y la Sociedad, que conlleva la estructuración de un régimen autoritario, o, más bien, absolutista, en el que, por definición, se desconoce la soberanía popular y la intermediación de los partidos políticos, ya que éstos han abandonado su labor de mediación y su principal instrumento coercitivo: la oposición.
Ese comportamiento de los partidos políticos en Honduras ha venido consolidándose a través de la cohabitación de los partidos tradicionales, Nacional y Liberal, en el contexto del bipartidismo que devino en unipartidismo. Sin embargo, el nuevo partido LibRe tampoco escapa a esa conducta, seguramente por aberración cultural o por influencia genética.
Por tratarse de algo trascendental para nuestro país y para el destino del pueblo hondureño, se hace necesario el planteamiento de este problema político, quizás el más importante. Para que funcione el sistema democrático es indispensable la existencia de los partidos para la aplicación del binomio Poder-Oposición. Si esa interacción no se produce, sobreviene el caos, la disolución social, como la que se experimenta en Honduras.
En lo que concierne a los partidos tradicionales o históricos, el resultado de su extremada cohabitación los ha llevado a la pérdida de la representatividad, que se hace más objetiva con la actuación de sus delegados o diputados en la asamblea legislativa. El 84,2 por ciento de la ciudadanía ya no cree en los partidos políticos ni en el congreso nacional.
Así se desvela la razón por la que el gobierno -principalmente el Ejecutivo y la cúpula del Legislativo- deliberadamente ignora voz popular y, sin empacho alguno, hace lo que le viene en gana, lo que conviene a sus intereses particulares y de cofradía, promoviendo, de paso, un capitalismo anárquico en el que, como lo promete el proyecto de “ciudades modelo”, el pez grande transnacional se comerá a los peces chicos, a las sardinas locales.
Para nada sorprende la conducta insensata de los partidos políticos, pues realmente desconocen la importancia de su origen, que los marcó para toda su vida, y ese desconocimiento es, precisamente, el virus de su destrucción. Sin embargo, no debemos decir, a lo nazareno, “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Porque no es justo para Honduras y los hondureños.
En el caso de LibRe, de muy reciente creación, su nacimiento fue producto de un movimiento de oposición, de resistencia popular al golpe de Estado 28-J de 2009 y a la entronización de una dictadura monopartidista. Sin embargo, como partido está desconociendo su origen, abandonándose al modus operandi oportunista, permisivo y calculista tradicional, que lo llevará al adocenamiento y la descalificación.
Enero 28, 2013
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